Arnold es un ratón que atraviesa una crisis de madurez en toda regla. La sospechosa muerte de su mejor amigo le despierta una curiosidad casi enfermiza por encontrar significado y libertad en el mundo que le rodea.
A quienes hayan visto Psiconautas y Unicorn Wars, ambas ganadoras del Premio Goya a la mejor película de animación, en 2017 y 2023 respectivamente, no les resultarán extraños el argumento y el estilo de esta nueva peculiaridad de Alberto Vázquez. Con un sentido del humor tan ácido como certero, y una animación que aprovecha al máximo las posibilidades del 2D, la película es un homenaje al arte de contar y desconcertar, y al poder de la metáfora del mundo como gran teatro que ya adelantase Calderón de la Barca.
Dirigida a un público adulto, esta historia de giros esperpénticos tiene una lógica admirable, llena de contrapuntos y diálogos ingeniosos de decenas de personajes fugaces, al más puro estilo de los mejores cómics de Ibañez. El descenso a los infiernos del protagonista tiene trepidación y pausa en las medidas precisas, gracias a personajes como la original Campanilla. Dice su creador que ha intentado reflejar en su largometraje “un momento complejo con muchos cambios. Quería hablar de estas temáticas y de las crisis que vivimos en la época actual”.
Así aparecen con naturalidad en esta historia las carencias del ser humano del siglo XXI: la esclavitud tecnológica, los autoritarismos disfrazados de madres protectoras, la felicidad perpetua en pequeñas dosis con efectos secundarios… Pero junto a ese retablo de desastres, surgen también la reconciliación y la confianza de un matrimonio a la deriva que sabe reconstruirse, la redención de una amistad rota y de un perdedor empedernido. Un decorado muy completo de momentos arrebatadores de talento, con una elegancia que no se rompe en ningún momento de la película.