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Las lecciones de Kissinger sobre historia y liderazgo político

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.

Henry Kissinger (CC: World Economic Forum). Fotomontaje: Aceprensa

 

A punto de cumplir los cien años, Henry Kissinger ha publicado un nuevo libro, Leadership: Six Studies in World Strategy, que es una combinación de historia, biografía, memorias y ensayo sobre el liderazgo político. La obra surge probablemente de la convicción de que no abundan –o a lo mejor no existen– líderes políticos como los del siglo XX, aunque quizás estén mitificados por algunos historiadores y medios de comunicación.

En el libro, Kissinger selecciona seis líderes, a los que conoció y trató personalmente, y los presenta como ejemplos para el mundo de hoy: Konrad Adenauer, Charles de Gaulle, Richard Nixon, Anwar el Sadat, Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher. Sus vidas y trayectorias políticas están profusamente documentadas, pero lo más interesante del libro es la asociación de una determinada cualidad con el personaje.

Seis líderes, seis estrategias de gobierno

Konrad Adenauer representa la estrategia de la humildad. Frente a actitudes como las del socialista Kurt Schumacher, que rechazaba toda sumisión a los vencedores de Alemania y adoptaba un discurso nacionalista, el antiguo alcalde de Colonia –perseguido y encarcelado por el régimen nazi– buscó la reconciliación y la cooperación con Francia por medio del Plan Schuman, fomentó los vínculos con Estados Unidos y consiguió que su país entrara en la OTAN, además de acercarse a Israel con la aceptación del pago de reparaciones por el Holocausto. Para Kissinger, Adenauer encarna una mezcla de dignidad y energía, que no debe confundirse con la fuerza. Sabía que el resentimiento de los alemanes, tras las duras condiciones del tratado de Versalles, había preparado el camino a la Segunda Guerra Mundial. En la segunda posguerra no quiso repetir el mismo error y pretendió ser recordado como un político que había cumplido con su deber.

Charles de Gaulle encarna la estrategia de la voluntad. A diferencia de algunos políticos conservadores, no creía que la política fuera el arte de lo posible sino el arte de la voluntad, lo que le llevó a valorar el papel de Francia en la historia. Desarrolló una mística de la grandeza con la que pretendía reanimar el alma de su país, y no solo derrotar al ocupante alemán, tras proclamarse representante de la Francia libre en 1940. Sin embargo, su modelo no era Napoleón, que con su derrota dejó una Francia más pequeña territorialmente que la que encontró. El modelo gaullista era el cardenal Richelieu, que encarnó una política exterior de la razón de estado durante la guerra de los Treinta Años. Esto explica que De Gaulle suscribiera un tratado de asistencia mutua con Stalin en 1944, pese a que no tuviera efectos prácticos, pues se sentía ninguneado por Roosevelt y Churchill. Por otra parte, su voluntad de reafirmar la autonomía de Francia le llevaría a retirarse de la estructura militar de la OTAN en 1966.

Richard Nixon es el representante de la estrategia del equilibrio. Kissinger reconoce que el juicio sobre su presidencia no deja de ser controvertido por su dimisión tras el caso Watergate, pero él fue su secretario de Estado y alaba, en consecuencia, sus iniciativas en política exterior. Nixon llevó a cabo la retirada estadounidense de Vietnam, aunque utilizara la fuerza militar en Camboya y Vietnam del Norte para marcar el ritmo de las negociaciones. Fue el impulsor de la apertura de Estados Unidos a China en 1972, aprovechando la rivalidad entre el régimen maoísta y los soviéticos. Consiguió que los norteamericanos tuvieran un papel protagonista en Oriente Medio, sobre todo tras la ruptura del Egipto de Sadat con Moscú. Logró finalmente establecer negociaciones con la Unión Soviética sobre control de armamentos al tiempo que fomentaba una política de distensión que culminó en el Acta Final de Helsinki. Kissinger asocia a Nixon a la política de equilibrio entre las grandes potencias que para él es una garantía de la paz, en consonancia con el sistema de Westfalia y el concierto de potencias de Metternich, admirados por el autor en sus trabajos académicos.

El presidente egipcio Anwar el Sadat responde a la estrategia de la trascendencia. Para Kissinger, fue un político visionario que superó el idealismo panarabista de su antecesor Nasser y lo sustituyó por el interés nacional, pues pretendía recuperar los territorios que Israel había arrebatado a Egipto en 1967. La paz suponía reconocer el derecho a la existencia del estado judío, pero Sadat lo hizo desde una posición de fuerza con la guerra de 1973 en que llevó la iniciativa. Las negociaciones de paz llegarían años después y se materializaron en los acuerdos de Camp David (1978), aunque el precio a pagar fuera el aislamiento de Egipto por la Liga Árabe y una oposición interna que culminaría en el asesinato del presidente egipcio en 1981. Sadat fue un político independiente y solitario, dispuesto a alcanzar sus objetivos, aunque fuera con una huida hacia adelante.

El primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew, es un ejemplo de la estrategia de la excelencia. Ocupó el poder en un pequeño estado, desgajado de Malasia, y pese a pronósticos agoreros como los del historiador Arnold Toynbee que en 1970 pronosticaba que ese estado no sobreviviría mucho tiempo, Lee consiguió construir un Singapur, modelo de nación multirracial con respeto a una diversidad de lenguas, religión y civilizaciones. No apostó por un país de economía estatalizada, como otros países de reciente independencia, sino por una economía de mercado y por el establecimiento de un gran centro financiero mundial. Pese a ser de ascendencia china, Lee fue el forjador de un nuevo estado. Kissinger lo considera un líder profético, pero al mismo tiempo con el necesario realismo para mantener un equilibrio en sus relaciones con Estados Unidos y China.

Margaret Thatcher, primera ministra británica, representa la estrategia de la convicción. Para Kissinger, la política conservadora se propuso revitalizar el papel de Gran Bretaña en el mundo; y sus políticas económicas, basadas en las privatizaciones y la lucha contra la inflación, tuvieron una gran influencia. En su política exterior jugaron un papel destacado la relación especial con Estados Unidos, las negociaciones con China que llevaron a restituir la colonia de Hong Kong en 1997 y la guerra para la recuperación de las Malvinas en 1982. Thatcher aparece como un ejemplo de tenacidad y fortaleza, aunque esto ocultara a menudo sus otras cualidades humanas.

El líder debe practicar el equilibrio entre tomar del pasado lo aprovechable e intuir el futuro, por incierto que sea

Falta formación política y cultural

Podría decirse que el libro de Kissinger contiene una crítica implícita del liderazgo político, tal y como se entiende y practica hoy, en que los líderes, marcados por una excesiva ambición, terminan por ser un producto del marketing electoral y desarrollan políticas cortoplacistas. Subraya el autor que sin liderazgo un país camina hacia al desastre, y eso también hará fracasar a las instituciones más sólidas.

El líder debe tener una estrategia, es decir, la capacidad de adaptarse a unas circunstancias cambiantes. En un mundo que prioriza las redes sociales, predominan unos líderes de débiles convicciones y limitados objetivos. De ahí la afirmación de Kissinger de que Internet no hace grandes líderes, pues la tecnología es solo un instrumento y no basta con tener mucha información: hay que ejercitar la capacidad de pensar.

En los líderes de hoy, el estadista norteamericano percibe a menudo una falta de formación política y cultural, un desinterés por la historia que no tenían las seis personas presentadas en el libro. En el prólogo se recoge la anécdota de un Churchill octogenario que comenta a un estudiante la necesidad de estudiar a fondo la historia, pues en ella radicarían todos los secretos del liderazgo. Sin embargo, Kissinger no comparte del todo esta visión, que le parece insuficiente, pues las decisiones inteligentes requieren competencias en ámbitos como la política, la economía, la geografía, la tecnología o la psicología.

Estadistas y profetas

Según Kissinger, el líder representa un eje entre el pasado y el futuro, y la memoria del pasado debería inspirar su actuación. No está de acuerdo con aquellos líderes que afirman que la historia debe de ser totalmente cambiada, pues eso no traerá buenas consecuencias. Por el contrario, el líder debe practicar el equilibrio de tomar del pasado lo aprovechable, sobre si todo si dieron entonces situaciones similares a las del presente, aunque al mismo tiempo debe de intuir el futuro, por mucho que aparezca como algo coyuntural o incierto.

Kissinger distingue entre dos clases de líderes: los estadistas y los profetas. Los primeros son sobre todo gestores, y en una negociación buscarán principalmente el equilibrio entre las partes. En cambio, los profetas son personas imperativas, poco razonables e incapaces de gestionar. En una negociación buscarán convencerse, o imponerse, a sus interlocutores. A Kissinger no le gustan los profetas, que suelen ser maximalistas y reacios a adaptarse al necesario equilibrio en las relaciones internacionales que, para él, fiel toda su vida a los postulados del realismo político, es el fundamento de la paz.

No hace alusiones directas a las actuales Rusia y China, las grandes rivales de Estados Unidos, si bien no cabe duda de que percibe ese maximalismo en sus líderes. Pese a todo, considera que el liderazgo es un tema de equilibrio entre los estadistas y los profetas. A este respecto, uno de los personajes del libro, Charles de Gaulle, representaría este equilibrio.

4 Comentarios

  1. Kissinger fue una figura política con gran capacidad estratégica. Sería conveniente conocer de su mano, como se desenvolvió con estos personajes, que lideraron una transición política de primer orden en un siglo convulso.

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