Pasados varios días desde que Donald Trump y su par ruso, Vladímir Putin, se vieran las caras en Alaska –y algunos menos de la visita del ucraniano Volodímir Zelensky a Washington–, sigue estando claro que lo único que el chef del Kremlin ofrece como menú a lo demás son auténticos sapos: para que las armas callen, Ucrania tiene que ceder su provincia de Donetsk y todo el corredor hacia Crimea, además de renunciar a ser miembro de la OTAN. Y si Zelensky quiere conversar con Putin, debe viajar a Moscú, “capital mundial” del polonio 210, solo para que, a la vuelta, tengan que erigirle a toda prisa un soberbio mausoleo en Kiev.
A estas alturas, parecería que el único titubeante respecto a las verdaderas intenciones del ruso es el inquilino de l…
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