Política y prejuicios religiosos

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A estas alturas cualquier votante americano podría estar al tanto de la vida y milagros de los candidatos a la presidencia. Sin embargo, la encuesta del Pew Research Center publicada hace pocos días muestra que solo la mitad de los americanos sabe que Barack Obama es cristiano, como realmente es. En cambio, el 13% de los votantes registrados asegura que es musulmán, porcentaje superior al 10% que contestaba lo mismo el pasado marzo.

Muchos votantes ven la religiosidad de Barack Obama al menos confusa. Con ese nombre, un padre africano, una infancia en Indonesia, ¿no es musulmán o algo así? Una de esas persistentes leyendas cuenta que juró su cargo sobre el Corán, y no sobre la Biblia, cuando la verdad es justo la contraria.

Todo esto podría parecer estrambótico, pero mientras el voto del artista de Hollywood cuente tanto como el del agricultor de Oregón, Obama tiene un problema. Ser o parecer musulmán en EE.UU. tras el 11-S no es precisamente un imán para atraer votos.

Si la fe cristiana de Obama está aún en discusión, algunos creen que no se debe a falta de información sino a un prejuicio que no quiere decir su verdadero nombre. Nicholas D. Kristof comenta en International Herald Tribune (23-9-2008) que “el prejuicio religioso se está convirtiendo en la máscara del prejuicio racial”. Si ya no es tolerable expresar reservas sobre el color de la piel del candidato, el malestar ante la raza se disimula bajo la desconfianza sobre si Obama es suficientemente cristiano.

En otras latitudes, como en España, el prejuicio sobre la religión funciona a la inversa. Lo acabamos de ver en algunas reacciones a propósito de la propuesta, pactada entre el gobierno y la oposición, de Carlos Dívar como presidente del Consejo General del Poder Judicial. Casi todo el mundo reconoce que Dívar es un buen juez, prudente, conciliador, con sentido institucional, discreto para desesperación de periodistas, y ajeno a los bandos políticos de la judicatura. En 2006 fue reelegido como presidente de la Audiencia Nacional por unanimidad del Consejo. No son pocas virtudes para presidir un órgano que hasta el momento se ha caracterizado por la politización y el enfrentamiento.

Pero tiene un grave defecto, a juicio de algunos: es un hombre de convicciones religiosas. El País dio la alarma al presentarlo en titulares como “un magistrado muy religioso al frente del Poder Judicial”. Al día siguiente volvía a insistir con un editorial en el que, aun reconociendo las virtudes del juez, mostraba su perplejidad por el hecho de que Zapatero hubiera optado por “un juez ideológicamente conservador y caracterizado por su religiosidad”. En esta línea han ido también las críticas de la asociación Jueces para la Democracia como si por el hecho de tener convicciones religiosas incurriera en un supuesto de incompatibilidad profesional.

Da la impresión de que ser religioso es un pecado imperdonable para aspirar a un cargo público en una democracia que se dice pluralista. Todo lo más, se puede ser creyente no practicante. Pero un juez que, según dicen, es de misa diaria y que ha dado conferencias sobre “el testimonio cristiano en la vida pública”, es realmente preocupante. Algunos dicen que puede dejarse influir por sus convicciones religiosas si el Consejo tiene que dar su opinión sobre leyes como las relacionadas con el aborto o la eutanasia. Pero, del mismo modo, otros jueces del Consejo no van a poner entre paréntesis sus convicciones firmemente ateas cuando se trata de tomar postura en estas cuestiones. Porque convicciones tenemos todos, creyentes y no creyentes. Lo único que importa es que, a la hora de desempeñar un cargo judicial, se argumente con razones jurídicas.

Los prejuicios religiosos o antirreligiosos no son más admisibles en EE.UU. que en España. Pero todavía hay diferencias. Los tradicionales prejuicios raciales tienen que disfrazarse en EE.UU. con otros ropajes. En España, los prejuicios antirreligiosos se utilizan a cara descubierta y en grandes titulares, con la desenvoltura del antiguo Sur segregacionista.

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