(Actualizado el 13-07-2012)

El “Elefante blanco” es un macrocomplejo hospitalario que lleva 30 años sin terminar de construirse. El edificio en obras se levanta sobre un extenso poblado chabolista de Buenos Aires donde campan por sus respetos la droga y la violencia. Dos sacerdotes y una asistente social, Luciana, tratan de sacar adelante el hospital y la barriada. A ellos se unirá el padre Nicolás, un joven sacerdote que atraviesa una fuerte crisis de fe y culpabilidad. Las dificultades de la labor y la atracción que siente hacia Luciana lo enfrentarán al que había sido durante años su referente y confesor: el padre Julián, un sacerdote carismático, muy querido por el pueblo y verdadera alma mater de la labor social que se realiza en las chabolas.

El argentino Pablo Trapero aborda una película ambiciosa por la cantidad de temas que aborda. Todo parece caber en la película de Trapero: desde la economía, la política y la religión, hasta las guerras de clanes por la droga, la precariedad laboral, la crisis vocacional o el modo de enfrentarse a una enfermedad mortal. En este sentido, Elefante blanco recuerda a También la lluvia, una cinta con la que comparte productor (Juan Gordon), y que entretejía una trama social, política y religiosa con la interesante evolución psicológica de un productor de cine.

Y como ya ocurría con También la lluvia, Elefante blanco es una cinta interesante, por el calado de los temas que aborda, y honesta, al no plantear estas cuestiones –algunas muy fuertes– de forma simplista. Con un primer vistazo al material promocional –centrado en sacerdotes volcados en la labor social, con dificultad para vivir el celibato y enfrentados a la jerarquía–, uno esperaría encontrarse una cinta de denuncia social fuertemente ideologizada (así es como se está vendiendo) y, sin embargo, hay en la cinta matices que llevan a pensar que las intenciones del director y del productor se dirigen más bien a reflejar una situación social de injusticia y el papel que tienen un grupo de personas fuertemente comprometidas con el servicio a los demás.

Aunque no sea redonda cinematográficamente –y haya decisiones de los personajes poco explicadas, poco elaboradas, quizás mal montadas– ni pueda presumir de ortodoxa al resolver los conflictos –no lo pretende en ningún momento–, es interesante la manera de mostrar las dificultades que pueden tener los sacerdotes para vivir su compromiso en contextos de violencia, pobreza o soledad. En ese sentido, comparten con el resto de los mortales las dudas, las debilidades, las decisiones equivocadas… y la esperanza, la gracia, la amistad, los sacramentos y la oración (la presencia constante del rezo del rosario no parece un detalle sin importancia). No es nada fácil reflejar todo esto en la pantalla, pero Trapero cuenta, además de con una historia poderosa, con un intérprete de lujo: Ricardo Darín, el verdadero protagonista de la cinta y su columna. Un actor que, aquí, parece haber nacido con clergyman.

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