La hija de un soldado nunca llora

A Soldier's Daughter Never Cries

TÍTULO ORIGINAL A Soldiers Daughter Never Cries

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director: James Ivory. Guión: James Ivory y Ruth Prawer Jhabvala. Intérpretes: Leelee Sobieski, Kris Kristofferson, Barbara Hershey, Jesse Bradford, Jane Birkin. 120 min. Adultos.

Años 60. El matrimonio Willis vive en París con Channe, su pequeña hija. Él es un escritor de éxito, que busca la inspiración en Europa. Es feliz con su esposa, que le quiere. Adoptan a Benoît, un niño francés de seis años, cuya madre quedó embarazada siendo adolescente. Por lo demás, la vida de los Willis es como la de tantas otras familias, con la peculiaridad de que son americanos en el extranjero. Pero esto da a los chicos la posibilidad de una educación más rica. Pasa el tiempo y…

James Ivory (director), Ismail Merchant (productor) y Ruth Prawer Jhabvala (guionista) llevan colaborando más de 30 años. Se nota. Gusten o no, sus films tienen un acabado externo impecable. Sus mayores aciertos suelen ser películas de época, adaptaciones de novelas célebres: Regreso a Howards End, Una habitación con vistas, Las bostonianas, Lo que queda del día. Cuando han abordado historias más corrientes y contemporáneas, como Esclavos de Nueva York o Esperando a Mr. Bridge, los resultados han defraudado. Por ello sorprende gratamente La hija de un soldado nunca llora, adaptación de una novela con pinceladas autobiográficas de Kaylie Jones, hija del autor de La delgada línea roja.

Su mayor mérito es atrapar al espectador en una historia muy normal. Desde el punto de vista de Channe se describen la enfermedad cardíaca del padre; el cariño de los esposos, de los hermanos, entre padres e hijos, con la criada; un pequeño trauma en el despertar a la sexualidad; la amistad de Channe con un compañero de clase, de temperamento artístico; los miedos del hijo adoptivo a enfrentarse a su pasado; el primer noviazgo de Channe… Estos hechos cotidianos adquieren un relieve insospechado y logran transmitir el amor de un hogar. Ninguno de sus miembros es perfecto; pero se quieren y tienen una preocupación real por los otros. La indulgencia con que el padre ve las relaciones afectivas de su hija se enfoca frívolamente, de acuerdo con los tiempos que corren, aunque sin caer en un didactismo tonto. Se apoya en cambio con claridad la idea de que una familia unida es un preciado tesoro que merece salvaguardarse. No hay grandes estrellas, pero el terceto protagonista da vida a sus personajes con sorprendente y eficaz sobriedad.

José María Aresté

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