Damien Chazelle es (o era) lo más parecido a un cineasta prodigio. Con apenas 30 años sorprendió con Whiplash, un absorbente drama sobre el precio del éxito, dos años después volvió a hechizar a la crítica –y a una parte importante del público– con La La Land, un musical que demostraba, no solamente su excelente gusto musical, sino su fascinación por el buen cine clásico. Su tercera película,
Contenido para suscriptores
Suscríbete a Aceprensa o inicia sesión para continuar leyendo el artículo.
Léelo accediendo durante 15 días gratis a Aceprensa.