Derechos Humanos: un revés para EE.UU. en la ONU

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Análisis

Afrenta. Ultraje. Decepción. Traición. Con estas palabras han expresado los políticos estadounidenses su sorpresa y su furia por el hecho de que su país haya perdido (por primera vez desde 1947) su escaño en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Se diría que la pertenencia de EE.UU. a la Comisión es uno de los derechos humanos inviolables, si no escrito, al menos consuetudinario.

La Comisión de Derechos Humanos, que normalmente se reúne en Ginebra y comprende a 53 miembros, hace recomendaciones para la promoción de los derechos humanos y formula periódicamente condenas de las violaciones en algunos países. Cada uno de los grupos regionales de países de la ONU presentan candidatos para la comisión, que después son elegidos por voto secreto de los 53 miembros. En el grupo de Europa Occidental y Otros, había cuatro candidatos para tres puestos. Hecha la votación, Francia obtuvo 52 votos, Austria 41, Suecia 32 y EE.UU. solo 29. Washington, que ocupaba un escaño en la Comisión desde su creación en 1947, resultó derrotado junto a otros países como Irán y Arabia Saudí.

La pérdida del escaño es una experiencia por la que han pasado otros primeros actores de la escena internacional. Francia, hoy plebiscitada, perdió su puesto en 1977; Gran Bretaña resultó derrotada en 1977 y 1991. Solo Rusia y la India, por el juego de los intereses regionales, han estado siempre en la Comisión.

Por otra parte, pertenecer a la Comisión no es subir al «cuadro de honor» en la causa de los derechos humanos. Basta ver que el grupo africano ha elegido sin necesidad de voto a Sudán y Sierra Leona, y que en el grupo asiático se ha escogido, entre otros, a Pakistán. Y en la misma Comisión se encuentran países como Rusia, China, Libia, Cuba, Argelia, Vietnam, que podrían empezar a promover los derechos humanos en propia casa.

Pero esto forma parte de la mecánica habitual de la ONU. Lo que ha escocido a los norteamericanos es que en el grupo occidental ninguno de los otros tres países haya querido retirar su candidatura para cederle el puesto. Además, según ha reconocido el portavoz del Departamento de Estado, Richard Boucher, es probable que «muy pocos» de los 29 votos de EE.UU. vinieran de países de la Unión Europea.

Hay razones para ello. Los europeos están molestos por lo que consideran acciones unilaterales de Washington en temas importantes, como la cuestión del escudo antimisiles o el rechazo del protocolo de Kioto sobre el cambio climático. A esto hay que agregar que EE.UU. no ha ratificado tratados internacionales ampliamente respaldados, como el que prohíbe las minas antipersonas o el del Tribunal Penal Internacional. Su alineamiento con Israel le ha llevado también a no condenar la política de asentamientos judíos en los territorios ocupados o a vetar el envío de una fuerza de interposición en Palestina. Y, hace poco, mientras los otros 52 miembros de la Comisión respaldaban una resolución a favor de fármacos a bajo coste para combatir el SIDA en países pobres, EE.UU. se abstenía.

Acostumbrado a acciones en solitario, EE.UU. se encuentra ahora con que otros le han dejado en la estacada.

Con este palmarés, es más bien sorprendente el comentario de Jeane Kirkpatrick, ex embajadora en la ONU en tiempos de Ronald Reagan, para quien «el voto en la Comisión de Derechos Humanos lleva a preguntarse si EE.UU. tiene amigos y aliados fiables entre las democracias» (International Herald Tribune, 9-V-2001).

El coste de actuar en solitario

En el mismo periódico, Harold Hongju Koh, profesor de Derecho Internacional en Yale, es más realista al decir que el voto en la Comisión «es una señal de que la era de una automática deferencia mundial al liderazgo de EE.UU. en los derechos humanos se ha acabado.

La creencia americana en su carácter excepcional en el mundo le ha llevado demasiado a menudo a votar en solitario en la Comisión, dando por supuesto equivocadamente que este aislamiento no tenía un coste». Su recomendación es que, en lugar de reaccionar con medidas de represalia contra la ONU, que serían contraproducentes, EE.UU. se implique más a fondo en iniciativas para promover los derechos humanos.

Otros siguen pensando que fuera de los EE.UU. no hay salvación para los derechos humanos. Jesse Helms, presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Senado, afirma que, con la exclusión de EE.UU. «las víctimas de los abusos contra los derechos humanos ya no tendrán un portavoz que defienda sus esperanzas de libertad». Por lo visto, ningún otro país se preocupa por estas cuestiones.

Henry Hyde, republicano, presidente del comité de relaciones internacionales en la Cámara de Representantes, interpreta la derrota como «un intento deliberado de castigar a EE.UU. por su insistencia en que la Comisión denuncie con franqueza las violaciones de los derechos humanos allí donde ocurran». Pero si algo se reprocha a EE.UU. es que su preocupación por los derechos humanos varía según los intereses de su política exterior. Denuncia con razón la situación en Cuba, pero se olvida de Arabia Saudí. Condena a Irán, pero hace todo lo posible para que el rechazo de las resoluciones de la ONU no suponga la condena de Israel. Se comprende que el embajador israelí, Yaakov Levy, haya alabado a EE.UU. «por su papel en la reciente sesión de la Comisión de Derechos Humanos, especialmente en lo que respecta a las cuestiones de Oriente Medio e Israel».

Como venganza por la exclusión de la Comisión, buena parte de los congresistas americanos apoyan ahora que EE.UU. deje de pagar las cuotas atrasadas que debe a la ONU. Pero no se puede hacer una defensa de la democracia con la idea de que el dinero garantiza los votos, y menos aún cuando se trata de un deudor moroso. La cuestión es, como comenta la analista Flora Lewis en International Herald Tribune (11-V-2001) que, para ser respetado, EE.UU. debe mostrar que considera importante a la ONU: «Esta es la respuesta que los que han votado en secreto contra EE.UU. tratan de provocar, porque América no ha contado para mucho con la ONU, excepto para que respalde la postura de EE.UU.». También este es el método para que la superpotencia cuente con aliados fiables. Hay alianza cuando se llega a un acuerdo para defender un interés común, no simplemente cuando se espera que los demás den por buena la propia demanda.

Ignacio Aréchaga

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