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En Kenia se celebra como propia la victoria de Obama

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Nairobi. Rebosaron la carretera contigua a Kibera, porque sus cantos y bailes no podían caber en los estrechos y fétidos callejones de la barriada, y la fiesta iba a prolongarse toda la noche. Muchos eran jóvenes desempleados que pertenecían a la misma tribu que el padre de Barack Obama, los Luo, y acababan de escuchar la confirmación de que el «hermano», el hijo de la tierra, había llegado al más alto cargo político del mundo. Y, sin embargo, algunos de esos mismos jóvenes probablemente habían participado en las grotescas escenas de violencia que el mundo entero había visto en enero, y muchos habían jurado, en caso de una derrota, volver a provocar el caos, aunque esta vez quizá no en perjuicio de sus hermanos africanos.

Hace un año, rondaba la pregunta de si un Luo sería antes presidente de los Estados Unidos o de Kenia. Que lo fuera de Kenia parecía lo más probable; las cosas tomaron, en cambio, un rumbo distinto -y trágico. Los que apoyaban a Obama sienten ahora que, por fin, se han reivindicado.

El 4 de noviembre, en Kisumu, el pueblo natal de Barack Obama padre, un grupo de actores representó en el casco central la parodia de unas elecciones en las que alguno, con suficiente descaro como para atreverse a votar a McCain, recibió una contundente paliza. Pero, por otro lado, nada que no le afecte a uno directamente se toma en África demasiado en serio; el elemento humorístico no puede faltar. En Kogelo, la tierra familiar, la res elegida y previamente cebada esperaba la señal para la matanza. Los periodistas caían en tropel sobre esta comunidad somnolienta, y había visitantes de Uganda que cruzaban la frontera para participar de la diversión. La carretera de acceso había sido asfaltada, para prepararla para turistas y curiosos en general. Pero la gente de la zona espera mucho más que estas pocas migajas una vez que su hijo predilecto asuma el poder.

Kenia declaró el jueves, 6 de noviembre, día festivo. Nigeria, como de costumbre, fue un paso más allá y declaró dos días. Algunos taxistas de Nairobi devolvieron el precio de la carrera a los afortunados pasajeros que transportaban justo en el momento en que las noticias dieron por la radio el anuncio oficial. Algunos congresistas incluso introdujeron hace días una moción en el parlamento keniano para mejorar el pequeño aeropuerto de Kisumu, para permitir aterrizar y despegar al avión presidencial americano, iniciativa que fue rechazada. Un guardia local me comentó que esperaba que la embajada norteamericana facilitase ahora a los kenianos la obtención de visados para establecerse en los Estados Unidos.

El sueño americano sigue vivo

¿Por qué han constituido los kenianos, y los africanos en general, una hinchada tan exuberante para el senador de Illinois? ¿Se trata sólo de la cuestión racial? ¿Es puro orgullo negro de que, al fin, los blancos han sido derrotados en su propio juego democrático? ¿La elección no se ha debido, después de todo, al inmenso número de votos de los blancos? Pero, más que por fastidiar a los blancos, la emoción obedece al hecho de que el «sueño americano» sigue vivo. Cuando Obama comenzó, tenía todo en su contra: falta de experiencia, edad, color, relaciones. Pero así y todo ha sido el orgullo de «su gente», y ésta no son sólo los negros, sino todos los oprimidos.

Los africanos ven en Obama el comienzo de una nueva era. Palabras como «cambio» y «revolución» han estado estas últimas semanas en la boca de la gente. Cambio de lo que se percibía como un sistema insensible e inescrupuloso que apenas se molestaba en ocuparse del empobrecido hemisferio Sur, al que además explotan los que tienen el poder. Revolución para derrocar un orden político y económico que dura ya demasiado tiempo, y formas de pensar y de gobernar que se han convertido en fósiles. El sueño de Martin Luther King se ha hecho al fin realidad. Los negros han alcanzado su verdadera dignidad.

Producto de una cultura distinta

Pero Obama no es el prototipo de afroamericano. No es un descendiente de esclavos. Su padre fue desde Kenia a los Estados Unidos con los puentes aéreos de Tom Mboya en los sesenta, cuando los jóvenes africanos eran llevados por centenares para obtener una calificación rápida y regresar luego a ayudar en el gobierno de la nueva república independiente.

Para los africanos, la mayoría de los cuales no se identifica con la típica imagen del gueto negro, Obama es el producto de una cultura distinta y de la tradición: la cultura de los africanos de hoy y de su éxodo a América para escapar de la pobreza, de la enfermedad, del desempleo y de una temprana muerte, como hacían hace un siglo o más los inmigrantes irlandeses e italianos; africanos sin el «atroz ancestro» -en palabras de un erudito escritor keniano- de los que salieron de las esclavitud; y africanos con sentido de su dignidad e igualdad frente a los blancos, y una cosmovisión en la que todos están incluidos. Algo que pudo haber contribuido al atractivo de Obama sobre África y sobre el mundo entero.

Los africanos, en cualquier caso, son lo suficientemente realistas para darse cuenta de que Obama es primero y antes que nada un norteamericano, a pesar de su nombre keniata. Sus prioridades vendrán dadas por la dinámica y las exigencias del sistema político y financiero de su propio país. Lo más que estas personas pueden esperar es que vuelva los ojos en favor de la tierra de sus ancestros paternos, y que se produzca un cierto efecto de filtración de la riqueza. Pero la falta de mención a sus raíces kenianas en su discurso de aceptación no resulta demasiado prometedora. De seguro las esperanzas del guardia no van a realizarse; probablemente la obtención de visados resultará ahora para los keniatas incluso más difícil. ¿Será esto una repetición de Kennedy, cuya presidencia resultó poco productiva para la pobre Irlanda de aquel tiempo, excepto por la propaganda turística que le hizo?

Está claro que los medios han desempeñado un gran papel en la actual Obamanía. La prensa local ha trabajado hasta la sobrecarga, y ha relegado la actual tragedia del este del Congo a las páginas interiores, con pocas o ninguna foto.

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