Los nuevas «ligas de decencia»

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Contrapunto

A primera vista podría parecer que la sociedad europea actual es mucho más pluralista y tolerante que la de entreguerras. El discurso oficial asegura que nadie está en posesión de la verdad y que el público es suficientemente maduro para llegar a sus propias conclusiones. Pero, al mismo tiempo, algunas minorías aspiran a imponer a todos sus ideas políticamente correctas, aunque sea al precio de censurar las voces discrepantes y de reescribir la historia.

En algunos casos, hasta proponen reescribir obras consagradas. Un intento censor de este estilo ha provocado la polémica en Inglaterra. Para celebrar el 80 aniversario de Guillermo, el popular personaje creado por Richmal Crompton, cuyos relatos están traducidos a 17 lenguas, la editorial Macmillan va a hacer un lanzamiento especial de 20 libros con cubiertas facsímil e ilustraciones originales. Pero el subversivo Guillermo, enemigo de los adultos y desdeñoso de las chicas, que se rebelaba contra las convenciones sociales, ha encontrado más oposición entre los bienpensantes de hoy que entre los de su época de nacimiento.

La Liga Nacional para la Defensa de los Perros y unos cuantos intelectuales han pedido que se expurguen las historias de Guillermo para limpiarlas de lo que consideran «inapropiado», nuevo nombre para lo escandaloso. En particular le reprochan sus escasos escrúpulos en el trato con los animales, que le llevan a pintar de colores a un fox terrier, a azuzar a su perro Jumble contra ovejas y ratas, y a ponerle a luchar con otros congéneres. La Liga para la Defensa de los perros asegura que «ha habido cambios en los usos sociales y que los lectores de hoy consideran inaceptables la crueldad o los malos tratos, sobre todo como diversión».

Es típica esta treta de hablar en nombre de «los lectores de hoy», en vez de hablar en nombre propio. Pero una cosa es que muchos lectores de hoy rechacen la crueldad con los animales, y otra pensar que las divertidas historias de Guillermo la promuevan, hasta el punto de que haya que censurarlas para que no maleen a los niños. Guillermo y su banda de «los proscritos» no son, ciertamente, un modelo de niños «políticamente correctos», respetuosos con los animales, igualitarios con las chicas y tolerantes con sus adversarios. Pero los niños de 11 años nunca han sido políticamente correctos. Y en eso reside la gracia de Guillermo, que ha divertido a lectores de distintas generaciones y países.

Por ahora parece que la editorial Macmillan se ha mantenido firme ante las presiones. Pero si fuera necesario, habría que crear una Liga de Defensa de Guillermo. Pues es curioso que esas minorías, celosas en la defensa de la propia identidad y de sus raíces culturales, tengan tan poco respeto por la identidad de un personaje tan querido para una gran mayoría.

Otras veces el modo de hacer triunfar el punto de vista de una minoría es retirar un asunto del debate, proscribiendo la opinión contraria. Así se está actuando contra quienes consideran criticable por motivos éticos la conducta homosexual. En muchos casos ya no se trata sólo de que nadie persiga a los homosexuales, sino de implantar una especie de «macarthysmo» contra los que rechazan la homosexualidad. En Suecia se acaba de aprobar una ley que prohíbe la discriminación de los homosexuales en la vida laboral. Al mismo tiempo se ha creado un ombudsman especial para los homosexuales, con el cometido de impulsar la aplicación de la ley y con facultades para llevar cualquier contencioso ante el Tribunal del Trabajo. Para el cargo de Homo Ombudsman se ha nombrado a un conocido jurista homosexual, directivo de la asociación por la Igualdad de Derechos Sexuales (¿qué diríamos si como presidente de la Junta Electoral se nombrara a un dirigente de uno de los partidos?).

Es paradójico que, mientras se dice que los homosexuales son tan normales como los demás, se tiende a hacer leyes específicas para ellos, lo cual es otra forma de «discriminarlos», es decir, de darles un trato especial. Ciertamente, es de justicia evitar la discriminación en el trabajo por motivos extralaborales. Pero eso vale para los homosexuales y para cualquier otra persona. Si se trata de evitar cualquier discriminación por «orientación sexual», habría que crear un ombudsman también para los adúlteros, que es una orientación sexual como cualquier otra. Y si se trata de crear una protección especial contra los más expuestos a sufrir discriminación laboral, ¿por qué no crear también ombudsman especiales para los inmigrantes, para los trabajadores mayores expuestos a la prejubilación, para las mujeres…?

Ya se trate de reescribir el pasado o de condicionar las opiniones del futuro, en este tipo de acciones asoma la intolerancia de las nuevas «ligas de decencia», que intentan imponer su propia ortodoxia.

Ignacio Aréchaga

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