Profesiones de fe en lo «políticamente correcto»

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«Muchas cosas que no son perseguidas por la ley pueden ser consideradas inmorales. Pienso que la homosexualidad es un pecado, pero no un delito penal. El Estado no tiene derecho a meter la nariz en este campo». Con estas palabras respondía el político italiano Rocco Buttiglione a la pregunta acerca de su punto de vista sobre la homosexualidad, en el curso de una sesión ante una comisión del Parlamento Europeo. Buttiglione es el candidato a ocupar la cartera de Justicia, Libertades Civiles y Seguridad en la nueva Comisión Europea que entrará en funciones el 1 de noviembre, de la que será también vicepresidente.

Lo que parecía una coherente distinción entre moralidad y derecho positivo, y un modo de mostrarse contrario a la discriminación contra los homosexuales sin renunciar a la propia conciencia moral, fue visto por buena parte de los parlamentarios como una expresión de fanatismo religioso que convertía a Buttiglione en un candidato no apto para el cargo. El presidente del Parlamento Europeo, el socialista José Borrell, declaró que «como español» no le gustaría tener un ministro así y que sería preferible que se dedicara a las remolachas. Salida considerada extemporánea en un presidente de parlamento, que se adjudicaba además el papel de portavoz del sentimiento de toda una nación.

Una de las parlamentarias más activas en el debate, la holandesa Sophia in’t Veld, justificó días después el juicio negativo con unas afirmaciones que ofrecen más datos para entender lo que está en juego. Buttiglione es una persona inteligente, preparada, sincera, dijo, «pero no parece dispuesta a empeñarse de modo activo contra las discriminaciones». No las discriminaciones que sufren los minusválidos, los ancianos, los pobres o los inmigrantes, sino el hecho de que Buttiglione declarase que no pensaba en la promoción de los «matrimonios gay».

A parte de las contingentes batallas políticas y de poder que se entrevén detrás de la polémica, todo parece indicar que la piedra de toque de lo «políticamente correcto» pasa ahora a través de la promoción activa y pública de lo homosexual. No se tolera una actitud que se limite a la no-discriminación. Para comentaristas como Ernesto Galli della Loggia, algunos grupos políticos de izquierdas -superadas las causas obrera y sindical, el Estado de bienestar, etc.- se han pasado en efecto a la «ideología de lo políticamente correcto», es decir, «la ideología del obligatorio y general relativismo de los valores y de la consecuente acusación de intolerancia para quien tiene algo que objetar, de la tendencial reducción a ‘derecho’ de cualquier inclinación u opción personal».

En el fondo, como afirmaba el propio Buttiglione, lo que le pedían quienes le acusaban de fanático era «una profesión de fe sobre la bondad moral de la homosexualidad. Esto significa ejercer una violencia sobre la conciencia. No pretendo renunciar a desarrollar el trabajo para el que he sido designado; pero tampoco tengo la intención de renunciar a mis ideas y principios por un cargo».

Diego ContrerasElecciones en EE.UU.: Kerry, la fe y las obras

En esta sociedad europea donde el adjetivo «trasgresor» se ha convertido en un elogio («lenguaje trasgresor», «obra provocativa y trasgresora»), no hay nada más peligroso que trasgredir los convencionalismos de lo políticamente correcto. Rocco Buttligione lo ha experimentado en propia carne, al afirmar en el Parlamento Europeo, a preguntas de una comisión parlamentaria, que, según sus convicciones, «la homosexualidad es un pecado», aunque, a renglón seguido aclarara que eso no debe influir en la política y que los homosexuales tienen los mismos derechos que cualquier otro ciudadano.

Ante tal pecado de «homofobia», ha sido lapidado política y mediáticamente por los defensores de la Europa plural y tolerante. ¡He aquí un peligroso católico radical que se atreve a sacar del armario sus convicciones religiosas!

Pocos días después ha tenido lugar el tercer debate televisado entre Bush y Kerry, en el que, entre otros temas, se habló también de la religión y de la homosexualidad. Kerry, que ante el electorado tiene que demostrar que Bush no reza más que él, declaró, sin que nadie se lo preguntase, que tenía el mayor respeto por la religión, «he sido educado en la fe católica, y he sido monaguillo». Aclaró que, como dijo en su día John Kennedy, «no quiero ser un presidente católico, sino un candidato a la presidencia que resulta ser católico». Pertinente precisión. Y, ya lanzado, garantizó que «mi fe influye en todas mis acciones», y hasta enarboló la cita bíblica «la fe sin obras es una fe muerta».

Si Buttiglione hubiera dicho ante la comisión parlamentaria que «mi fe influye en todas mis acciones», el ruido de las vestiduras rasgadas habría sido ensordecedor. Pero, si lo dice Kerry, ya no es un peligroso fanático, sino un político liberal razonable, pues es el candidato natural de la izquierda europea que sataniza a Bush.

Quizá porque se da por supuesto que la fe de Kerry influye poco o nada en las cuestiones éticas controvertidas. ¿Aborto? «Creo que la elección corresponde a la mujer. No es legítimo imponer a otro un acto de fe». ¿Hará falta la fe para creer en lo que muestra una ecografía? «Es un asunto entre una mujer, su médico y Dios». Aunque luego no dijo que el salario mínimo fuera una cuestión entre el trabajador, el patrono y Dios. ¿Aborto tardío por decapitación del feto? Kerry votó contra la ley que lo prohibía. En este aspecto, la fe de Kerry no necesita muchas obras.

En cuanto al matrimonio homosexual, hubo acuerdo entre los dos candidatos. Ambos consideran que hay que respetar las opciones vitales de ciudadanos adultos, pero que el matrimonio exige dos sexos. En palabras de Kerry, «el matrimonio debe hacerse entre un hombre y una mujer». Los que en Europa intentan convertir la cuestión del matrimonio homosexual en la piedra de toque del progresismo político, tendrían que descalificar a Kerry por esta postura «discriminatoria», sin duda debida a «creencias religiosas». Pero, ya que se trata de jalear a Kerry, mejor no encarnizarse. Otra solución es la censura: así, «El País» (15-10-2004), en tres páginas dedicadas al debate, no encuentra espacio para recoger las palabras de Kerry sobre el matrimonio y los homosexuales.

Para este tratamiento mediático, el pecado de tener y exhibir convicciones religiosas es tolerable al otro lado del Atlántico. En cualquier caso, lo imprescindible es comulgar con los que, para imponer sus convicciones irreligiosas, prohíben a sus adversarios exponer sus convicciones.

Ignacio Aréchaga

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