Berlanga, inolvidable y sin leyendas

GÉNEROS

Murió el director de cine Luis García Berlanga (Valencia, 1921-Madrid, 2010) y los medios de comunicación, especialmente los más dados a recoger las declaraciones sentenciosas de personas más o menos célebres, más o menos relacionadas con el cine, se han llenado de tópicos, dichos como una de esas pedaladas enérgicas que producen los demarrages de los ciclistas del pelotón para escaparse un rato y que la tele les preste atención.

Por otra parte, afirmar que la obra de Berlanga es genial, así de rotundo, sin matices, no responde a la realidad. Berlanga dirige cinco obras maestras en la década 1953-1963 y luego se eclipsa, con películas mediocres o sencillamente muy malas, muchas de ellas una mera acumulación de chusquedades de un erotómano confeso, como el mismo se definió de manera reiterada.

A Carlos Boyero, crítico de El País, no le temblaba el pulso para tildar de zafia la película La vaquilla y para señalar que sus películas a partir de la llegada de la democracia son bastante malas. Algunos directores de cine español, muy enfadados con este crítico que con frecuencia les pone a caldo, quizá añadan estas declaraciones a su peculiar lista de agravios y a su tendencia al llanto por el maltrato de la crítica española al cine español.

Quizás sea más razonable pensar que algunos críticos de cine españoles se atreven a decir con libertad si una película española le parece buena, mala o regular. Es algo que pueden permitirse ahora que, en teoría, no hay censura ni consignas del ministerio de información y turismo, que en muchos casos presionaba menos que algunos partidos políticos, asociaciones y empresas públicas y privadas de la era democrática.

Berlanga se definía, con su humor característico, como católico anarquista y nunca fue un hombre de izquierdas. Pretender convertirlo en un resistente de la izquierda es un desatino. Basta leer las recientes declaraciones de Carlos Saura para corroborarlo, aunque sinceramente no se termina de entender cierto tono de reproche en el director oscense.

Puestos a terminar con un lugar común, después de haber visitado unos cuantos en estas líneas, concluyamos: nadie en su sano juicio le reprocharía a John Ford ser republicano y con simpatías por el bando sudista después de ver Las uvas de la ira o El hombre tranquilo. Lo ha dicho muy bien nuestro compañero José María Aresté comentado la muerte de Berlanga y parafraseando la sentencia memorable de El hombre que mató a Liberty Valance: “No hace falta imprimir la leyenda cuando el Berlanga real resulta tan fascinante”.

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