Una nueva llamada a favor de la cultura de la vida

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El viaje de Juan Pablo II a Ciudad de México y San Luis
La defensa de la vida fue el hilo conductor del viaje de Juan Pablo II a Ciudad de México y San Luis, que tuvo lugar del 22 al 28 de enero. El motivo oficial de la visita era la entrega simbólica al pueblo americano de la exhortación apostólica Ecclesia in America, el documento que sintetiza las conclusiones de la asamblea para América del sínodo de los obispos. Pero su vigésimo viaje al continente donde viven la mitad de los católicos del mundo fue mucho más que un acto protocolario.

De entrada, el viaje se presentaba con cierto sabor nostálgico. Fue precisamente a Ciudad de México donde le llevó el primero de sus, hasta ahora, ochenta y cinco viajes de alcance internacional. Se ha dicho que la sorprendente acogida que le dispensaron los mexicanos marcó la pauta de lo que serían buena parte de los viajes posteriores. Ahora, veinte años después, era evidente el contraste entre su figura debilitada y la del Papa vigoroso que apareció ante los ojos del mundo en enero de 1979.

El continente de la vida

Un contraste, de todas formas, que constituye tal vez la nueva fuerza persuasiva de esta fase de su pontificado. Lo sintetizaba gráficamente el cronista del Corriere della Sera: «débil como está, lento en el caminar y en el hablar, Juan Pablo II, acogido ayer por dos millones de personas, no ha perdido nada del impulso humano y misionero con el que vino a México hace veinte años».

Entre la amplia gama de temas que abordó durante sus catorce intervenciones públicas, la defensa de la vida fue sin duda uno de los puntos constantes de su predicación. Fue algo que se vio ya al día siguiente de su llegada a Ciudad de México, en la homilía de la misa que celebró en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe (23 de enero), como conclusión del sínodo americano.

En esa ocasión, dijo: «La Iglesia debe proclamar el Evangelio de la vida y hablar con fuerza profética contra la cultura de la muerte. ¡Que el Continente de la Esperanza sea también el Continente de la Vida! Este es nuestro grito: ¡una vida con dignidad para todos! Para todos los que han sido concebidos en las entrañas de sus madres, para los niños de la calle, para los pueblos indígenas y los afro-americanos, para los inmigrantes y refugiados, para los jóvenes privados de oportunidades, para los ancianos, los que sufren cualquier tipo de pobreza o marginación. Queridos hermanos y hermanas, ha llegado el tiempo de eliminar de una vez para siempre de todo el continente los ataques contra la vida. ¡No más violencia, terrorismo, tráfico de drogas! ¡No más tortura ni otras formas de abuso! ¡Se debe poner fin al innecesario recurso a la pena de muerte! ¡Nunca más!».

Otras tres llamadas

Buena parte de la prensa se centró en el llamamiento contra la pena de muerte, vista además en clave de alegato contra los Estados Unidos, y dejó en segundo plano las otras denuncias. El Papa volvió sobre el tema de la defensa de la vida en otras tres ocasiones durante su estancia en México. En su discurso al cuerpo diplomático, subrayó que los principios de respeto a la dignidad de la persona humana tienen que ser «un dique contra todo atentado a la vida, desde su principio hasta su fin natural».

En la misa celebrada el 24 de enero ante cientos de miles de personas en el autódromo Hermanos Rodríguez, el Santo Padre puso «bajo el cuidado maternal [de Nuestra Señora de Guadalupe] a los jóvenes de esta patria, así como la vida e inocencia de los niños, especialmente de los que corren el peligro de no nacer. Confío a su amorosa protección la causa de la vida. ¡Que ningún mexicano se atreva a vulnerar el don precioso y sagrado de la vida en el vientre materno!».

Por último, en el sugestivo encuentro con los representantes de todas las generaciones del siglo, celebrado el día 25 en el estadio Azteca, volvió a referirse a este tema, colocándolo en esta ocasión en un contexto más amplio. «Porque algunos poderosos volvieron las espaldas a Cristo, este siglo que concluye asiste impotente a la muerte por hambre de millones de seres humanos, aunque paradójicamente aumenta la producción agrícola e industrial; renuncia a promover los valores morales, corroídos progresivamente por fenómenos como la droga, la corrupción, el consumismo desenfrenado o el difundido hedonismo; contempla inerme el creciente abismo entre países pobres y endeudados y otros fuertes y opulentos; sigue ignorando la perversión intrínseca y las terribles consecuencias de la ‘cultura de la muerte’; promueve la ecología, pero ignora que las raíces profundas de todo atentado a la naturaleza son el desorden moral y el desprecio del hombre por el hombre».

La clemencia del gobernador

La predicación del Papa a favor de la «cultura de la vida» continuó durante las treinta horas que pasó en San Luis. En este caso, una circunstancia externa hizo que su rechazo a la pena de muerte tuviera una resonancia especial. Un tribunal del Estado de Missouri había condenado a muerte a Darrell Mease, un reo declarado culpable de un triple asesinato. La ejecución de la sentencia se retrasó al 10 de febrero, para evitar la fecha inicialmente prevista, que coincidía con la estancia del Papa en la ciudad.

El Papa no hizo públicamente ninguna alusión a este asunto, pero luego se supo que el Secretario de Estado vaticano, cardenal Angelo Sodano, había intercedido en nombre del Papa a favor del reo ante el gobernador Mel Carnahan. El propio Juan Pablo II, cuando saludó al gobernador, que no es católico, le susurró que tuviera clemencia. Esos datos los dio a conocer el mismo Carnahan cuando comunicó, una vez que el Papa estaba de regreso a Roma, que había decidido conmutar la pena de muerte por la de cadena perpetua (sin posibilidad de reducción). Dijo que lo había hecho como gesto hacia el Santo Padre, no porque hubiera cambiado su opinión favorable sobre la pena capital.

«Innecesaria y cruel»

Y es que durante la misa ante cien mil personas que había celebrado el 27 de enero en el espacio cubierto del Trans-World Dome, el Papa se había referido de nuevo al «Evangelio de la vida» con una alusión explícita a la pena de muerte. Es interesante citar por entero el pasaje para comprender el tono y el contexto de las palabras del Papa: «¿Cómo podremos no ver, como creyentes, en el aborto, en la eutanasia y en el suicidio asistido un terrible rechazo de la vida y el amor, dones de Dios? ¿Cómo podremos no sentir, como creyentes, el deber de rodear al enfermo y a los necesitados con el calor de nuestro afecto y el apoyo que les ayudará siempre a abrazar la vida?».

La nueva evangelización, añadió el Papa, «pide seguidores de Cristo que sean incondicionalmente pro vida, que proclamen, celebren y sirvan al Evangelio de la vida en todas las situaciones. Un signo de esperanza es el creciente reconocimiento de que la dignidad de la vida humana no se debe quitar nunca, incluso en el caso de alguien que haya cometido un gran mal. La sociedad moderna tiene los medios para protegerse a sí misma, sin negar definitivamente a los criminales la oportunidad de reformarse. Renuevo mi llamamiento, que hice la última vez en Navidad, para que se llegue a un consenso para poner fin a la pena de muerte, que es cruel e innecesaria».

La influencia de América

Se trata posiblemente de una de las intervenciones orales más completas en las que el Papa ha presentado la abolición de la pena de muerte en el contexto de la promoción de la cultura de la vida. A la vida se había referido también el día anterior, 26 de enero, en la misma ceremonia de bienvenida, en el aeropuerto de San Luis, cuando dijo: existe hoy «un conflicto entre una cultura que afirma, custodia y celebra el don de la vida, y una cultura que intenta excluir enteros grupos de seres humanos, los no nacidos, los enfermos terminales, los impedidos y otros considerados ‘inútiles’, de la tutela legal». Dijo que por la gravedad de lo que está en juego, y como consecuencia de la influencia que Estados Unidos tiene en el mundo, es necesario que «América resista a la cultura de la muerte y elija estar firmemente de la parte de la vida».

En el texto del discurso estaba escrito también que elegir la vida implica el rechazo de toda forma de violencia: «La violencia de la pobreza y del hambre, que oprime a tantos seres humanos; la violencia del conflicto armado, que no resuelve sino que incrementa las divisiones y las tensiones; la violencia de las armas particularmente repugnantes como las minas anti-personas; la violencia del narcotráfico; la violencia del racismo y la violencia del daño inconsiderado al medio ambiente natural».

Desenmascarar la incoherencia

Como se deduce de los textos citados, en ningún momento el Papa equiparó la condena moral que merece, por ejemplo, el aborto con la de la pena de muerte. Al referirse a la pena de muerte subrayó, como ya hizo en la encíclica Evangelium vitae (y recoge la versión definitiva del Catecismo de la Iglesia católica) que en las circunstancias actuales es «innecesaria y cruel»: la sociedad tiene otros medios para defenderse.

Parece necesaria esta puntualización, ya que diversos medios de comunicación aplaudieron el firme rechazo de la pena de muerte pronunciado por el Papa, pero no prestaron atención al resto de su discurso, a los demás elementos que configuran el «Evangelio de la vida». Además, como el apoyo a la pena de muerte es mayoritario entre la población de Estados Unidos, también entre los católicos, no ha faltado quien ha visto en esto otro elemento de desacuerdo doctrinal entre el Papa y los fieles norteamericanos, quienes «tampoco le siguen en materias de moral sexual y sacerdocio femenino», como subrayaron algunos comentaristas.

En el fondo, la doctrina sobre la pena de muerte que está predicando el Papa es todavía nueva y deriva, en buena parte, de circunstancias coyunturales: ahora no es necesaria; además, es preciso dar al culpable la oportunidad de redimirse.

Con su rechazo a la pena de muerte, el Papa está dejando al descubierto la incoherencia de quienes la combaten pero se olvidan al mismo tiempo de los otros atentados contra la vida, que incluso numéricamente son incomparablemente más frecuentes.

Diego Contreras

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