Un doble rasero con las “terapias de conversión”

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Daniel Tobias, vía Wikicommons.

Bev Jackson es una de las fundadoras de la Alianza LGB, una plataforma para la defensa de gais, lesbianas y bisexuales. Cualquier lector habrá echado en falta la T, en referencia a los transexuales. La ausencia no es ni mucho menos casual. Para Jackson, la transexualidad, o al menos el derecho a la autoafirmación de género, no existe. En diversos medios ha publicado artículos contra estas teorías, lo que le ha valido el calificativo de “tránsfoba” por parte de quienes las sostienen.

Se podría decir que Jackson no cree en la fluidez sexual, ni en lo que se refiere a la identidad ni a la orientación: los hombres son hombres, las mujeres son mujeres, y no pueden dejar de serlo; con los gais y lesbianas pasa lo mismo.

Para ella, por tanto, cualquier terapia “de conversión” para una persona homosexual, aunque solo consista en una charla con un psicólogo para explorar los motivos de su malestar, debe ser prohibida. Lo único que puede hacer un terapeuta ante una persona que sienta una atracción homosexual –incluso si la experimenta como algo problemático, que habitualmente es el motivo por el que acude al terapeuta– es afirmar esas inclinaciones y disolver cualquier reparo.

Sin embargo, cuando se trata de alguien que siente disforia de género, la cosa cambia. Según Jackson, que el terapeuta en esos casos “cuestione” los sentimientos del paciente no debería prohibirse. Es más, debería fomentarse.

¿Por qué? Lo explicaba en un artículo publicado hace algo más de un mes en Spiked. La razón principal no es, por si alguien lo había pensado, proteger la libertad de expresión o de pensamiento de los terapeutas, o la relación entre ellos y sus pacientes –si fuera así, cabría aplicar lo mismo a la exploración de la orientación sexual–.

Lo que ocurre es que Jackson está convencida de que muchas de las personas que acaban siendo diagnosticadas con disforia de género y transitan social y/o biológicamente hacia el sexo contrario son, simplemente, gais, lesbianas o bisexuales. Condescender a sus sentimientos disfóricos sería negarles su verdadera identidad sexual. Por tanto, las terapias afirmativas en cuanto al género son una forma de discriminación contra el colectivo LGB.

Esta afirmación teórica ya ha sido llevada a la práctica. Hace poco se conocía que un hombre ha denunciado a un hospital de Boston (Estados Unidos) por haberle suministrado un tratamiento con hormonas y posterior operación quirúrgica para cambiar de sexo, sin haber sopesado suficientemente sus antecedentes (su infancia marcada por un tortuoso desarrollo de la identidad sexual).

Lo lógico, por tanto, sería que se acusara al centro de negligencia profesional. Pero no: el cargo que se presenta es el de discriminación “por razón de sexo” en la asistencia sanitaria, pues el demandante considera, en la línea de lo que dice Jackson, que la terapia de transición de género estuvo motivada por un prejuicio anti-gay.

Curiosamente, cuando Jackson pide que los médicos cuestionen la supuesta disforia de género de sus pacientes, utiliza algunos de los argumentos que han empleado quienes defienden que se puedan ofrecer, a quienes lo soliciten, tratamientos para la atracción homosexual no deseada (TAHND).

Por ejemplo, se pregunta qué daño puede hacer una simple conversación con un psicólogo o un terapeuta, que es lo mismo que señalan quienes ofrecen tratamientos para la atracción homosexual no deseada (como reconoce Jackson, las “terapias agresivas” contra la homosexualidad –descargas eléctricas, choque de estímulos, etc.– que nunca se han practicado de forma general, hoy prácticamente han desaparecido).

Por otro lado, Jackson explica que la mayoría de personas que sienten disforia de género en su juventud terminan por identificarse como LGB. Pero cabría preguntarse si no pasará también que una buena parte de los que en un momento de su vida se plantean algunas dudas sobre su heterosexualidad –algo más frecuente en el comienzo de la adolescencia–terminan por descartarlas pasado el tiempo.

En cualquier caso, sean más o sean menos, lo deseable sería que cualquier persona que dude de su género o de su orientación sexual encuentre terapeutas preparados científicamente y, sobre todo, dispuestos a estudiar su caso concreto sin prejuicios. Ni Jackson es tránsfoba por reclamar cautela antes de un tratamiento de cambio de sexo, ni es homófobo quien se oponga a la prohibición de los TAHND.

 

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