La modernidad del catolicismo estadounidense

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En su exploración por la evolución de las relaciones entre Iglesia católica y mundo moderno, George Weigel dedica varias páginas a analizar la situación en Estados Unidos, un auténtico banco de pruebas para la compatibilidad entre la fe católica y la democracia liberal.

Para el pensador americano, el catolicismo en su país, aunque minoritario, no tuvo que afrontar el vínculo político con el absolutismo que lastró la entrada en la modernidad del catolicismo europeo.

La fe católica experimentó un enorme crecimiento en Estados Unidos a lo largo del siglo XIX, a diferencia de lo que ocurrió en Europa a consecuencia de las políticas secularizadoras y la aparición de nuevas ideologías, como el marxismo. Si en el siglo XVIII, el número de fieles católicos era de 35.000 en tierras americanas, al comenzar el siglo XX, superaba el millón y medio, en parte gracias también a la inmigración.

La Iglesia despertó el interés de todas las clases sociales y desempeñó una función social muy importante entre los más desfavorecidos. Especialmente relevante fue la labor de los católicos en las fábricas. De ese modo, “la Iglesia en Estados Unidos no solo consiguió mantener la lealtad de los trabajadores, sino que también pudo construir una amplia infraestructura institucional como en ninguna otra parte del mundo”.

Una cultura paralela

Los teóricos de la secularización siempre han insistido en la excepcionalidad de Estados Unidos, un país cuya configuración política deja amplios espacios para el desarrollo de la sociedad civil, como ya señaló Tocqueville. Weigel explica que los católicos estadounidenses nunca pensaron que la democracia liberal o sus valores, como la libertad de conciencia o la tolerancia, contradijeran las verdades de la fe; por el contrario, supieron aprovechar el margen que brindaba la limitación del poder político para implicarse en numerosos proyectos de asistencia social.

La vitalidad mostrada por los católicos norteamericanos dio como fruto una poderosa red de instituciones de cuya labor surgió una suerte de cultura paralela, muy importante en la labor evangelizadora: colegios, universidades, centros de salud, programas de ayuda a los trabajadores y a los inmigrantes, etc.

La vitalidad mostrada por los católicos norteamericanos dio como fruto una poderosa red de instituciones

También el catolicismo estadounidense tuvo intelectuales que trabajaron por demostrar que los principios de la democracia liberal eran coherentes con la fe. Weigel destaca la figura de John Courtney Murray (1904-1967), teólogo jesuita, para quien la libertad religiosa constituía indudablemente uno de los derechos fundamentales más básicos. De hecho, muchas de su ideas se recogieron más tarde en el decreto Dignitatis humanae del Vaticano II. En definitiva, concluye Weigel en su último ensayo, la Iglesia en Estados Unidos demostró que el catolicismo “podía florecer bajo condiciones modernas, siendo al mismo tiempo fiel a Roma”. 

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