Charlie es profesor universitario de Literatura. Imparte sus clases online porque su obesidad mórbida le impide prácticamente moverse. Para este profesor, las horas pasan corrigiendo exámenes, viendo porno e ingiriendo comida basura. Le visita una amiga enfermera que trata de mantenerlo con vida, un joven integrante de una secta que quiere conseguir su conversión y su hija adolescente, a la que abandonó cuando la niña tenía 8 años.
La descomunal –nunca mejor dicho– interpretación de Brendan Fraser no termina de compensar un drama de redención, excesivamente plano para cautivar a un espectador trasgresor (que ha sido hasta ahora el público de Aronofsky) y excesivamente miserable y sórdido para un espectador medio que busca una historia bonita.
En el plano cinematográfico, el minimalismo de la película –un solo escenario, corto espacio de tiempo, subtramas muy esenciales– juega a la contra. La historia se queda escasa. Desde el punto de vista del discurso, hay que reconocer que en el claroscuro que caracteriza la filmografía de Aronofsky ganan las luces a las sombras. La ballena es desalentadora en su reflejo de la capacidad de corrupción del ser humano, pero es al mismo tiempo entrañable por el emotivo dibujo que hace de las difíciles relaciones entre un padre traumatizado y convertido en un desecho humano y una hija que no perdona que la abandonaran. Hay que agradecerle al carismático cineasta que, en medio de las vueltas y revueltas que da la historia planteándose si hay o no salvación posible, termine por abrir una puerta a la esperanza. Hay salvación… pero nadie se salva solo.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta