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Niños en parejas homosexuales: ¿da igual?

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A favor del reconocimiento legal de la paternidad compartida para las parejas homosexuales, se aducen estudios que, según dicen, prueban que los niños criados por ellas son tan felices, sanos y buenos estudiantes como los criados por madre y padre casados. En un reciente libro1, la periodista norteamericana Dale O’Leary dedica un capítulo a examinar esa tesis, a la luz de las investigaciones disponibles.
En general, los estudios hechos hasta ahora sobre niños educados por parejas homosexuales contemplan números relativamente pequeños de casos (el fenómeno es aún minoritario) y no siguen la evolución de los sujetos durante largo tiempo. Por otro lado, algunos de los más citados han sido criticados por defectuosos. Así, en conjunto no permiten extraer conclusiones firmes (ver Aceprensa 61/05).

De todas formas, señala O’Leary, dos partidarios declarados de la adopción por parte de uniones homosexuales no suscriben la idea de que los niños criados por tales parejas son como los demás. Judith Stacey y Timothy Biblarz revisaron veinte estudios que supuestamente no habían encontrado diferencias y concluyeron que los autores habían pasado por alto las diferencias sacadas a la luz por sus propias investigaciones2. En realidad, según Stacey y Biblarz, esos trabajos muestran que los niños de parejas homosexuales son más sensibles a la “diversidad social” y menos condicionados por los estereotipos sexuales; entre ellos se dan más casos de indefinición con respecto al sexo y son más frecuentes la experimentación sexual, la promiscuidad y las prácticas homosexuales. Como Stacey y Biblarz consideran positivos esos rasgos, concluyen que los hogares de parejas homosexuales pueden incluso ser mejores para los niños.

La diferencia con una familia normal se da en todo caso, pero -dice O’Leary- sobre todo en el del chico varón a cargo de dos lesbianas. La peculiaridad parece venir de que “muchas mujeres homosexuales tienen una actitud extremadamente negativa hacia los hombres”. “Algunas extienden su hostilidad a la masculinidad misma, y ven con malos ojos las actividades propias de los chicos”. Naturalmente, a un niño criado en ese ambiente le será difícil desarrollar una identidad masculina normal: de ello muestra numerosos ejemplos el libro Lesbians Raising Sons, que es una colección de reflexiones y testimonios escritos por lesbianas con niños varones.

Tales mujeres, prosigue O’Leary, “creen que pueden suplir por completo la falta de padre: según ellas, para un niño no tener padre no es un problema, a no ser que una sociedad opresiva lo convierta en problema”. Pero los niños no lo ven necesariamente así. Como se ve en otro libro, Gay and Lesbian Parents, es corriente que a partir de los cuatro años, más o menos, los niños en esa situación pregunten por su padre, pidan a un hombre que sea su padre o expresen el deseo de tener padre. No es raro que se inventen explicaciones, como que su padre murió.

La “segunda madre” no es una buena sustituta del padre. Un estudio citado por O’Leary indica la importancia para el niño de la diversidad de sexos en los padres o tutores. Al examinar otros casos de chicos criados por dos mujeres: la madre soltera y la abuela materna, se comprueba que ellos están en desventaja con respecto a los que se encuentran en la misma situación pero tienen también abuelo. En estos, problemas psicológicos, como inseguridad o angustia, o dificultades de adaptación son menos frecuentes. Las diferencias son más marcadas en los niños que en las niñas.

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(1) Dale O’Leary. One Man, One Woman. Sophia Institute Press. Manchester (New Hampshire), 2007. 340 págs. 19,95 $.
(2) J. Stacey, T.J. Biblarz, “(How) Does the Sexual Orientation of Parents Matter”, American Sociological Review, abril 2004.

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