Espolvorear dinero sin más sobre el sistema educativo no es una fórmula que corrija automáticamente la brecha de resultados a corto y largo plazo entre los estudiantes. Los recursos en la escuela son necesarios, pero no pueden ser toda la ecuación, según advierte el estudio “Promoting Skills” (“Promover habilidades”) del economista James Heckman, de la Universidad de Chicago.
El investigador lo demuestra mediante la comparación de datos de EE.UU. y Dinamarca. Por norma, si en una conversación aflora el tema del Estado del Bienestar y la equidad en los países desarrollados, la balanza suele inclinarse sin discusión a favor de los daneses y del resto de los nórdicos. Sin embargo, los números muestran que, a pesar de que en estos últimos hay menor desigualdad en la distribución de la renta, persiste la inequidad de resultados entre determinados grupos de estudiantes.
“Dinamarca se enorgullece de contar con escuelas de alta calidad, sin disparidad aparente en cuanto a gasto en todas las regiones o grupos; sin embargo, el país tiene el mismo alto nivel de inequidad educativa que EE.UU.”, apunta Heckman.
Brechas que no se cierran
¿Qué estaría incidiendo en esto? El background familiar. Según explica, a pesar de que los menores daneses tienen todos acceso gratuito a cuidados de salud, a guarderías y colegios de primaria y secundaria de calidad, persiste una brecha de resultados según el nivel educativo de las madres. Un desnivel muy parecido al que se verifica entre los menores de madres profesionales y no profesionales en EE.UU., con independencia de la disparidad en cuanto a bienestar en uno y otro país.

Una ojeada a las estadísticas lo constata: en lo relacionado con habilidades de autocontrol y cooperación, los niños daneses de cinco años, hijos de madres con estudios universitarios, alcanzan casi nueve puntos, frente a los ocho de madres con educación secundaria, y a los poco más de siete de aquellas con un nivel educativo menor.
Asimismo, en pruebas de lectura, los de 14 años del primer grupo les sacan –en una escala de 75 puntos– 12 puntos de ventaja a los del segundo y 20 a los del tercero. Luego, cuando llegan a los 30 años, los del primer grupo han estado más tiempo que el resto vinculados al sistema educativo, y en cuanto a ingresos, los primeros, una vez cumplidos los 40 años, les sacan a los últimos una diferencia de casi 20.000 euros al año.
En EE.UU., panorama similar: los hijos adolescentes de madres universitarias aventajan a los de madres con estudios secundarios o de menor nivel en cuanto a lectura. Más adelante, llegados a los 30, atesoran bastantes más años de instrucción institucional, y en cuanto a ingresos ya en los 40, la diferencia entre el primero y el tercer grupo es de 13.000 dólares.
La ayuda, al pie de la cuna
Varios estudios en el terreno avalan que, si el apoyo institucional llega también a casa; si se les da un espaldarazo a los padres, la formación del niño o adolescente marcha a mejor ritmo y con mejores resultados.
Lo pudo comprobar un equipo del UCD Geary Institute for Public Policy, de Irlanda, que diseñó un programa de visitas a familias en barrios pobres de Dublín durante cinco años. La iniciativa, denominada Preparing for Life (PFL), consistía en brindar apoyo formativo y material, de modo presencial, a las madres de niños de cero a cinco años, para que aprendieran cómo interactuar con ellos de modo que pudieran desarrollar habilidades cognitivas y emocionales.
Las visitas de expertos en educación temprana comenzaron en torno a la semana 21 de embarazo, a razón de dos por mes. Las madres recibieron información de calidad sobre el proceso de crianza y desarrollo del menor, así como sobre paternidad positiva. Se utilizaron materiales audiovisuales, se organizaron juegos de rol, se les enseñaron técnicas de masaje para estimular, aliviar y relajar a sus bebés, etc.
Por otra parte, los formadores coordinaron talleres de salud para los padres, les entregaron libros y juguetes didácticos para sus hijos por valor de 100 euros cada año; facilitaron la inscripción de los menores en escuelas infantiles mejoradas, conectaron a las familias con los servicios de la comunidad y estimularon su participación en eventos sociales.
Las más de 230 familias participantes se dividieron en dos grupos: uno recibió el paquete completo, y otros, solo la segunda parte (talleres de salud, juguetes, escuelas mejoradas, etc.). La diferencia se hizo notar en que, en habilidades como la lectura y el cálculo matemático, los niños de familias beneficiadas por el programa completo alcanzaron mejores resultados que los de quienes no recibieron clases de paternidad positiva o técnicas de masaje.
Al final, según señala el informe del programa, la iniciativa fue eficaz para mejorar la preparación del menor, “particularmente en términos de desarrollo cognitivo, bienestar físico y habilidades motoras”.
Hacen falta políticas que contribuyan a corregir el déficit de aprendizaje originado por la fractura familiar
Otra investigación sobre el tema tomó como base la implementación de un programa de desarrollo infantil temprano en zonas deprimidas de Kingston (Jamaica) con 127 niños malnutridos de entre 9 y 24 meses de edad. Durante dos años (1986-1987) se realizaron intervenciones en el área de la nutrición, al tiempo que varios profesionales de la salud visitaron los hogares de estos menores e instruyeron a las madres sobre cómo cuidarlos, además de cómo interactuar y jugar con ellos para estimularlos cognitiva y emocionalmente.
Dos décadas después, los expertos constataron que los jóvenes cuyos hogares habían recibido apoyo nutricional y asesoría para la estimulación temprana habían podido alcanzar, en ingresos monetarios, a los del grupo de control en que no había desnutrición. Asimismo, se habían asegurado más años de escolaridad, mayores competencias cognitivas y no cognitivas, y un mayor índice de matriculación universitaria, en comparación con aquellos en cuyos hogares no se había desplegado ninguna acción.
Que los gobiernos se impliquen
Invertir, pues, en la escuela, ayuda, pero hay que hacerlo también en el hogar. Es allí donde, tanto la formación de los padres, como sus destrezas adquiridas para contribuir al desarrollo de habilidades en el hijo, o el mayor o menor grado de bienestar material, pueden influir de alguna manera en el desempeño académico del menor y, ya como adulto, en su grado de realización profesional.
Por ello, Heckman hace notar que, cuando pierde solidez la estructura familiar –cuando queda al frente del hogar una madre soltera, por ejemplo–, se hace más difícil dedicar recursos económicos al desarrollo temprano de los hijos, lo que termina derivando en desigualdad.
“Dado que las familias son las principales generadoras de habilidades e impactan en la formación de estas en los menores antes de que asistan a la escuela (…), está claro que las brechas en esta formación y en otros logros son consecuencia de las diferencias en las estructuras familiares y en sus ambientes. En la actualidad, más y más menores se encuentran en hogares sin los dos padres, lo que tiene un enorme impacto en su desarrollo de habilidades”.
En tal sentido, y aunque reconoce que los gobiernos no tienen la capacidad para intervenir en los asuntos familiares, señala que sí pueden poner en vigor políticas que de alguna manera corrijan el déficit de habilidades originado por la fractura familiar o por el ambiente económico desfavorable del hogar.
Se precisan, en su opinión, políticas que reconozcan claramente qué habilidades son necesarias y cómo generarlas. Y habida cuenta de que los núcleos familiares son la fuente primaria de estas, Heckman recomienda que se formulen medidas encaminadas a beneficiarlos, particularmente, a los que se hallan en mayor desventaja económica.
Aportarles el know how y echarles un brazo por encima puede marcar la diferencia.