La ciénaga

Directora y guionista: Lucrecia Martel. Intérpretes: Graciela Borges, Mercedes Morán, Martín Adjemian, Leonora Balcarce, Silvia Bayle, Sofía Bertolotto. 102 min. Jóvenes-adultos.

DIRECCIÓN

GÉNEROS

El texto original de La ciénaga recibió en 1999 el Premio Sundance/NHK al mejor guión. Ahora, su autora, Lucrecia Martel, ha vuelto a triunfar al convertirlo en película y obtener en el Festival de Berlín 2001 el Premio Alfred Bauer a la mejor opera prima.

Lucrecia Martel, argentina de 35 años, tras la consabida experiencia en cortos -numerosos en su caso- realizó un aprendizaje significativo en el mundo del documental, lo que le ha aportado ideas y material para su primer largo. Porque, aunque se trata de una película de ficción, tiene un tono testimonial y objetivo, a menudo lineal, muy distante de la estructura narrativa convencional.

La ciénaga presenta a dos familias amigas que pasan juntas parte de un verano en una sórdida casa de campo del norte argentino. En ese tiempo, no ocurre ningún hecho significativo que defina un tono dramático; es la propia existencia cotidiana de los personajes la que va calando en el ánimo del espectador. Y éste, por ósmosis, se acaba implicando en la tangible soledad de los mismos.

Ambientado en una región que la directora conoce bien por propia experiencia familiar, el film aventura un diagnóstico de la moderna sociedad burguesa, metafóricamente ubicada en un lugar denominado La ciénaga, en el que la propia climatología es adversa al ser humano. Los personajes conviven aislados unos de otros; sus relaciones son primarias y deshumanizadas. Y, salvo alguno de los jóvenes personajes femeninos, todos participan de un profundo hastío vital. Si a eso añadimos la presencia de una naturaleza hostil y la fisicidad de la película, nos encontramos con un cine incisivo, rebelde y pesimista, al estilo de La caza, del español Carlos Saura.

De esta forma, Lucrecia Martel quiere poner de manifiesto aquello a lo que conduce una sociedad que ha centrado su esfuerzo únicamente en conseguir un cierto bienestar económico, descuidando las propias necesidades de cada persona y las razones de la experiencia familiar. Y, como la directora cumple su objetivo, queda un film amargo que trasmite desazón en cada uno de sus planos.

Juan Orellana

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