Rezar en Haití

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En Haití los templos se derrumbaron como los demás edificios. La catedral y las ochenta parroquias de Puerto Príncipe quedaron destruidas por el terremoto. El seminario se desplomó. El arzobispo, Mons. Miot, murió bajo los escombros de la catedral. Pero las crónicas coinciden en que la gente reza en la calle. “Haití se queda sin iglesias, pero no sin religión”, escribe el enviado del diario La Vanguardia.

Una catástrofe de tal magnitud lleva siempre a preguntarse qué sentido tiene todo ese sufrimiento. ¿Podemos seguir hablando de una providencia divina? No es que vayamos a descubrir ahora el escándalo del sufrimiento, desmenuzado ya en el Libro de Job. Pero es uno de esos momentos en que el hombre puede rebelarse ante lo incomprensible y perder la esperanza.

Sin embargo, los haitianos rezan, cada uno a su modo. “Con una mezcla de fervor y fatalismo, católicos y protestantes y practicantes del culto vudú se reúnen en plena calle para rezar y agradecer a Dios haber sobrevivido al seísmo”, constata el periodista. Ciertamente, en una situación de este tipo no creer en Dios no comporta ninguna ventaja. El eslogan publicitario de los ateos estilo Richard Dawkins -“Probablemente Dios no existe, así que deja de preocuparte y disfruta de la vida”- no es un mensaje muy estimulante entre las ruinas de Puerto Príncipe.

Uno puede sentirse liberado si deja de creer en los hechizos y el mal de ojo. Pero dejar de creer en Dios no supone ninguna ganancia, si la alternativa es encontrarse solo ante una naturaleza indiferente al hombre y sin ninguna perspectiva ultraterrena.

Tendrían más motivos para justificar sus creencias ante un fenómeno de este tipo los partidarios de la teoría de Gaia, que ven la Tierra como un ser vivo que se autorregula. Un seísmo es simplemente uno de los modos de esa regulación, y las víctimas humanas no merecerían más atención que las de ninguna otra especie viviente. Es más, como el hombre es el depredador por excelencia y la mayor amenaza para la Tierra, unos cuantos miles menos sería casi una buena noticia.

Afortunadamente pocos creen en eso hasta sus últimas consecuencias, así que no nos extraña que los equipos de rescate se pasen días escarbando entre los escombros para salvar a algunos ejemplares de la especie humana.

Los haitianos necesitan muchas cosas, entre ellas también consuelo y esperanza. Y en ese desamparo, el recurso a la oración les sale de modo natural. “La afluencia de fieles ha aumentado, la gente busca refugio en la religión. La fe es como una tabla de salvación, la única esperanza ante la pérdida de seres queridos, casa, empleo…”, comenta a La Vanguardia el presidente de Caritas Haití.

Algunos verán en esto el “opio del pueblo”. Pero en realidad revela que la gente confía en que el sufrimiento no tiene la última palabra. Como escribe C.S. Lewis, “el dolor no sería problema si, junto con nuestra experiencia diaria de un mundo doloroso, no hubiéramos recibido una garantía suficiente de que la realidad última es justa y amorosa” (El problema del dolor). Si uno piensa que el mundo es injusto y absurdo, no se extraña de que sea doloroso. Pero el hombre es un ser siempre en busca de sentido y esa misma inquietud revela que está hecho para algo más.

Lewis reconoce que, cuando era ateo, “mi argumento en contra de Dios era que el universo parecía tan injusto y cruel. Pero ¿cómo había yo adquirido esta idea de lo que era “justo” y lo que era “injusto”? Un hombre no dice que una línea está torcida a menos que tenga una idea de lo que es una línea recta. … Así, en el acto mismo de intentar demostrar que Dios no existía -en otras palabras, que toda la realidad carecía de sentido- descubrí que me veía forzado a asumir que una parte de la realidad -específicamente mi idea de la justicia- estaba llena de sentido. En consecuencia, el ateísmo resulta ser demasiado simple”.

Cuando reconstruyan Haití, junto a las viviendas, las escuelas, los hospitales, también se edificarán templos. A juzgar por la respuesta de los haitianos, da la impresión de que los necesitan tanto como las propias casas.

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