Argelia: votos entre fusiles

publicado
DURACIÓN LECTURA: 15min.

Elecciones en el Magreb
Argelia: votos entre fusiles Argelia y Marruecos se preparan para cruzar, en las próximas semanas, su particular Rubicón democrático, mediante la celebración de elecciones generales y municipales. Culminarán así las reformas constitucionales votadas el pasado año. Se trata de dos procesos diferentes por el contexto interno en que se desarrollan -guerra civil en Argelia y consenso en Marruecos-, pero con un objetivo común: cuadrar el círculo de la apertura democrática sin renunciar a los valores islámicos, al tiempo que se frena la expansión del islamismo ideológico.

En el fondo, todo va a cambiar en los dos países magrebíes para no cambiar nada en el ámbito del poder: ni Argelia ha dado marcha atrás en los principios que indujeron a los militares a dar un golpe de Estado en enero de 1992 para impedir la anunciada victoria de los islamistas en las urnas, ni Marruecos ha modificado sustancialmente las bases de su sistema de monarquía constitucional que concentra la capacidad de decisión en la corona. No obstante, los dos países han adoptado resueltamente la senda del liberalismo económico y de la cooperación con el mundo occidental, con el que pretenden aliarse sin restricciones en el marco de la Unión Europea. Esta firme resolución es la que ha otorgado a la clase dirigente de los dos países la complicidad de las grandes democracias liberales en el escaso respeto observado hacia los derechos humanos (particularmente en Argelia), con tal de conservar sus privilegios.

Violencia integrista

En Argelia, las elecciones legislativas se celebrarán el 5 de junio próximo en medio de una impresionante orgía de sangre desencadenada por los Grupos Islámicos Armados (GIA) y la consiguiente represión policial y militar. Desde que se anunció la convocatoria de estas elecciones, la ofensiva terrorista ha costado la vida a más de quinientas personas, muchas de ellas ancianos, mujeres y niños, degollados en poblados cercanos a la capital, con la clara intención de disuadir a la población de acudir a las urnas.

A primera vista, puede sorprender el permanente rechazo de las autoridades a cualquier diálogo con los cabecillas islamistas, que todavía pudieran ejercer alguna influencia sobre los movimientos armados. Ni siquiera fueron escuchados los llamamientos al diálogo de la «Plataforma de San Egidio», integrada por todos los grupos de la oposición, incluido el viejo partido único en el poder durante treinta años, el Frente de Liberación Nacional. Hubo, eso sí, unos sondeos cerca de los jeques Abbasi Madani y Ali Benhach, condenados a doce años de prisión, en unos momentos en que se negociaba con el Fondo Monetario Internacional un plan de liberalización económica y el aplazamiento de la deuda externa (más de 30.000 millones de dólares), cuando parecía existir una cierta inclinación occidental favorable a una solución negociada de la crisis.

Ahora se ha podido comprobar que aquellos intentos de diálogo sólo fueron una farsa más de la dictadura. Los crímenes de las guerrillas islamistas se encargaron de dar la razón a los partidarios de la erradicación del islamismo político e inclinaron a Estados Unidos a respaldar sin mayores prejuicios el plan del presidente Liamin Zerual de blanquear la fachada de la dictadura.

Las elecciones como única salida

De alguna manera, los propios partidos de la oposición han venido a reconocer que ese proceso es, hoy por hoy, la única salida posible, al anunciar su participación en las elecciones, después de boicotear la reforma constitucional, aprobada en referéndum el pasado año por una sospechosa mayoría.

Esta reforma tuvo dos peculiaridades llamativas: por un lado, confirmaba al Islam como religión del Estado y al árabe como lengua única nacional, mientras que, por otro, impedía la formación de partidos con señas de identidad religiosa, cultural o étnica. En otras palabras, tanto el Islam como el árabe fueron confirmados como patrimonio de todo el país, por lo que nadie podía ya arrogarse en exclusiva la utilización de unos valores comunes a todos los argelinos.

En consecuencia, se ratificó la ilegalización del Frente Islámico de Salvación, que antes del golpe se había perfilado como principal partido del país, al tiempo que otras formaciones de tendencia islámica «moderada», como es el caso de Hamas, se han visto obligadas a cambiar de estatutos y hasta de nombre.

El objetivo del presidente Liamin Zerual, que actúa en representación de los militares y del viejo orden, es luchar contra los islamistas con sus propias armas ideológicas. Esto llega al extremo de conservar el Código de Familia que recoge todas las recomendaciones coránicas sobre el papel de la mujer en la sociedad. Este Código, duramente combatido por los movimientos feministas argelinos, es objeto estos días de una curiosa batalla de firmas: mientras las feministas se proponen recoger un millón de firmas en contra del Código de Familia, las conservadoras quieren alcanzar un número mayor a favor…

A ojos occidentales, lo que se dilucida en Argelia es un triple reto de enorme alcance: por un lado, la capacidad de adaptación de los antiguos dirigentes -socialistas y laicistas- a la «mundialización» liberal; por otro, su determinación de hacer frente a la oleada islamista, percibida por muchos observadores europeos y norteamericanos como la principal amenaza en un futuro más o menos lejano; y, finalmente, la posibilidad de que los propios islamistas se adapten, más tarde o más temprano, al juego democrático, con renuncia expresa a proclamar un Estado teocrático.

No importan tanto los métodos utilizados como el resultado final, aunque haya costado ya más de cien mil víctimas desde que se frenó por la fuerza la expansión islamista hace cinco años.

Entre erradicadores y dialogantes

Hay que tener en cuenta que, pese a la insistencia de algunos partidos minoritarios -como el Frente de Fuerzas Socialistas, del histórico Ait Ahmed- en buscar una salida dialogada a la guerra, la sociedad argelina está profundamente dividida a propósito de la solución más idónea.

El psiquiatra Said Sadi, presidente del partido bereber Unión para la Cultura y la Democracia, es partidario de una república laica. Afincado en la Kabilia bereber, Sadi niega toda posibilidad de diálogo con los islamistas como solución a la tragedia que vive el país y defiende el idioma autóctono, el tamazigh, al tiempo que rechaza la islamización y arabización del país.

Por el contrario, Ahmed Ben Bella, primer presidente que tuvo Argelia después de la guerra de independencia, estima, a sus 81 años, que es necesario el diálogo con los islamistas. Para el anciano líder, que fue depuesto por el coronel Huari Bumedian en 1963 y que hoy apenas cuenta con simpatías en su propio país, Argelia ya ha vivido el fracaso del socialismo y no le asusta en absoluto probar un sistema que tuviese el Islam como principio integrador -totalitario, habría que matizar- de la vida económica y social. En coherencia con sus ideas, ha decidido boicotear hasta el fin el proceso electoral.

Por su parte, los islamistas se encuentran también profundamente divididos. El disuelto Frente Islámico de Salvación se ha convertido en una mera referencia, casi en un mito del pasado. Sus principales líderes siguen encarcelados, pero muchos de sus seguidores se han integrado en movimientos más moderados. Entre ellos está Hamas, dirigido por el representante internacional de los Hermanos Musulmanes, Mahfud Nahnah, que obtuvo en las elecciones presidenciales del año 1995 un 25% de los votos y cuyo partido participa simbólicamente en el actual Gobierno presidido por Ahmed Uyahia. Hamas es contrario a la nueva ley pero no por ello ha dejado de doblegarse ante los imperativos de la reformada Constitución y ha cambiado su nombre por el de Movimiento Social de la Paz.

Ya hay ganador

Ahora bien, no parece que ni el Hamas transformado ni ningún otro partido islamista más o menos moderado puedan, de momento, alzarse con el poder. Después de su elección como presidente y de la reforma constitucional, Liamin Zerual lo ha dejado todo bien atado. Las elecciones del próximo 5 de junio tienen ya un ganador: el nuevo partido fundado por el antiguo periodista y diplomático Abdelkader Ben Salah, la Unión Nacional Democrática. Los medios de comunicación argelinos adelantan sin rubor que esta nueva Unión obtendrá el 60% de los escaños mientras que el Hamas alcanzará el 25%. El 15% restante será para los llamados «partidos democráticos», la Unión para la Cultura y la Democracia, de Said Sadi; el Frente de Fuerzas Socialistas de Ait Ahmed; el viejo y desprestigiado partido único Frente de Liberación Nacional, cuya acta de defunción será certificada por las urnas.

La constitución de la Unión Nacional Democrática data del pasado mes de febrero. Ocurrió a los pocos días del asesinato del destacado sindicalista Abdelhak Benhamuda, un partidario crítico del presidente Zerual y enemigo de los islamistas, que ya había anunciado su intención de formar un «partido del presidente» capaz de alcanzar mayoría parlamentaria. A diferencia de Benhamuda, Ben Salah es un hombre nada conflictivo que fue elegido por Zerual para presidir el Consejo Nacional de la Transición. De ahí que todo el mundo lo designe ya como ganador de las elecciones. Y para que no haya duda sobre su alineación con la política de Zerual, la lista electoral presentada por el partido en Argel la encabeza nada menos que el primer ministro, Ahmed Uyahia.

La evolución de los islamistas

Lo que ocurre en Argelia puede sintetizarse en una lucha feroz por parte del «viejo régimen» por mantener el poder frente a la aspiración de unos grupos que pretendían representar a la mayoría social y que aspiraban a cambiar radicalmente el sistema político mediante la instauración de la ley islámica, la sharia. Cuestión aparte es la causa de la aparición del fenómeno islamista, emparentado con el de otros países musulmanes y árabes. Baste recordar el grado de corrupción en el que había caído la dictadura militar-socialista y la degradación social y económica del país a pesar de sus enormes riquezas en gas natural y petróleo.

Después de una tímida apertura democrática llevada a cabo por el presidente Benyedid en 1989, que permitió la legalización de numerosos partidos, esa pugna estuvo encauzada por la vía democrática hasta diciembre de 1991. Entonces se perfiló un claro vencedor en las primeras y únicas elecciones legislativas libres que se habían convocado hasta entonces: el islamismo radical representado por el Frente Islámico de Salvación (FIS). En ese momento, el establishment emanado de la dictadura militar-socialista y acusado de corrupción por los islamistas, se sintió seriamente amenazado y acudió al golpe de Estado para reconducir la situación. Lo ocurrido desde entonces se escribe cada día en los medios de comunicación: una guerra civil que ha dejado un rastro de cien mil muertos.

La propia dinámica de la violencia ha radicalizado cada día más a los grupos islámicos armados que, de supuestos salvadores de las esencias religiosas del país, se han convertido en unos meros terroristas. Con lo que han venido a dar la razón a quienes impidieron gobernar a los ganadores de la primera vuelta de las elecciones legislativas de diciembre de 1991. En consecuencia, era necesario que el viejo régimen se revistiera con unas vestiduras más atractivas para el mundo occidental: las democráticas. De ahí las controladas elecciones presidenciales primero, la reforma de la Constitución después y la convocatoria de las vigiladas elecciones generales del próximo mes de junio, a las que seguirán las municipales y la elección de una segunda Cámara por la vía indirecta.

Todo el mundo es consciente en Argelia de que la normalización política en marcha no es más que una mascarada, pero a fin de cuentas se acepta como un mal menor. Para los partidos que han claudicado ante las exigencias de los dictadores, más vale participar que mantenerse marginados y sin posibilidades de audiencia en los medios de comunicación; el tiempo dirá, en todo caso, cómo convertir a todos en demócratas y cómo arrinconar al terrorismo como un fenómeno marginal que, salvo matar a inocentes, nada podrá hacer ya en contra de un régimen consolidado y admitido por la comunidad internacional. Esta parece ser la estrategia de Zerual y, por ahora, no ha fracasado en su táctica de rechazar algo que, en principio, se presentaba como la tarea más fácil: dialogar con los islamistas.

La reforma política en Marruecos

De alguna manera, la violencia desatada en Argelia ha servido de vacuna para que en Marruecos no suceda nada parecido, pese a diversos episodios de rebeldía estudiantil ocurridos en los últimos años. Vale la pena recordar, por otra parte, que Marruecos es una monarquía constitucional respetada por la inmensa mayoría de sus habitantes, que lucharon sin desmayo por el retorno de la familia real cuando fue exiliada por las autoridades francesas en 1953, durante el Protectorado. Se da la circunstancia, además, de que esta monarquía, cuya cabeza es Hasán II desde 1961, ha tenido la habilidad de adelantarse en apertura democrática a los demás países árabes.

Un largo camino de tanteos

Bien es verdad que las experiencias pluralistas conducidas por el Trono han conocido un largo camino de tanteos, lleno de sobresaltos, atentados y conspiraciones que, en algunos momentos, obligaron a la suspensión de las garantías constitucionales. Al cabo de los años, sin embargo, se ha alcanzado un consenso entre todos los partidos para emprender un programa de consolidación democrática, iniciado con la reforma constitucional del pasado mes de septiembre, que proseguirá a mediados de junio con las elecciones municipales y culminará con las legislativas después del verano.

Una vez completado ese programa, con la previsible victoria de la oposición, integrada en la llamada Kutla (formada por los dos grandes partidos de la izquierda socialista y la derecha, más el reconvertido comunista y otra pequeña formación de extrema izquierda), no habrá ya justificación alguna para considerar a Marruecos como un país que desprecia las libertades o los derechos humanos.

Parece evidente que la crisis argelina ha ejercido alguna influencia en el trepidante ritmo de reformas emprendido por el reino cherifiano. Pero la principal razón del cambio hay que encontrarla en la enfermedad padecida por Hasán II durante la visita oficial que efectuaba a Estados Unidos en diciembre de 1994 y la reflexión subsiguiente abierta en el seno de todos los partidos sobre la necesaria consolidación del trono como moderador del sistema político.

Con la vista en Europa

Pero, en realidad, el mayor impulso a estos cambios lo dio el propio monarca cuando decidió optar por la modernización del país como la mejor estrategia para consolidar el trono y llamar a las puertas de Europa a fin de unir sus destinos al mundo occidental, sin renunciar por ello a sus tradiciones culturales y religiosas. El pasado año se firmó un acuerdo de Libre Cambio con la Unión Europea y para el año 2012 Marruecos aspira a ingresar como miembro de pleno derecho en este club europeo, tan exigente en normas democráticas y económicas. De ahí la acelerada privatización de las empresas estatales, los cambios en la legislación financiera; la regionalización del país con un amplio marco de autonomía; la lucha contra la corrupción y, sobre todo, las reformas democráticas, iniciadas con el referéndum constitucional del pasado año, que introdujo una segunda cámara legislativa, como demandaba la oposición.

En este contexto ha llamado poderosamente la atención una novedad inesperada: la publicación de un nuevo libro del jeque Adeselam Yasin, dirigente de la asociación Al Adl ual Ihsan (Justicia y Caridad), el más radical de los grupos islamistas marroquíes, en el que admite la plena compatibilidad del integrismo con la democracia y propugna un diálogo con los demás partidos para participar en el sistema parlamentario de alternancia en el poder. Yasin, que se encuentra en residencia vigilada desde hace siete años, ha sido un permanente crítico de Hasán II, al que no reconocía como rey ni como Amin el Muminin, sucesor, por tanto, del profeta Mahoma. Con su último libro, Yasin no sólo ha rectificado su actitud intransigente frente a Hasán II y el pluralismo político, sino que se ha distanciado de manera ostensible de los dirigentes islamistas argelinos.

En definitiva, lo que está en marcha en Argelia y Marruecos es un apasionante proceso de legitimación y consolidación democrática de sus distintos sistemas políticos. Este proceso -al margen de la acción de los grupos terroristas y de los procedimientos seguidos-, debe dar una nueva estabilidad al Norte de África y propiciar, incluso, la solución de algunos de los problemas pendientes. Entre ellos: el referéndum de autodeterminación en el Sahara Occidental y el impulso a la Unión del Magreb Árabe, en hibernación forzosa desde su constitución hace ya una década larga. A consecuencia de ello, las relaciones con Europa deberán hacerse mucho más fluidas. Otra cosa es que el integrismo más extremista trate de mantener viva la amenaza del terror en Argelia y que nos habituemos a golpes de mano sangrientos. Pero cuanto más duros sean estos golpes, más aceptable será la solución de democracia vigilada adoptada por Liamin Zerual y más precauciones adoptarán sus vecinos para impedir el paso a ese permanente desafío del islamismo ideológico.

Manuel Cruz

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.