Mathieu tiene 33 años, es ejecutivo de una empresa próspera, está casado y tiene un hijo de siete años. Su única “frustración” es no haber conocido a su padre; ni siquiera sabe quién fue: él es el resultado de una rápida aventura de su madre. La historia comienza cuando recibe una llamada desde Canadá que le anuncia que su padre acaba de fallecer y le ha dejado en herencia un paquete. Mathieu decide ir a Montreal para el entierro y conocer a su familia.
El hijo de Jean comienza como una anécdota curiosa en la vida cotidiana de un burgués, y cobra el carácter de una aventura en la que hay un misterio –uno pequeño– que resolver. Paso a paso, el espectador queda enganchado por aquel enigma familiar, y por otro, más importante: ¿qué va a hacer Mathieu con su familia y con su herencia? Hay que descubrirse ante la pericia del director para dar sabor y pulso heroico a un simple drama familiar.
El hijo de Jean representa una tendencia en alza del cine francés: historias sencillas, muy humanas, con una realización eficaz, lejos del efectismo, que llegan al público. Esta película, adaptación de una novela de Jean-Paul Dubois, viene de la mano de Philippe Lioret, director que tiene puesto el punto de mira en el corazón y que ha dado títulos tan interesantes como Welcome o El extraño. En el caso presente, plantea con sencillez nada menos que saber quién es uno, de dónde viene, quiénes forman parte de la familia, y la necesidad y deseo de amar. Casi se puede decir que el espectador ve cómo el corazón de un pequeño burgués se ensancha para perdonar, y para dar cabida a muchas personas.
Buena parte del mérito es del actor Pierre Deladonchamps, sobrio y expresivo al mismo tiempo, que se ha puesto a la estela del veterano Jacques Gamblin, a quien se parece y cuyo estilo imita. El reparto canadiense es excelente, aunque le haya tocado configurar los papeles secundarios. La fotografía en exteriores es notable.
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