Macron se propone integrar el islam en la República laica francesa

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Es conocida la capacidad del presidente Emmanuel Macron de plantearse objetivos de síntesis de extremos en principio difícilmente conciliables. Ahora aplica ese planteamiento al islam: la experiencia muestra que no está siendo fácil encajarlo dentro del orden jurídico europeo.

En Francia, el islam choca inevitablemente con uno de sus grandes mitos culturales: no es fácil armonizar la pasión por la laicidad –la ley de 1905 prohíbe a los poderes públicos financiar la religión e injerirse en la organización de los cultos– con una inspiración religiosa que no admite la separación entre religión y política. Macron acaba de exponer en Mulhouse las líneas generales de su acción futura, ciertamente a solo un mes de las elecciones municipales, pero quizá para ir preparando su reelección presidencial en 2022.

En la cultura católica, especialmente desde el Concilio Vaticano II, se puede considerar superada toda nostalgia de una cristiandad confesional. En el impulso del ecumenismo y el diálogo interreligioso, especialmente con el pueblo hebreo y los musulmanes –“merecedores de admiración por todo lo que en su culto a Dios hay de verdadero y de bueno”, en expresión de Pablo VI–, no hay irenismo ni sincretismo. Se reconocen los valores espirituales y morales de las diversas confesiones religiosas, dentro de un espíritu de concordia sin confrontación, que permite apoyar también iniciativas en el campo de la libertad religiosa, de la hermandad humana, de la cultura, de la asistencia social. Forma parte de la fraternidad humana, objeto de la famosa declaración de Abu Dabi, firmada hace ahora un año.

Cultura occidental y nostalgia de la sharía

El espíritu de diálogo no implica ocultar las dificultades, no solo en las poderosas repúblicas islámicas, que no siempre se caracterizan por el respeto a las minorías. La realidad es que cuesta la integración de los musulmanes en los países occidentales; su presencia crece en Alemania, Francia o Gran Bretaña; por supuesto, en Italia y España; incluso, en Estados Unidos. A pesar de la tolerancia propia de la cultura democrática, crecen los guetos en zonas urbanas donde, de hecho, rige la sharía, la ley islámica, con tribunales que aplican, por ejemplo, un derecho de familia en tantos aspectos muy diverso.

Desde hace tiempo, no es pacífica en Francia la aplicación del principio de laicidad, incompatible a primera vista con el objetivo de sucesivos gobiernos de integrar la realidad musulmana en el ordenamiento civil. Se habla mucho en los últimos años de un “islam de Francia”, que asumiría los valores republicanos y laicos de la ley de separación de 1905, frente a las posiciones que no renuncian a elementos tomados de la sharía.

En 2003 se creó un Consejo Francés del Culto Musulmán, como instancia representativa ante las autoridades públicas, inspirado en la jerarquía católica, la federación protestante o los grandes rabinos. Se han ido sucediendo sus presidentes, sin lograr el pleno consenso de los musulmanes que viven en Francia. Existen notorias rivalidades entre diversas asociaciones y federaciones, no todas compatibles con la ley de laicidad.

El separatismo islamista como enemigo

Ya en la campaña presidencial, Emmanuel Macron anunció su intención de avanzar en aspectos como la formación de los imanes, la financiación y gestión del culto en mezquitas y lugares de oración, o la lucha contra el proceso de radicalización de gente joven. Considera que ha llegado ahora el momento de dar un gran impulso a su proyecto. Eligió la ciudad de Mulhouse, donde son notorios los barrios problemáticos, para lanzar –el 18 de febrero–, grandes líneas de integración social.

Desde su dialéctica, Macron sustituye la clásica negación del comunitarismo por la lucha contra el enemigo del “separatismo islamista”, preludio de la radicalización, que lleva al terrorismo: en el fondo, se mantiene el objetivo de evitar que las comunidades musulmanas de Francia, demasiado influidas por imanes radicales formados en el extranjero, se transformen en una sociedad segregada, con leyes propias, ajenas a valores esenciales de la República, como igualdad y libertad; desde algunas ópticas, como la de las llamados Hermanos Musulmanes, el deseo no es separar, sino islamizar la sociedad en que viven. El presidente francés insiste, sin embargo, en la idea de separatismo, lógicamente sin estigmatizar a los musulmanes, ni buscar chivos expiatorios; pero subraya que “no se puede jamás aceptar que las leyes de una religión sean superiores a las leyes de la República. Es así de simple”.

Los grandes objetivos

Y así de complejo, comenzando por la dificultad de la intervención estatal para conseguir la primera meta: la formación en Francia de los imanes que predican en las mezquitas… Para evitar las influencias extranjeras –cada año llegan a Francia unos trescientos imanes, procedentes sobre todo de Turquía, Marruecos y Argelia–, el Estado asumiría la responsabilidad de la formación, con el apoyo del Consejo Francés del Culto Musulmán. De momento, no se concretan los contenidos, la organización ni la financiación, de esa tarea formativa autónoma.

Tampoco será fácil abolir en los centros educativos confesionales la enseñanza de la lengua y la cultura de los países de origen. Actualmente, el Ministerio de Educación no controla esos cursos, impartidos normalmente por profesores designados por gobiernos extranjeros. Se sustituirían por programas de carácter internacional, integrados en los planes de estudio. Han aceptado ese plan ocho Estados, con la significativa negativa de Turquía.

“En la República no hay lugar para el islam político”: no es fácil interpretar esa afirmación tajante del presidente, al menos desde la experiencia de la existencia de tantas repúblicas islámicas en el mundo. De hecho, no faltan musulmanes que no entenderían esa postura cuando se reconoce, aunque estén en declive, los partidos democristianos. Son realidades muy diversas, pero aducidas una y otra vez en los debates.

Menos problemas plantea, al menos a primera vista, la intensificación de medidas destinadas a reforzar los servicios públicos en las barriadas más problemáticas, para luchar contra las discriminaciones y facilitar el empleo de los jóvenes gracias a una mejor formación intelectual. Más trabajo costará superar los prejuicios antifeministas en la escuela o en la asistencia médica.

Se espera, en fin, que el presidente Macron explique con más detalle, en próximas intervenciones, el contenido de la posible ley sobre cuestiones pendientes de carácter económico: así, la creación y el sostenimiento de mezquitas y lugares de oración, o la trasparencia en los flujos financieros derivados de los productos halal y de la organización de las peregrinaciones a la Meca.

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