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El Papa abre horizontes a los jóvenes

publicado
DURACIÓN LECTURA: 19min.

Jesús “¡vive y te quiere vivo!”. Así lo comunica el Papa Francisco a los jóvenes en su exhortación apostólica Christus vivit, fechada el 25 de marzo pasado y hecha pública el 2 de abril, que recoge las reflexiones del último Sínodo de los Obispos (“Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”). El documento repasa las posibilidades y dificultades de los jóvenes de hoy, y les alienta a volar alto.

 

ÍNDICE DE CAPÍTULOS

  1. ¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?
  2. Jesucristo siempre joven
  3. Ustedes son el ahora de Dios
  4. El gran anuncio para todos los jóvenes
  5. Caminos de juventud
  6. Jóvenes con raíces
  7. La pastoral de los jóvenes
  8. La vocación
  9. El discernimiento

Ante los retos, Francisco comienza dando seguridades a sus destinatarios: “Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar” (n. 2).

En el capítulo primero (“¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?”), el Papa ilustra esta realidad con la parábola del hijo pródigo, del evangelio de san Lucas: los jóvenes pueden tomar salidas equivocadas, para luego recapacitar y volver a la senda. “Es propio del corazón joven disponerse al cambio, ser capaz de volver a levantarse y dejarse enseñar por la vida” (n. 12).

Para hacer la ruta se precisa estar bien dispuesto, por eso pide que nadie desaliente a los muchachos ni les robe la esperanza: “Un joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor” (n. 15). Pero también sugiere a los jóvenes no desechar el consejo y la ayuda de los mayores, porque la sabiduría está en saber rescatar lo valioso de sus experiencias y alejarse de un estéril culto a la juventud “que desprecia a los demás por sus años, o porque son de otra época” (n. 16).

“Un joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo”

Formación

Porque aun Jesús, un joven en el momento de su revelación al mundo –capítulo segundo: “Jesucristo siempre joven”– necesitó de formación, de un proceso de paulatina preparación. Y ello, mientras se relacionaba con su familia y sus amigos, no aislado de ellos. Es el modelo que propone Francisco: proyectos pastorales que tomen a los jóvenes, insertos en la sociedad, para prepararlos y lanzarlos “al encuentro con los demás, al servicio generoso, a la misión” (n. 30).

Y la Iglesia, misionera, es joven. Puede renovarse “y volver a ser joven en diversas etapas de su larguísima historia” (n. 34). No joven por ceder a la tentación de desfigurar su mensaje y diluirse con los demás. “Es joven cuando es ella misma, cuando recibe la fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día. Es joven cuando es capaz de volver una y otra vez a su fuente” (n. 35).

El Pontífice llama a la Iglesia a estar atenta a los signos de los tiempos, y que así como puede emitir una crítica acertada y constructiva, algo que muchos jóvenes ven con simpatía, sería oportuno que se abstuviera de pasársela “condenando al mundo”. Ni una Iglesia apocada, ni una en actitud belicosa “por dos o tres temas que la obsesionan” (n. 41). Por ejemplo, la Iglesia puede estar abierta a “los discursos sobre la defensa de los derechos de las mujeres, (…) aunque no esté de acuerdo con todo lo que propongan algunos grupos feministas” (n. 42).

Encontrar caminos

Respecto a los jóvenes del presente –capítulo tercero: “Ustedes son el ahora de Dios”–, Francisco pidió no quedarse en las recriminaciones a las nuevas generaciones; en juicios que, a fin de cuentas, alejan más que acercan.

“La clarividencia de quien ha sido llamado a ser padre, pastor o guía de los jóvenes consiste en encontrar la pequeña llama que continúa ardiendo, la caña que parece quebrarse (cf. Is 42,3), pero que sin embargo todavía no se rompe. Es la capacidad de encontrar caminos donde otros ven solo murallas, es la habilidad de reconocer posibilidades donde otros ven solamente peligros. Así es la mirada de Dios Padre, capaz de valorar y alimentar las semillas de bien sembradas en los corazones de los jóvenes” (n. 67).

Además, alertó sobre los peligros a que se enfrentan muchos de ellos: por una parte, las influencias para que se vuelvan punta de lanza contra otros jóvenes, o para que no tengan otro objetivo que alimentar su propio egoísmo; por otra, la realidad de la marginación y la exclusión social. El Papa ha querido asimismo subrayar tres de los temas tocados en el reciente Sínodo sobre los jóvenes: el ambiente digital, las migraciones y los abusos por parte de miembros del clero (nn. 86-102).

Un anuncio que renueva la vida

En el capítulo cuarto (“El gran anuncio para todos los jóvenes”), el Papa dirige a todos los jóvenes “un anuncio que incluye tres grandes verdades”, válido para “cualquier circunstancia” porque es “lo más importante, lo primero” (n. 111).

La primera es: “Dios te ama” (n. 112), una certeza que Él mismo insiste en expresar de diversas formas en la Sagrada Escritura. Con ejemplos tomados de los libros proféticos del Antiguo Testamento, Francisco muestra cómo “para Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas, porque eres obra de sus manos” (n. 115).

“La segunda verdad es que Cristo, por amor, se entregó hasta el final para salvarte” (n. 118). Y, con ese amor hasta el extremo, sigue liberándonos hoy: “Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa (n. 123)”.

“Hay una tercera verdad, que es inseparable de la anterior: ¡Él vive!” (n. 124). Cristo ha resucitado y, por eso, podemos confiar en que Él llene de luz nuestra vida (n. 125). Ahí radica la seguridad del cristiano: Cristo vive y sigue dándonos “vida en abundancia”, en palabras de San Juan (n. 128).

Con el anuncio de estas verdades, Francisco quiere mostrar a cada joven “la experiencia fundamental” que ofrece el mensaje cristiano: el encuentro personal con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que ensancha y renueva la vida (nn. 129-133).

Dios te quiere feliz

El capítulo quinto (“Caminos de juventud”) plantea cómo vivir ese “tiempo de sueños y de elecciones”, que es la juventud. “El amor de Dios y nuestra relación con Cristo vivo no nos privan de soñar, no nos exigen que achiquemos nuestros horizontes. Al contrario, ese amor nos promueve, nos estimula, nos lanza hacia una vida mejor y más bella” (n. 138).

Con la seguridad que da esta compañía, el Papa exhorta a los jóvenes a superar el miedo a los compromisos definitivos. “No hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de cometer errores. Sí hay que tener miedo a vivir paralizados, como muertos en vida” (n. 142). “Jóvenes, no renuncien a lo mejor de su juventud, no observen la vida desde un balcón. (…) ¡Abran la puerta de la jaula y salgan a volar!” (n. 143).

Junto a la “proyección hacia el futuro”, en los jóvenes hay también “un fuerte deseo de vivir el presente”. Francisco disipa recelos y les recuerda que este mundo “repleto de belleza” es un regalo de Dios (n. 144). “Contrariamente a lo que muchos piensan, el Señor no quiere debilitar estas ganas de vivir. (…) El verdadero Dios, el que te ama, te quiere feliz” (n. 145).

“El amor de Dios nos promueve, nos estimula, nos lanza hacia una vida mejor y más bella”

Esta invitación a disfrutar de los regalos de Dios no es una llamada al “desenfreno irresponsable que nos deja vacíos y siempre insatisfechos, sino a vivir el presente a lo grande, utilizando las energías para cosas buenas, cultivando la fraternidad, siguiendo a Jesús y valorando cada pequeña alegría de la vida como un regalo del amor de Dios” (n. 147). Vivir “plenamente el hoy” es intentar llenar “de amor cada momento” (n. 148), incluidos los de sufrimiento, donde también nos espera Dios (n. 149).

Vivir a fondo la juventud es vivir “en amistad con Cristo”, encontrarse con Él en la oración, en su Palabra y en los sacramentos (nn. 150-161). Gracias a esa conexión íntima con Dios, crecemos y nos abrimos a su llamada personal a la santidad: “Llegar a ser santo es llegar a ser más plenamente tú mismo, a ser ese que Dios quiso soñar y crear, no una fotocopia. Tu vida debe ser un estímulo profético, que impulse a otros, que deje una marca en este mundo, esa marca única que sólo tú podrás dejar” (n. 162).

La revolución de la caridad

Esa llamada singular nos abre a los demás: “Siempre es mejor vivir la fe juntos y expresar nuestro amor en una vida comunitaria, compartiendo con otros jóvenes nuestro afecto, nuestro tiempo, nuestra fe y nuestras inquietudes. La Iglesia ofrece muchos espacios diversos para vivir la fe en comunidad” (n. 164).

Para los laicos, no obstante, el riesgo es permanecer encerrados “en pequeños grupos” autorreferenciales, “olvidando que la vocación laical es ante todo la caridad en la familia, la caridad social y la caridad política: es un compromiso concreto desde la fe para la construcción de una sociedad nueva, es vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar sus diversas instancias” (n. 168).

Esto incluye el “empeño artesanal y a veces costoso de tender puentes” con quienes piensan de forma diferente para construir la paz social (n. 169), así como la caridad con los pobres, los enfermos, los ancianos… (nn. 170-172). “Todo ello desde la fuente viva de la Eucaristía” (n. 173), pues así los jóvenes son “protagonistas de la revolución de la caridad y del servicio, capaces de resistir las patologías del individualismo consumista y superficial” (n. 174).

El Papa cierra el capítulo con una llamada “a dar testimonio del Evangelio en todas partes, con su propia vida” (n. 175). Lo que “no significa que se deba callar la palabra. ¿Por qué no hablar de Jesús, por qué no contarles a los demás que Él nos da fuerzas para vivir, que es bueno conversar con Él, que nos hace bien meditar sus palabras?” (n. 176). Dios invita a llevar la fe “allí donde nos encontremos y con quien estemos, en el barrio, en el estudio, en el deporte, en las salidas con los amigos, en el voluntariado o en el trabajo, siempre es bueno y oportuno compartir la alegría del Evangelio” (n. 177).

Un futuro con raíces

En el capítulo sexto (“Jóvenes con raíces”), el Papa advierte a los jóvenes frente a quienes les proponen “construir un futuro sin raíces, como si el mundo comenzara ahora” (n. 179) y se sirven de “un falso culto a la juventud” para seducirles (n. 180). Esas personas los necesitan “vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que solo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes” (n. 181).

Jesús “¡vive y te quiere vivo!”. Así lo comunica el Papa Francisco a los jóvenes en su exhortación apostólica Christus vivit, fechada el 25 de marzo pasado y hecha pública el 2 de abril, que recoge las reflexiones del último Sínodo de los Obispos (“Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”). El documento repasa las posibilidades y dificultades de los jóvenes de hoy, y les alienta a volar alto.

“Si los jóvenes y los viejos se abren al Espíritu Santo, ambos producen una combinación maravillosa”

Sin “la riqueza espiritual y humana” de las generaciones, “el cuerpo joven se vuelve el símbolo de este nuevo culto, y entonces todo lo que tenga que ver con ese cuerpo se idolatra y se desea sin límites, y lo que no sea joven se mira con desprecio” (n. 182). En este reducido horizonte solo hay espacio para la propuesta de “una vida superficial, que confunde la belleza con la apariencia” (n. 183). En este mismo epígrafe, de gran fuerza expresiva, el Papa invita a los jóvenes a descubrir distintas formas de belleza cotidiana, “que se parece[n] a la de Cristo en la cruz”.

Otra estrategia para desarraigar a los jóvenes es la oferta de “una espiritualidad sin Dios, una afectividad sin comunidad y sin compromiso con los que sufren, un miedo a los pobres vistos como seres peligrosos”. Frente a esto, Francisco les pide que destierren a esa “ideología [del culto a la juventud] que no los volverá más jóvenes, sino que los convertirá en esclavos” (n. 184).

Los siguientes epígrafes del capítulo son una llamada a “estar abiertos para recoger una sabiduría que se comunica de generación en generación” (n. 190). “Al mundo nunca le sirvió ni le servirá la ruptura entre generaciones. (…) Si los jóvenes y los viejos se abren al Espíritu Santo, ambos producen una combinación maravillosa” (nn. 191-192).

Jóvenes evangelizadores de jóvenes

El capítulo séptimo, “La pastoral de los jóvenes”, comienza destacando el protagonismo que deben tener. “Los mismos jóvenes son agentes de la pastoral juvenil, acompañados y guiados, pero libres para encontrar caminos siempre nuevos con creatividad y audacia” (n. 203).

A la vez, la exhortación invita a “recoger todavía más las buenas prácticas: aquellas metodologías, aquellos lenguajes, aquellas motivaciones que han sido realmente atractivas para acercar a los jóvenes a Cristo y a la Iglesia. No importa de qué color sean, si son conservadoras o progresistas” (n. 205).

“Búsqueda” y “crecimiento”

Francisco, así, subraya los rasgos generales de toda pastoral juvenil, concretados en “dos grandes líneas de acción”: la búsqueda y el crecimiento.

La primera consiste en ofrecer una primera experiencia de cercanía con Dios. Corresponde ante todo a “los mismos jóvenes, que saben encontrar los caminos atractivos para convocar” (n. 210): festivales, competiciones deportivas, o mensajes, canciones, videos en las redes sociales… Pero no siempre se requiere un acto organizado: “El primer anuncio puede despertar una honda experiencia de fe en medio de un ‘retiro de impacto’, en una conversación en un bar, en un recreo de la facultad, o por cualquiera de los insondables caminos de Dios. (…) Lo más importante es que cada joven se atreva a sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil que es el corazón de otro joven” (ibid.).

Tras la búsqueda viene el crecimiento, un camino de maduración para los que ya han tenido el primer impacto. A este respecto, el Papa advierte que, a veces, “después de haber provocado en los jóvenes una intensa experiencia de Dios, un encuentro con Jesús que tocó sus corazones, luego solamente les ofrecen encuentros de ‘formación’ donde solo se abordan cuestiones doctrinales y morales” (n. 212). “Cualquier proyecto formativo, cualquier camino de crecimiento para los jóvenes, debe incluir ciertamente una formación doctrinal y moral” (n. 213). Pero si se centra solo en eso, corre el peligro de amortiguar la llama inicial que prendió en el joven. Por eso, “calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana” (n. 212).

Persona a persona

Para descubrir a Jesucristo y permanecer en su amistad, los jóvenes necesitan también “espacios fraternos y atractivos donde se viva con un sentido” (n. 216). Son como los que han logrado crear algunos centros juveniles: “ambiente de amistades y de noviazgo, de reencuentros, donde pueden compartir la música, la recreación, el deporte, y también la reflexión y la oración” (n. 218). Esos ámbitos facilitan el “indispensable anuncio persona a persona que no puede ser reemplazado por ningún recurso ni estrategia pastoral” (ibid.).

También tienen gran importancia las escuelas de la Iglesia o de inspiración cristiana. No deben concebirse como refugios frente a un entorno hostil, o se dará “lo que experimentan muchísimos jóvenes al egresar de algunos establecimientos educativos: una insalvable inadecuación entre lo que les enseñaron y el mundo en el cual les toca vivir” (n. 221). Comprueban que “las propuestas religiosas y morales que recibieron no los han preparado para confrontarlas con un mundo que las ridiculiza, y no han aprendido formas de orar y de vivir la fe que puedan ser fácilmente sostenidas en medio del ritmo de esta sociedad” (ibid.).

Otro aspecto de la pastoral juvenil es iniciar y sostener en la oración. “Muchos jóvenes son capaces de aprender a gustar del silencio y de la intimidad con Dios. (…) No hay que menospreciar a los jóvenes como si fueran incapaces de abrirse a propuestas contemplativas. Sólo hace falta encontrar los estilos y las modalidades adecuadas para ayudarlos a iniciarse en esta experiencia de tan alto valor” (n. 224).

“Muchos jóvenes son capaces de aprender a gustar del silencio y de la intimidad con Dios”

Pastoral popular juvenil

Francisco propone lo que llama una “pastoral popular juvenil”, amplia y espontánea, movida por jóvenes que son “líderes naturales” entre los suyos. La describe como “capaz de crear espacios inclusivos, donde haya lugar para todo tipo de jóvenes y donde se manifieste realmente que somos una Iglesia de puertas abiertas” (n. 234). Así, “ni siquiera hace falta que alguien asuma completamente todas las enseñanzas de la Iglesia para que pueda participar de algunos de nuestros espacios para jóvenes” (ibid.).

El Papa pone un ejemplo. “Un joven que va a una peregrinación a pedirle ayuda a la Virgen, e invita a un amigo o compañero para que lo acompañe, con ese simple gesto está realizando una valiosa acción misionera” (n. 239).

Ideales

El capítulo octavo (“La vocación”) aborda la llamada, primero, del modo más general. Es un planteamiento que sintoniza con los ideales modernos de libertad y autenticidad, y el lema “sé tú mismo”. Cada persona ha de descubrir, en sus cualidades, circunstancias e inclinaciones, para qué está en el mundo, y emprender entonces su singular e irrepetible camino con libertad. Pero la autenticidad exige reconocer un “sí mismo” no elegido, o de otro modo la libertad carecería de suelo.

“Somos llamados, hay algo más que una mera elección pragmática nuestra. Es en definitiva reconocer para qué estoy hecho, para qué paso por esta tierra, cuál es el proyecto del Señor para mi vida (…) porque es mi Creador, mi alfarero, y necesito escuchar su voz para dejarme moldear y llevar por Él. Entonces sí seré lo que debo ser, y seré también fiel a mi propia realidad. (…) No se trata de inventarse, de crearse a sí mismo de la nada, sino de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el propio ser” (n. 256).

Llamada al amor y vocación profesional

La vocación se concreta normalmente en dos terrenos principales: “la formación de una nueva familia y el trabajo” (n. 258).

Es lo más común en los jóvenes la aspiración al amor conyugal y a crear un hogar. “Dios nos creó sexuados”; la sexualidad es un “regalo maravilloso” orientado a “dos propósitos: amarse y generar vida” (n. 261).

Sin embargo, la experiencia de fracasos y decepciones en los hogares de sus padres lleva a muchos jóvenes a “preguntarse si vale la pena formar una nueva familia, ser fieles, ser generosos”. El Papa responde: “Quiero decirles que sí, que vale la pena apostar por la familia y que en ella encontrarán los mejores estímulos para madurar y las más bellas alegrías para compartir” (n. 263).

Ahora bien, “es necesario prepararse para el matrimonio”, lo que requiere “educarse a sí mismo, desarrollar las mejores virtudes”, y “educar la propia sexualidad, para que sea cada vez menos un instrumento para usar a los demás y cada vez más una capacidad de entregarse plenamente a una persona, de manera exclusiva y generosa” (n. 265).

Con respecto a la vocación profesional, el Papa no ignora problemas como el del paro juvenil, agudo en muchos países, o la necesidad de aceptar el trabajo que uno de hecho encuentre, aunque no se corresponda con sus aspiraciones. Pero la limitada realidad no debe matar los ideales. El trabajo “es expresión de la dignidad humana, es camino de maduración y de inserción social, es un estímulo constante para crecer en responsabilidad y en creatividad, es una protección frente a la tendencia al individualismo y a la comodidad, y es también dar gloria a Dios con el desarrollo de las propias capacidades” (n. 271).

“Cuando el Señor suscita una vocación no sólo piensa en lo que eres sino en todo lo que junto a Él y a los demás podrás llegar a ser”

Junto a esas llamadas más comunes, “el Espíritu sigue suscitando vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa”. Así, “podemos atrevernos, y debemos hacerlo, a decirle a cada joven que se pregunte por la posibilidad de seguir este camino” (n. 274). “El Señor no puede faltar a su promesa de no dejar a la Iglesia privada de pastores (…). Y si algunos sacerdotes no dan un buen testimonio, no por eso el Señor dejará de llamar. Al contrario, Él redobla la apuesta porque no deja de cuidar a su Iglesia amada” (n. 275).

Regalo de amigo

El noveno y último capítulo (“El discernimiento”) parte de un principio: la “vocación es el llamado de un amigo: Jesús” (n. 287). “Cuando el Señor piensa en cada uno, en lo que desearía regalarle, piensa en él como su amigo personal. Y si tiene planeado regalarte una gracia, un carisma que te hará vivir tu vida a pleno y transformarte en una persona útil para los demás, en alguien que deje una huella en la historia, será seguramente algo que te alegrará en lo más íntimo y te entusiasmará más que ninguna otra cosa en este mundo. No porque lo que te vaya a dar sea un carisma extraordinario o raro, sino porque será justo a tu medida, a la medida de tu vida entera” (n. 288).

De esta manera, la persona puede descubrir el don de Dios que invita a una respuesta libre. “Los regalos de Dios son interactivos y para gozarlos hay que poner mucho en juego, hay que arriesgar. Pero no será la exigencia de un deber impuesto por otro desde afuera, sino algo que te estimulará a crecer y a optar para que ese regalo madure y se convierta en don para los demás. Cuando el Señor suscita una vocación no sólo piensa en lo que eres sino en todo lo que junto a Él y a los demás podrás llegar a ser” (n. 289).

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