El modelo sueco de «baby-boom»

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El país europeo que ha logrado relanzar la natalidad

Ante el «envejecimiento» de la población europea predomina una actitud fatalista. Los matrimonios no quieren tener más de uno o dos hijos, se dice, y no van a cambiar de opinión por que haya más subsidios familiares. El factor religioso ha dejado de influir en la natalidad de esta Europa secularizada. En medio del coro, una voz desentona: Suecia. En el país nórdico, la tasa de fecundidad, que estaba bajo mínimos en los años setenta, es hoy 2,17 hijos por mujer, la más alta de Europa Occidental. ¿Qué enseña este «modelo sueco» de baby-boom?

La natalidad en Suecia va justo al revés que en los demás países europeos. En el conjunto de la Unión Europea, la tasa de fecundidad (número de hijos por mujer en edad de concebir) ha pasado de 1,82 en 1980 a 1,42 en 1992. El récord de la escasez de cunas lo ostentan España, con 1,23 hijos por mujer, e Italia, con 1,26. Sólo Irlanda asegura por ahora la sustitución de generaciones, con una tasa de fecundidad del 2,11.

En cambio, la tasa de fecundidad en Suecia ha pasado de 1,6 en 1983 a 2,17 en 1993. El número de nacimientos ha aumentado de 91.000 en 1983 a 116.000 en 1989, 123.000 en 1990 y 122.000 en 1992. Y no es que el Estado mantenga una política pro natalista a ultranza como un objetivo público. Según explica Birgit Arve-Pares, que coordina las actividades del Año Internacional de la Familia en el Ministerio de Asuntos Sociales, «no se trata de hacer que nazcan más niños, sino de facilitar su inserción social» (Le Monde, 19-IV-94). Es decir, que quienes quieran tener hijos encuentren menos obstáculos socioeconómicos para hacer realidad su deseo. Pues en las encuestas de todos los países hay siempre una diferencia entre el número de hijos que los padres dicen que sería su ideal y los que de hecho tienen.

El aumento de natalidad se achacó en principio a que empezaban a tener hijos las mujeres que habían postergado la maternidad por dedicarse a su trabajo. Y, de hecho, se notó un aumento de la natalidad entre las de 30 a 39 años. Pero el mayor número de nacimientos procede de las madres de 25 a 29 años. La edad media de las primerizas es de 27 años. Luego, cuando llegan los hijos, suelen venir poco espaciados.

Un año de permiso por nacimiento

¿Con qué medidas se favorece la «inserción social» de los recién nacidos en Suecia? Para empezar, un bebé necesita alguien que le cuide en casa. En principio, parece que esto debería de ser difícil en Suecia, donde la tasa de actividad femenina es el 80,3%, la más alta de los países de la OCDE. Pero allí existe un generoso permiso laboral cuando nace un hijo, en virtud del cual uno de los dos padres puede quedarse en casa durante un año cobrando el 90% de su sueldo (y tres meses más con una compensación menor). El tiempo de este permiso puede utilizarse también trabajando a jornada parcial durante un período más largo. Esta prestación absorbía el 40% del presupuesto estatal de política familiar y beneficiaba el año pasado a 459.000 personas. El 27% de ellas eran progenitores varones, si bien ellos se quedan en casa un período mucho más corto que las madres, aproximadamente un mes.

Cuando se dice que el trabajo de la mujer entra en colisión con el deseo de maternidad, se está diciendo sólo una media verdad. Como demuestra la experiencia sueca, hay otros factores que también influyen a la hora de conciliar el trabajo y la atención a la familia. Como contraste, en España, donde la tasa de actividad femenina es la mitad (41,2%) que la sueca, la fecundidad es la más baja de Europa.

Ciertamente, para que las familias puedan tener los hijos que desean hace falta una política bien elaborada, que prevea las distintas contingencias familiares. Por ejemplo, para cuidar a un hijo enfermo, un padre sueco puede disfrutar de un permiso de hasta 60 días por año, mientras el niño es menor de 12 años, con compensación por la pérdida de ingresos. Los varones utilizan este derecho con la misma asiduidad que las madres, en torno a una semana al año.

Muchos trabajos a tiempo parcial

El número de hijos no da derecho a deducciones fiscales. Pero garantiza subsidios familiares sustanciosos, del orden de 9.000 coronas (157.000 pesetas) por hijo y año. Los hogares con tres o más hijos perciben un subsidio suplementario por familia numerosa.

La conciliación entre la actividad profesional y la familia es más llevadera también por el trabajo a tiempo parcial. Entre las mujeres que trabajan, el 40,5% lo hacen a tiempo parcial (contra el 11,2% en España). Por otra parte, los padres con hijos menores de 8 años tienen derecho a reducir su jornada laboral en dos horas, pero con la correspondiente disminución salarial.

Además, aunque la enseñanza preescolar no es obligatoria en Suecia, el número de plazas en guarderías y otras fórmulas de custodia de los menores de seis años ha aumentado de 200.000 en 1980 a 432.000 en 1992. Las cuotas que pagan los padres por esta asistencia infantil varían entre el 11 y el 16 por ciento del coste, y el resto es cubierto por subvenciones estatales y municipales.

La atención a las necesidades de las familias se ha fortalecido tras el cambio político de septiembre de 1991, cuando llegó al poder una coalición de partidos conservadores. El principal de estos partidos es el Moderado, cuyo máximo dirigente es el actual primer ministro Carl Bildt. En un país donde los socialistas habían ejercido el poder casi sin interrupción durante seis décadas, las actitudes de los conservadores resultaban revolucionarias. En su manifiesto, el partido Moderado rechazaba la equiparación de lo «social» con lo «estatal» y proponía devolver la primacía a la sociedad civil. En la economía, esto implicaba dar más juego al mercado frente a la burocracia; en la vida social, fortalecer la libertad de las familias frente al intervencionismo (cfr. servicio 120/92: La nueva política familiar en Suecia).

Financiación del colegio elegido

Esto último se ha notado especialmente en la enseñanza (cfr. servicios 25 y 137/92). Antes, los padres tenían que llevar a sus hijos al colegio público del barrio o, si elegían una de las pocas escuelas privadas, pagar el coste de la enseñanza. Ahora, en la enseñanza primaria la financiación pública va unida al niño. Es decir, los padres eligen libremente la escuela y el municipio paga al colegio una subvención que es igual al 85% del coste medio por alumno en la ciudad donde reside. Esta subvención se financia con los impuestos municipales y con el dinero que el Estado da al ayuntamiento por cada alumno. El nuevo sistema es más económico para los municipios y ha favorecido también el aumento de colegios privados.

Ciertamente, para recibir estos y otros servicios sociales, los suecos tienen que pagarlos. Entre impuestos y cotizaciones sociales, los suecos dejan en manos del Estado el 52% de su renta, uno de los porcentajes más altos del mundo y que en otros países se consideraría intolerable. Aun así, el déficit público alcanza un monumental 15% del PIB (la media de la OCDE es de un 4,6%). Además, la recesión alcanza niveles hasta ahora desconocidos: el PIB ha retrocedido seis puntos en los últimos tres años. Y, en la tierra prometida del pleno empleo, el paro alcanza oficialmente al 8,2% de la población activa, y al 14% si se incluye a los trabajadores dedicados a tareas de utilidad pública y en cursos de reciclaje.

Estos datos inquietantes amenazan los fundamentos del Estado del Bienestar. Y si se impone la restricción de los gastos sociales, también puede haber recortes en la generosa política familiar. Pero la experiencia sueca demuestra que la situación demográfica europea no es irreversible.

Ignacio AréchagaLa familia es la primera seguridad social

La opinión pública norteamericana, desde hace tiempo preocupada por la situación de los niños del país, ha recibido un nuevo toque de atención con un informe de la fundación Carnegie. Gran parte de los datos aportados en esta ocasión proceden de diversos estudios anteriores, por lo que eran ya conocidos; pero impresiona verlos todos reunidos.

El objeto del estudio recién publicado son los niños norteamericanos menores de tres años. Resalta que la mortalidad infantil (fallecidos antes de cumplir un año) es de 9 por mil nacidos vivos, tasa muy alta para un país desarrollado. A los dos años, el 60% de los niños no están aún vacunados contra las enfermedades infantiles más comunes. Casi la cuarta parte viven en familias con ingresos inferiores al nivel mínimo oficial de pobreza.

Éstos son algunos síntomas. Otras estadísticas indican por qué tantos niños están mal atendidos. Casi la cuarta parte viven con uno solo de sus padres. Más de la mitad de las mujeres con hijos menores de un año trabajan fuera del hogar, en muchos casos por necesidad: son madres divorciadas o solteras. Además, tienen más dificultades que otras -por falta de recursos económicos o por no disponer de la ayuda de parientes próximos- para encontrar un sustituto durante su jornada laboral.

La primera fuente de problemas

En suma, la primera fuente de los problemas es la desintegración familiar. Esto hace que tantos padres no sepan o no puedan cuidar bien de su descendencia. La crisis de la familia tiene, a su vez, dos orígenes principales: el divorcio y las uniones de hecho, que dan lugar a los hogares de un solo padre, la madre casi siempre. En Estados Unidos es particularmente grave el caso de los nacimientos extramatrimoniales: anualmente, unas 350.000 adolescentes solteras tienen hijos, lo que supone uno de los índices más altos del mundo. Este fenómeno ha provocado un aumento de la indigencia, como muestran los cálculos que se han hecho: en 1960, había un 15% de menores en situación de pobreza; si no hubieran aumentado las familias de un solo padre, hoy la proporción sería del 13,8%, en vez del 20,3% que efectivamente se registra.

La fundación Carnegie propone diversas medidas para aliviar los males de la infancia. Por ejemplo, asistencia e instrucción a las embarazadas y un programa nacional de vacunación y servicios sanitarios a los niños. También, cuatro meses de permiso laboral por parto. Otra propuesta es impartir en las escuelas cursos para enseñar a los adolescentes a ser buenos padres, y a su tiempo, cuando sean mayores. Esto último importa especialmente, porque se ha comprobado que los niños criados en familias de un solo padre sufren más problemas emocionales y de conducta, de modo que son claramente más proclives a la delincuencia.

El matrimonio es la base

Se ve que lo prioritario es fortalecer la familia. Y la base de la familia es el matrimonio. Últimamente se quiere estirar el concepto de familia como si fuera chicle, para incluir diversas clases de agregaciones humanas de tipo afectivo y con componente sexual. Pero, como muestran las consecuencias visibles del divorcio y las uniones de hecho, la crisis de la familia es la crisis del matrimonio.

Hay quienes saludan unos tiempos nuevos en los que las parejas informales -aun homosexuales- estarían equiparadas al matrimonio «tradicional». En realidad, las uniones de hecho son más viejas que la tos (véase la Biblia); incluso algunas sociedades del pasado llegaron más lejos que la nuestra en la regulación legal del concubinato. Lo que no equivalía a confundir o equiparar esta figura con el matrimonio, que es otra cosa.

Por su parte, el matrimonio no es antiguo, sino permanente. El antropólogo norteamericano David W. Murray recuerda (Policy Review, primavera de 1994) una tesis que no es nueva en esta ciencia: «Las culturas presentan muchas diferencias, pero todas las sociedades que sobreviven están fundadas en el matrimonio». Por eso dice que el declive del matrimonio en Estados Unidos es augurio de desdichas.

«El matrimonio -afirma Murray- es la infraestructura cultural de la sociedad, los puentes de interconexión social. La historia de la sociedad humana muestra que cuando la gente deja de casarse, queda amenazada su supervivencia como cultura». A veces, se piensa que distinguir las parejas por su estatuto jurídico obedece a actitudes sociales anticuadas; que lo importante es sólo el afecto, mientras que el matrimonio es un mero papeleo: ¿qué más da inscribirse o no en el registro? Tal opinión merecería un cero en antropología cultural; además, la realidad actual muestra que no da lo mismo.

La solidaridad más básica

Como señala Murray, no es sólo cuestión de consideración social. El matrimonio, a diferencia de la unión fáctica, tiene ciertos efectos sociales objetivos, de los que Murray destaca uno: el parentesco. El matrimonio, dice, crea unos vínculos formales que fundan obligaciones de ayuda mutua. Consecuencia: «La ausencia de matrimonio es uno de los principales motivos por los que las familias de un solo padre se encuentran a menudo en situación de pobreza y sus hijos tantas veces se convierten en víctimas y transgresores solitarios».

Murray ilustra esta tesis con una referencia a la realidad norteamericana. Las parejas casadas pueden contar, en mayor medida que las otras, con el apoyo moral y material de parientes. Por ejemplo, en Estados Unidos, disponer de automóvil contribuye a conseguir y conservar un trabajo. En los barrios deprimidos sólo tienen coche el 18% de los residentes. Allí, las personas con parentela tienen quienes les presten o les ayuden a comprar un automóvil y, por tanto, más facilidades para lograr empleo. Algo análogo hay que decir de las ayudas para conseguir casa y de otros muchos servicios que prestan los familiares.

Esto permite comprender, en gran parte, cómo ha surgido un «Cuarto Mundo» dentro del país más desarrollado del planeta. En los ghettos urbanos de Estados Unidos abundan las uniones de hecho; así, muchos padres y sus hijos apenas tienen parientes que les echen una mano, y fácilmente caen en la penuria. Sin matrimonio no se crea -y con el divorcio se pierde- la «red» de suegros, cuñados, etc., que constituye el entramado de la sociedad. El parentesco funda la solidaridad humana más básica, de la que la providencia pública es un sucedáneo muy imperfecto. Al mismo tiempo, estar vinculados a familiares inculca las primeras lecciones de respeto y ayuda a los demás, asignatura que difícilmente enseña la escuela cuando no se ha aprendido antes. Con estas pruebas se puede juzgar si el matrimonio es algo más que un trozo de papel.

Rafael SerranoEmpleos más flexibles para atender a los hijos

El dilema «trabajo o familia» debe pasar a la historia, sostiene Penelope Leach en su libro Children First, recién publicado en Gran Bretaña. En una reseña para The Times (11-IV-94), Mary Ann Sieghart subraya las propuestas de la autora en favor de nuevas políticas de empleo que eviten a padres y madres robar tiempo a sus hijos.

«En otros tiempos -comenta Sieghart-, y aún ahora en las sociedades en desarrollo, se criaba a los niños dentro de amplios grupos familiares y comunitarios. Las mujeres hacían trabajos de mujeres, junto a otras mujeres y con sus hijos y los de otros. (…) Los niños aprendían a convertirse en buenos adultos no sólo por lo que les enseñaban o les decían, sino con el ejemplo, viendo a sus padres hacer las cosas propias de los mayores. Eran aprendices de adulto.

«Ahora una madre se enfrenta con una disyuntiva mucho más rígida. Prácticamente todo el trabajo productivo ha emigrado del hogar, forzando a casi todos los adultos a ir detrás. Si una mujer se queda en casa a cuidar de sus hijos, se enfrenta a un panorama de soledad y aburrimiento».

Para los niños, esto ha supuesto perder en gran medida la presencia de los padres. Así, dice Leach, «se espera de los niños que hagan no ya lo que hacen los adultos, sino lo que éstos dicen». Comenta Sieghart: «Y ésa es, como sabe cualquier padre, la manera menos eficaz de inculcar el buen comportamiento del que depende la integración en la sociedad».

Leach cree que los padres dedican demasiado poco tiempo a sus niños pequeños. En Australia -dice Sieghart-, donde se favorece sobre todo al sistema de guarderías, la publicación del libro ha causado alboroto, porque sostiene que tales centros no son adecuados para los niños menores de tres años. «Su tesis es que los niños pequeños se desarrollan mucho mejor al cuidado de la madre o el padre, de un pariente o de una mujer que cuide, en su propia casa, a sus hijos y a los de otros».

Pero el actual sistema de trabajo prácticamente impide estas soluciones. Según Leach, el tiempo que los padres pasan con sus hijos ha disminuido un 40% en el lapso de una generación, porque apenas hay posibilidades de trabajar si no es fuera de casa. Y muchos matrimonios no pueden permitirse prescindir de un sueldo cuando les nace un hijo. Es preciso darles otras opciones, dice Sieghart: «Más empleos a tiempo parcial, más trabajo en casa y trabajo más flexible permitirían que los padres atendieran mejor a sus hijos. El mismo efecto tendría un periodo razonable de excedencia laboral para quedarse en casa con un hijo pequeño, con la garantía de readmisión en el empleo».

Respecto a esto último, Sieghart pone el ejemplo de Suecia. Y si un gobierno no quisiera establecer una medida como ésa por no elevar el gasto público, se podría recurrir a una medida sugerida por Leach. Los futuros padres podrían financiar sus periodos de excedencia mediante fondos como los de pensiones, con contribuciones desgravables y derecho a participar de los beneficios de los fondos.

«Pero aún más necesario -escribe Sieghart- es que cambie la mentalidad de los colegas y de los empresarios, con la consiguiente mejora de una vida centrada en el hogar. Los padres suecos que quieren tomarse un tiempo para estar en casa con sus hijos pequeños hacen una cosa normal, aceptada, sin que por ello sean penalizados en su trabajo».

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