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La batalla por el alma del Partido Republicano

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Tras el cierre de la Administración estadounidense, que ha dejado el nivel de popularidad de los republicanos en niveles bajísimos, donantes del Partido Republicano piden a sus líderes que depongan las tácticas broncas promovidas por algunos grupos del Tea Party. Pero la batalla por el control del Partido Republicano no se reduce a un desacuerdo en el estilo de hacer política: también es un debate sobre las ideas que nutren el conservadurismo norteamericano.

El cierre del gobierno, utilizado por los republicanos más tercos como medida de presión contra la reforma sanitaria de Obama, ha traído como efecto no deseado la pérdida de popularidad del Partido Republicano y la tensión entre facciones conservadoras.

Una encuesta Gallup realizada pocos días después del cierre mostró que el apoyo a este partido está en los niveles más bajos desde que se empezaron a realizar estos sondeos en 1992. Solo el 28% de la población tiene de él una opinión favorable, 13 puntos menos que en 2010 cuando los republicanos se hicieron con la mayoría de la Cámara de Representantes. Los demócratas son bien vistos por el 43% de los norteamericanos.

Los malos resultados en las encuestas han provocado que importantes donantes del Partido Republicano se planten. “Me opongo a la Obamacare tanto como los demás, pero esta no es la forma de revocarla”, dice una donante de Virginia del Norte. “Es un error presentar a los republicanos como si se alegraran del shutdown”. Estas son algunas declaraciones que recogió el Washington Post en una reunión entre líderes republicanos y miembros de dos destacadas organizaciones conservadoras. Entre ambas lograron recaudar en 2012 más de 300 millones de dólares para el G.O.P., Grand Old Party.

El auge del libertarismo obliga a los conservadores a definir mejor sus ideas y sus valores

Buen momento para los moderados
La crisis del shutdown refleja la batalla que se está librando dentro del Partido Republicano desde que irrumpió el Tea Party en la política estadounidense, a principios de 2009 (cfr. Aceprensa, 22-01-2010 y 6-10-2010).

Este movimiento popular –que aglutina a grupos muy variados en torno a la defensa del gobierno limitado, la responsabilidad fiscal y la Constitución– se ha hecho fuerte en las asambleas locales o caucus republicanos, logrando que salieran sus candidatos favoritos frente a los respaldados por los líderes del G.O.P. Su furia contra el gobierno de Obama les ha llevado a veces a adoptar un estilo agresivo de hacer política.

Pero el poder del Tea Party para influir en los caucus ha quedado en entredicho tras las recientes elecciones celebradas en varios estados. El pasado 5 de noviembre, el candidato republicano del Tea Party, Ken Cuccinelli, perdió las elecciones a gobernador en Virginia frente a su rival demócrata. En Alabama, Dean Young –también candidato del Tea Party– perdió las primarias de su partido para un escaño en la Cámara de Representantes, que consiguió el candidato respaldado por la cúpula del G.O.P.

Es significativo que la Cámara de Comercio de EE.UU., un lobby empresarial que suele financiar a los republicanos, se implicara en las primarias de Alabama entre candidatos del mismo partido (donó 200.000 dólares al candidato oficial del G.O.P.) y no en la pelea electoral contra los demócratas en Virginia. Ahora los Tea Party Patriots acusan al establishment del G.O.P. de haber abandonado a Cuccinelli.

Ese mismo día, el popular republicano Chris Christie salió reelegido como gobernador de Nueva Jersey, un estado tradicionalmente demócrata. Christie se ha distinguido por tender puentes con los demócratas y, sobre todo, por un estilo de gobierno que atiende a las preocupaciones de los ciudadanos.

La postura del Tea Party en el debate sobre la inmigración es muy distinta a la que defienden los obispos católicos y otros líderes religiosos del país

Este estilo moderado de hacer política es el que ahora quieren promover algunos sectores del Partido Republicano. Cuenta el New York Times que el grupo Main Street Advocacy se ha propuesto captar 8 millones de dólares para ayudar a ocho republicanos moderados (todavía no se conocen los nombres) a mantener su puesto en el Congreso de cara a las elecciones legislativas de 2014. “Queremos que vuelva nuestro partido de siempre”, dice el líder del grupo, Steven C. LaTourette. El exrepresentante republicano por Ohio confiesa que está cansado del ambiente polarizado del Congreso.

Frente a esta fuerza conservadora se alzan los grupos Club for Growth y Freedom Works, vinculados al Tea Party. El primero destinó 17 millones de dólares en 2012 para apoyar a sus candidatos favoritos, entre otros el senador de Texas Ted Cruz.

El Tea Party no es la “derecha religiosa”
La división de opiniones entre los republicanos que se declaran simpatizantes del Tea Party y los republicanos a secas está quedando patente en el debate sobre la reforma migratoria. En general, los tea partiers se identifican con la línea dura del partido en este asunto. Así lo puso de relieve el Pew Rearch Center en una encuesta reciente a 388 electores republicanos (182 afines al Tea Party y 199 no).

El 62% de los tea partiers cree que lo prioritario es aumentar las medidas de seguridad en la frontera, frente al 42% de los otros que piensan lo mismo. Los del Tea Party también son menos propensos a apoyar la regularización de los ilegales que ya están dentro del país (un 54% frente al 71%).

La postura del Tea Party en este debate es muy distinta a la de los obispos católicos de EE.UU., que llevan años abogando por una reforma integral de las leyes de inmigración del país (cfr. Aceprensa, 22-08-2013). A favor de la reforma también está una coalición de empresarios, destacados conservadores y líderes evangélicos que, según el New York Times, está tratando de convencer a 80 congresistas republicanos de 40 estados para que no bloqueen el diálogo.

Ya se ve que la asociación que hacen algunos comentaristas entre el Tea Party y lo que llaman “la derecha religiosa” no es muy acertada.

Libertarios con reparos
Pero el Tea Party tampoco se identifica plenamente con el libertarismo puro y duro, una corriente ideológica que ha ganado visibilidad últimamente dentro del Partido Republicano.

En su versión más radical, el libertarismo propugna la mínima intervención estatal así como el permisivismo social (que cada cual haga lo que quiera, siempre que no dañe a terceros). Lo que en la práctica conduce a muchos libertarios a apoyar la legalización de la marihuana, el aborto sin restricciones, el matrimonio homosexual, la eutanasia o Internet sin controles.

El senador republicano por Kentucky Rand Paul, un favorito del Tea Party e hijo del exrepresentante Ron Paul, se identifica a sí mismo como libertario. Pero los libertarios auténticos cuestionan sus credenciales pues, al igual que su padre, es bastante conservador en cuestiones morales. En cambio, el senador dio la talla libertaria al criticar con firmeza las tácticas de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), el uso de drones o la posible intervención militar en Siria. De ahí que los libertarios le prefieran antes que a otras estrellas republicanas como Chris Chistie, Ted Cruz, Marco Rubio o Paul Ryan.

Qué define a un conservador
En realidad hay pocos libertarios auténticos: solo el 7% de la población encaja en ese perfil y otro 15% se aproxima bastante. Con todo, diversos medios norteamericanos como el Washington Post, NPR, Time o The Atlantic insisten en que el libertarismo es una ideología emergente en EE.UU., lo que está obligando a los conservadores a definir mejor sus ideas y sus valores. Declararse a favor del gobierno limitado, los bajos impuestos o el libre mercado no es una seña de identidad suficiente para los conservadores.

El politólogo estadounidense Carson Holloway ha entrado recientemente al fondo de este debate en un artículo publicado en Public Discourse. Frente a quienes argumentan que la esencia del conservadurismo es la defensa de la libertad individual, opone la visión de los padres fundadores de EE.UU. y de pensadores conservadores clásicos como Edmund Burke.

Para ellos, la libertad no es el bien político absoluto pues está claro que sin controles razonables conduce a que unos individuos se impongan sobre otros. Más bien se inclinaron por afirmar, con distintos matices, que la sociedad solo puede prosperar sobre las bases de un orden moral que guía y limita los usos de la libertad. Es la defensa de la libertad dignificada por la razón moral lo que interesa a los conservadores.

Paradójicamente, apunta Holloway, mientras los conservadores estadounidenses cada vez tienen más miedo de apelar a la existencia de un orden moral, Obama logró la reelección en 2012 con un discurso cargado de argumentos morales. Después ha seguido haciendo lo mismo para sacar adelante algunas de sus políticas más controvertidas (cfr. Aceprensa, 23-01-2013).

En contra de lo que se cree, el conservadurismo no se aferra histéricamente a la tradición. “Una de las tradiciones más importantes de nuestro país es la creencia en una ley natural accesible a la razón, ley que trasciende a las simples costumbres y ofrece a la tradición las herramientas necesarias para purificarse de cualquier irracionalidad o injusticia”. Gracias al recurso a la ley natural, concluye Holloway, “EE.UU. ha sido capaz de superar injusticias como la esclavitud, la segregación o el sexismo a la vez que ha sabido conservar lo bueno y noble de nuestra herencia cultural”.

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