Cuando el pasado 13 de junio la aviación israelí –en coordinación con agentes de inteligencia en el terreno– destruyó buena parte de las defensas aéreas de Irán y lanzó una andanada de ataques letales contra varias de las principales figuras del régimen, algunos ciudadanos del país persa tuvieron que reprimir el grito de alegría para no terminar el día en un calabozo o con una lápida como cabecera. La liberación –creyeron– estaba ahora más cerca.
En teoría, que los iraníes se deshagan del oprobioso sistema confesional que asfixia a la sociedad desde 1979 no es el objetivo –al menos, no la meta declarada– de los ataques ordenados por el Gobierno israelí, sino destrozar el programa nuclear de ese país, o al menos causarle un daño lo suficientemente grave como para retrasar cualquier eventual aspiración de que se haga con el arma atómica en el horizonte inmediato.
Si el régimen permanece intacto tras la guerra, redoblará sus esfuerzos para hacerse con la bomba atómica como medio disuasorio ante una hipotética reedición del ataque israelí
Según avisaba el 12 de junio la Agencia Internacional de Energía Atómica, Irán estaba incumpliendo sus obligaciones de no proliferación nuclear, al estar almacenando rápidamente ciertas cantidades de uranio altamente enriquecido (hasta 400 kilos, según una nota de prensa de días previos) y haberse detectado partículas de la sustancia en varias localidades del país. El día del ataque israelí, el primer ministro Benjamin Netanyahu justificó la acción militar con un cálculo sobre el posible número de bombas según esos kilos de uranio: “Irán ha producido suficiente uranio enriquecido para nueve bombas atómicas”.
Con la guerra ya a punto de cumplir su primera semana y con un sinnúmero de objetivos económicos y militares golpeados (entre ellos, sitios de emplazamiento de misiles), algunos reportes cifran en un tercio las capacidades del programa nuclear iraní que han sido arrasadas o dañadas en alguna medida por los ataques. Los cohetes israelíes han caído sobre la planta de conversión de uranio de Isfahan y la de enriquecimiento de Natanz, además de sobre otras instalaciones menores relacionadas con el programa. Se les resiste, de momento, una planta de enriquecimiento donde lo tienen muy difícil: la de Fordow, al sur de Teherán, que está incrustada bajo tierra en el corazón de una montaña y para cuya destrucción solo EE.UU. dispone de un medio efectivo: la bomba antibúnker GBU-57, que únicamente un bombardero norteamericano específico puede transportar.
Una pregunta es si, aun en caso de que se logre el objetivo de reducir a polvo el programa nuclear, Israel quiere de verdad pasar de puntillas sobre el asunto del cambio de régimen, dado que, de quedarse los mismos de hoy al mando en Teherán, ahora más que nunca buscarán hacerse con la bomba como medio de disuasión para mantener alejados a los cazas israelíes.
La otra sería qué precio está dispuesta a pagar la población para deshacerse del yugo de los ayatolás, pues en la Historia no abundan las operaciones asépticas: para que los alemanes –y el mundo– se deshicieran de Hitler, los aliados dejaron en los huesos varias ciudades en las que los militares nazis les presentaron batalla, como Berlín. Pero los iraníes, con seguridad, no quieren una reedición de esa pesadilla.
Un objetivo deseable, pero no el primero
Para la atenazada sociedad civil iraní puede suponer una –grata– sorpresa comprobar que la tecnología bélica de un país mucho más pequeño ha agujereado las “impermeables” murallas del régimen; del mismo régimen que ha reprimido a sangre y fuego las protestas por la democratización del país o el clamor de que, como pasó en el caso de la joven Masha Amini, torturada y asesinada por no llevar “correctamente” el velo islámico, una casta de clérigos deje de enviar a prisión a la gente por lo que piensa o por cómo se viste.
En conversación con Aceprensa, Jonathan Rynhold, director del Departamento de Estudios Políticos de la Bar-Ilan University, en Tel Aviv, repara en el golpe de efecto de las acciones israelíes, pero ve sus límites. “Sí, están debilitando al régimen en cuanto demuestran que este es incapaz de protegerse a sí mismo. Luce débil, al no poder prevenir los ataques, fundamentalmente contra las instituciones gubernamentales o contra la televisión. Todo esto debilita la imagen, el prestigio del Gobierno. Pero esto es insuficiente para tumbar el régimen, y en todo caso, no es el objetivo primero de Israel. Siendo esto es deseable, el objetivo principal es destruir el programa nuclear y misilístico. Un cambio de régimen tendría que venir de dentro del país, y no sabremos realmente cómo está la situación hasta que Israel deje de atacar a diario y amainen los combates. Supongo que tendremos un panorama más claro dentro de unas dos semanas”.
“Por otra parte –añade–, el modo en que funcionan las revoluciones no es lineal. Depende de cuánta gente decida lanzarse a las calles y de cuán unificado o dividido esté el régimen. Si está dividido y si los manifestantes son persistentes, eso puede hacer la diferencia. Pero en un final, si se mantiene unido y está dispuesto a matar a su propia gente, puede detener la revolución independientemente de lo que haga Israel”.
Y después de los ayatolás, ¿quiénes…?
Cabe, además, la posibilidad de que a la estabilidad que supone una dictadura liberticida le suceda, en el tempestuoso tiempo de transición hacia otro modelo, un régimen del mismo corte o, como en el Iraq post-Sadam Huseín, estructuras de Gobierno tan débiles y divididas que sean incapaces de proteger a la población de las luchas intestinas residuales o del terrorismo.
Las fuerzas revolucionarias que propiciaron la caída de Mubarak en Egipto eran modernizadoras, pero los herederos del régimen fueron los Hermanos Musulmanes
“Hay una diferencia entre la caída del régimen y la caída del Gobierno –apunta Rynhold–. Puede caer la estructura del Gobierno y sobrevenir un golpe en que los Guardianes de la Revolución, actores militares que son parte del régimen, tomen el control. Otra posibilidad es que predominen los civiles y formen un Gobierno constitucional que se mueva en dirección a la democracia. Pero como son las cosas en Irán, hay que decir que, aunque la mayoría de la gente rechaza al régimen, hay un 20% de la ciudadanía que lo apoya con entusiasmo y determinación, en buena medida por compromiso ideológico o porque su modo de vida depende de este. Quienes se le oponen, aunque numerosos, no están necesariamente comprometidos en el mismo grado”.
Según el experto, generar el impulso para el cambio es difícil, pero aun si se generara, no hay garantía de que la gente que lo lleve adelante sea la que termine tomando el mando. “Fijémonos en Egipto, en la ‘Primavera’ en el mundo árabe: las fuerzas revolucionarias eran jóvenes, modernizadoras, personas de mentalidad relativamente secular, pero los herederos del régimen de Hosni Mubarak fueron los Hermanos Musulmanes. Fue así como pasó en el propio Irán en 1979. Por tanto, pienso que sí, que lo más probable es que el sistema caiga, pero habrá que ver si ello deriva en un Gobierno militar o si camina en una dirección más democrática”.
Con los bombardeos, un horizonte de penurias
A efectos concretos, un no-cambio de régimen en Teherán puede suponer, para los sucesores de Netanyahu, tener que bombardear periódicamente un programa nuclear en permanente reconstrucción. La caída definitiva de los ayatolás les conviene, pero para ello Tel Aviv tendrá que limitar la presión militar de modo que afecte lo menos posible a la población civil. Nadie con hambre de pan por interrupción de los suministros, o que haya enterrado a su padre asesinado por una bomba, tendrá la fuerza y las ganas suficientes como para ir al búnker del Ayatolá Supremo a pedirle cuentas.
“La idea de que los ataques aéreos provocarán un levantamiento popular, o de que los activistas iraníes por la libertad apoyarán una guerra devastadora contra su patria, parece ser poco más que una fantasía”, señala el escritor Arash Azizi en un reciente artículo en The Atlantic.
Bajo los ataques israelíes, “ni siquiera puedo pensar en el régimen ni en derrocarlo. Temo por mi vida y la de todos los que me rodean”, dice una joven
Azizi, hoy residente en EE.UU., no es un simpatizante de la dictadura –su último libro, What Iranians Want. Women, Life, Freedom (“Lo que quieren los iraníes. Mujeres, vida, libertad”), no está seguramente en la lista de best sellers que compraría Alí Jamenei–. Pero tampoco lo son varias de las personas a las que en estos días ha contactado y que rechazan los bombardeos israelíes por lo que pueden suponer para las vidas civiles y la destrucción de la economía del país.
“Soy uno de los muchos jóvenes iraníes que desean un cambio –le decía días atrás uno de sus amigos, desde Teherán–, pero esta guerra no nos ayuda. Nos está destruyendo. Está silenciando a las mismas personas que dice salvar”. “Ni siquiera puedo pensar en el régimen ni en derrocarlo –le comenta una activista por los derechos de la mujer–. Tengo miedo. Estoy preocupada. Temo por mi vida y la de todos los que me rodean”. “Esto tiene masivas consecuencias negativas para nuestro país –afirma otra joven–. Está destruyendo la economía. Puede provocar hambre, escasez de medicamentos y la interrupción de las conexiones con el extranjero. Es un desastre total, que está matando a personas inocentes tanto en Israel como en Irán”.
“Un gobierno eficaz y menos represivo”
Para el propio Azizi, la posibilidad de un cambio verdaderamente radical bajo el estruendo de los misiles es bastante nebulosa. “Lo más probable –dice a Aceprensa– es que provoque cambios dentro del régimen, fortaleciendo a ciertas facciones frente a otras. El régimen ha recibido duros golpes, pero no existen centros de poder alternativos para derrocarlo. Si se produjera un cambio político, probablemente se trataría de un golpe de Estado con el apoyo de algunos elementos internos. Pero no, no veo grandes posibilidades de un levantamiento popular. La mayoría de la gente está intentando cubrir sus necesidades básicas, no está en organizar una revuelta”.
En todo caso, de surtir algún efecto la presión militar israelí, tampoco Azizi avizora un tránsito expedito a la democracia. “Si el régimen cayera –añade–, el mejor escenario imaginable sería que la facción que tomara el poder estableciera la paz con Israel y EE.UU. e intentara apartar a Irán del camino de la guerra. Personas como yo seguiremos impulsando la democratización, y quizás una transición sea posible, pero no la veo probable a corto plazo. Lo mejor que podemos esperar es un Gobierno más eficaz y menos represivo. La alternativa, el peor escenario posible, es que el Estado colapse y se desaten guerras civiles étnicas, quizás incluso instigadas directamente por Israel. Espero de todo corazón que esto se pueda evitar”.
De momento, al terminar este artículo, los jerarcas del régimen siguen cayendo bajo fuego israelí –el último, el mayor general Ali Shadmani, tras apenas cuatro días como jefe de Estado Mayor– y decenas de miles de iraníes llenan sus depósitos de gasolina y escapan de la capital, al ver gravitar sobre sí la amenaza del ministro de Defensa hebreo, Israel Katz: “Los habitantes de Teherán pagarán el precio, y pronto”.
¡Como para ponerse a hacer la revolución!
“Las guerras interminables no beneficiarán a nuestros pueblos”El 16 de junio, un grupo de personalidades iraníes e israelíes –entre los que se encuentran actores, activistas de derechos humanos, diplomáticos, economistas, escritores, etc.– publicaron un manifiesto en que se declararon a favor de un cese el fuego y de darle voz a la diplomacia. En el texto, los firmantes declaran que iraníes, israelíes y palestinos “merecen vivir con seguridad y dignidad”, y aseguran que el continuo derramamiento de sangre “no traerá seguridad a ninguna de nuestras naciones”. Por tal motivo, piden a la comunidad internacional que tome cartas en el asunto y adopte medidas concretas para frenar la escalada. “Nos negamos a aceptar la inevitabilidad de un conflicto violento como única salida entre nuestras naciones, Israel e Irán, ni a que se posicionen como eternos archienemigos. Las guerras interminables e insensatas de esta región –concluyen– no beneficiarán a nuestros pueblos, quienes tienen derecho a vivir en paz y seguridad”. |