Sin inventar la pólvora, Arrow se ha convertido en un producto rentable y respetado por la crítica como entretenimiento bien trabajado. En su estreno en España el pasado mes de julio logró casi 3 millones de espectadores y, aunque la audiencia ha bajado con el paso del tiempo, sigue siendo una serie más vista que otras similares como Terra Nova o Alphas. Además se presenta como una serie para todos los públicos, capaz de no ser infantil ni esclava de contenidos de sexo y violencia con los que a menudo se confunde el género “adulto”.
Los tres creadores de esta serie llevan muchos años dedicados a la televisión y se nota. Para bien en este caso. Greg Berlanti (Everwood, Eli Stone), Marc Guggenheim (Flashforward) y Andrew Kreisberg (Fringe), consiguen que Arrow tenga estilo propio. La adaptación televisiva del superhéroe Flecha Verde (no confundir con Linterna Verde, aunque ambos son creaciones de DC Comics) resulta un mecanismo ingenioso que consigue hacer funcionar piezas heredadas de otras series y películas.
Honestidad con arco y flechas
La historia es sencilla. Un heredero rico, dado por muerto, regresa a su ciudad de origen después de un naufragio, dispuesto a poner el orden y concierto en una sociedad dominada por la corrupción política y judicial. Para ello solo dispone de tres armas: su imbatible honestidad, un arco y unas flechas.
En primer lugar hay que advertir que la serie cuenta con uno de esos actores principales sobrado de músculos y falto de carisma. Quizás por eso, al principio no acabe de entusiasmar. Sin embargo, poco a poco el showrunner de la serie va encadenando aciertos, aportando giros y novedades que hacen que los personajes y las tramas no sean tan predecibles ni tan simples. Conforme avanzan los capítulos Arrow va dejando atrás series similares de superhombres con conflictos domésticos, como Smallville, Alphas, Sobrenatural, Grimm o Héroes. Sin llegar al nivel de excelencia que logró en el cine Christopher Nolan con El Caballero Oscuro, esta versión siglo XXI de Robin Hood puede presumir de tomarse en serio el alma de sus personajes sin morir en el intento.
Aunque en muchos momentos la realización es elemental, los diálogos tienen suficiente vida para que los personajes respondan a la épica y muestren un recorrido que muchas veces suele faltar en los superhéroes de la pequeña pantalla. De esta creatividad se acaba contagiando el protagonista, que, siendo un actor limitado, sabe crecer a lo largo de la temporada, y lograr que su personaje acabe siendo bastante más interesante y complejo de lo que prometía. Otro detalle que hay agradecer es que los personajes secundarios no sean espectadores bobos y pasmados ante el arquero justiciero. Hay un buen elenco de buenos y malos con varias capas que tardan en desvelarse.