Curas de cine

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Contrapunto

Cuando en las películas de antes aparecía un cura, la norma era que se tratara de un tipo compasivo y entregado, firme en sus convicciones, que gastaba su vida ayudando a niños pobres o dando fortaleza a familias en dificultades. Ya se tratara de Spencer Tracy en La ciudad de los muchachos o de Pat O’Brien en Ángeles con caras sucias, el único problema podría ser una visión demasiado angelical del hombre que había debajo de la sotana. Pero desde hace unos veinte años el problema suele ser más bien el contrario.

En películas como Monseñor o El Padrino III, los altos prelados no son más que personajes corruptos. En algún caso aislado, como en La misión, el idealismo del sacerdote protagonista naufraga ante los intereses políticos de su Iglesia. Luego hay otro tipo de films en que el cura aparece retratado como un anticuado hipócrita o un hombre inseguro y atormentado o un rebelde contra sus superiores. Priest (Sacerdote), el film británico de Antonia Bird, mezcla estos tres últimos retratos.

Según los cánones del cine de «denuncia valiente», el film es un catálogo de situaciones. El Padre Greg, joven cura bien parecido e inexperto, sufre el primer choque al descubrir que el otro sacerdote de la parroquia vive con una mujer, haciendo caso omiso de su promesa de celibato. Pero una pasión «normal» ya no basta para este tipo de cine. La crisis personal del Padre Greg le llega por partida doble. Un día se quita el alzacuellos y liga con un hombre en un bar gay. Después se le plantea el problema del secreto de confesión, a través del caso de una adolescente víctima de las prácticas incestuosas de su padre. No sabe cómo ayudarla, mientras que él se siente cada vez más confuso en su propia relación con su amante (¡y luego dirán que es la Iglesia la que está obsesionada por el sexo!).

Cuando el Padre Greg busque ayuda en sus superiores, ¿qué tipo de gente encontrará? Sí, ha acertado usted, pero reconozca que la pregunta era muy fácil: las autoridades religiosas sólo pueden ser rigoristas, hipócritas e insensibles, incapaces de ayudar a un sacerdote con problemas. Parece mentira que hayan sido curas antes que obispos.

Todo muy previsible. Sin duda, el cine puede tratar las posibles dificultades de un sacerdote para mantener sus compromisos. Pero si Priest pretende ser verosímil y equilibrada, tendría que presentar también algún otro cura que, aunque fuera en un papel secundario, se encontrara satisfecho con su vocación. Sin embargo, Antonia Bird no se atreve a correr este riesgo. En la película no hay nadie parecido a un cura normal. Todo es un catálogo de curas raros, empezando por el alcohólico del comienzo de la película y terminando por el cura viejo que se expresa sólo en latín.

Y es que Antonia Bird tenía una idea demasiado preconcebida como para atender a los matices. Según cuenta estos días en entrevistas, «la película en ningún momento intenta condenar a la Iglesia católica, lo que hace es cuestionar el sistema jerárquico de la misma, su hipocresía respecto al sexo y la vida sexual de sus sacerdotes». También asegura que uno de los motivos que le llevaron a aceptar la dirección de esta película es que «las declaraciones del Papa diciendo que los católicos no deberían usar condones me llenaron de rabia». Por lo tanto, cabe colegir que su ideal es que la Iglesia católica permita abiertamente que haya sacerdotes homosexuales, siempre que usen condones.

Mientras la Iglesia no cambie, Antonia Bird no tiene más remedio que denunciar la «hipocresía». Pero, como ha escrito Henri Hude, a menudo se olvida que hay dos formas de hipocresía: «La primera consiste en la hipocresía de las malas costumbres bajo la apariencia de buenos principios. La segunda es la hipocresía de costumbres indefendibles que pretenden a toda costa hacerse pasar por buenas. La segunda forma es el colmo de la hipocresía: es el homenaje que el vicio desearía obtener de la virtud».

A falta de homenaje, la taquilla se alimenta de la polémica. El crítico de Le Monde decía que esta película «se parece mucho a los telefilmes que sirven de introducción a un debate televisado». Así que ya sabe usted cuál será el aperitivo del próximo debate sobre «¿Deben casarse los curas?» o «¿Pueden ser curas los homosexuales?».

Ignacio Aréchaga

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