A falta de familia, políticas de identidad

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Mary Eberstadt. CC: Meyers, Eric. Fotomontaje: Aceprensa 

 

Desde tiempos inmemoriales, los humanos han forjado su identidad en el seno de las estructuras de parentesco. Pero con la erosión de la familia en el último medio siglo, muchas personas han perdido sus señas de identidad y buscan un sustitutivo de reconocimiento y solidaridad en grupos basados en determinados rasgos (raza, género, orientación sexual, origen étnico…). La socióloga Mary Eberstadt explica en su libro Gritos primigenios, publicado en español por Rialp (1), que el poderoso auge de estas políticas de la identidad es el resultado de una carencia de familia y de comunidad. Ofrecemos un extracto sobre el resultado de la revolución sexual.

“¿Quién soy?” es una pregunta humana universal. Sin embargo, es difícil de responder cuando otras preguntas básicas resultan problemáticas o están fuera de nuestro alcance. ¿Quién es mi hermano? ¿Quién es mi padre? ¿Dónde están, si están en algún lugar, mis primos, abuelos, sobrinas, sobrinos y el resto de conexiones orgánicas que han servido de orientación para la existencia cotidiana de la humanidad hasta nuestros días? (…)

El padre ausente

¿Pero cuándo se han atenuado los lazos familiares? Vamos a repasar algunas de las formas del debilitamiento de la familia. En 1965, en The Black Family: The Case for National Action, el futuro senador Daniel Patrick Moynihan argumentó que la pobreza entre los negros estaba vinculada fundamentalmente a la implosión de la familia negra, y mostró su preocupación por la tasa de nacimientos fuera del matrimonio, que entonces rondaba el 25%, superando por mucho la tasa entre los blancos. Esa tasa continuaría aumentando tanto para los blancos como para los negros durante las décadas siguientes. (…)

En 1997, uno de los científicos sociales más eminentes del siglo XX, James Q. Wilson, identificó la raíz de la fractura en Estados Unidos en la disolución de la familia. Este profesor de Gobernación en Harvard, profesor emérito de la Universidad de California (Los Ángeles) y ex presidente de la Asociación Estadounidense de Ciencias Políticas, describió lo que llamó “las dos naciones” de Estados Unidos. (…) La línea divisoria ya no era una cuestión de ingresos o de clase social, sino del tipo de familia de la que se provenía, es decir, si uno había nacido en un hogar roto o intacto. “No es el dinero”, observó, “sino la familia la que es la base de la vida pública. A medida que se ha debilitado, todas las estructuras construidas sobre esa base se han debilitado también”. En 1997, el desmoronamiento familiar en Estados Unidos ya no era un fenómeno de gueto, sino un hecho de la vida cotidiana de cada vez más ciudadanos.

(…) La estructura familiar se había vuelto más importante que la raza, los ingresos o el puesto de nacimiento para que se dieran comportamientos positivos: “Los niños de familias monoparentales, en comparación con los de familias con los dos padres, tienen el doble de probabilidades de abandonar la escuela; son mucho más propensos a ser jóvenes que no estudian ni trabajan; las niñas de familias monoparentales tienen el doble de probabilidades de tener un hijo fuera del matrimonio; (…) los niños criados en hogares monoparentales tienen más probabilidades de ser suspendidos en la escuela, de tener problemas emocionales y de comportarse mal”.

Dos décadas y muchos más libros e investigaciones después, todos los estudios confirman la tesis de Wilson: la nueva riqueza en Estados Unidos es la riqueza familiar, y la nueva pobreza, la pobreza familiar. Al mismo tiempo, los padres ausentes han sido solo las lagunas familiares más visibles y medibles.

Hijos divididos

En el año 2000, Elizabeth Marquardt, en colaboración con el sociólogo Norval Gleen, publicó Between Two Worlds: The Inner Lives of Children of Divorce, el primer estudio sobre los efectos a largo plazo que tiene en la vida adulta la ruptura de los padres. Marquardt realizó un largo cuestionario a mil quinientos adultos jóvenes, la mitad de los cuales habían experimentado la separación de los padres antes de que los hijos cumplieran catorce años. Marquardt documentó diferencias entre los niños cuyos padres se divorciaron y los que provenían de familias intactas. Estas diferencias incluían temas como confianza, ansiedad, espiritualidad y otras medidas generales de bienestar.

El padre ausente y la falta de hermanos se han convertido en obstáculos para experimentar la solidaridad familiar

Para los propósitos de este libro, lo más notable son las preguntas que revelan otro tipo de diferencia: estos dos grupos en ocasiones muestran conceptos de identidad totalmente contrapuestos.

Por ejemplo, los hijos de padres divorciados tenían una probabilidad casi tres veces mayor de estar totalmente de acuerdo con la declaración: “Me sentía como una persona diferente con cada uno de mis padres”. (…) Casi dos tercios de los encuestados con padres divorciados también estuvieron de acuerdo con la siguiente declaración, que expresa la división de uno mismo en más de uno: “Sentía que tenía dos familias”.

Esto es, nuevamente, una evidencia evocadora de la profunda sensación de ruptura de sí mismo que muchas personas, tanto adultos como niños, experimentan como puntos de partida en la vida (…) Y aunque este libro se limita al estudio de hijos de padres divorciados, sus hallazgos también podrían aplicarse a hogares donde los padres nunca se casaron, pero en los que ambas partes continúan desempeñando un papel en la vida del niño, aunque desde diferentes lugares.

Los hijos de donante anónimo

Una nueva forma de difuminación de la identidad es la tecnología de reproducción asistida, que incluye métodos como la donación anónima de esperma y la gestación subrogada.

La creación de seres humanos a los que intencionadamente se les ha privado de conocer al menos uno, y a veces ambos, de sus padres genéticos es un experimento tan novedoso que aún no ha recibido una atención académica generalizada. (…) Aun así, el primer estudio importante de los efectos que estas técnicas tienen sobre la identidad es extremadamente sugerente. En My Daddy’s Name is Donor: A New Study of Young Adults Conceived through Sperm Donation, Elizabeth Marquardt, Norval D. Gleen y Karen Clark reunieron la primera muestra representativa de 485 adultos entre los 18 y los 45 años, cuyas madres habían utilizado un donante de esperma, y compararon los resultados con los de un grupo de 583 adultos criados por sus padres biológicos. “De media –informan los autores– los adultos jóvenes concebidos mediante la donación de semen sufren más, están más confundidos y se sienten más aislados de sus familias. Les va peor que a sus pares criados por padres biológicos en temas tan importantes como la depresión, la delincuencia y el abuso de sustancias”.

Además de estos resultados negativos, que coinciden con los del hogar sin padre en general, hay signos claros de confusión de identidad. Aproximadamente dos tercios de la muestra, por ejemplo, estuvieron de acuerdo con la afirmación: “Mi donante de esperma es la mitad de lo que soy yo”. El problema es que esta mitad del yo ha quedado colgando en el limbo.

(…) Los resultados de la encuesta también arrojan la siguiente revelación: “Más de la mitad dice que cuando ven a alguien que se parece a ellos, se preguntan si están relacionados. Casi todos dicen que han temido sentirse atraídos o tener relaciones sexuales con alguien con quien están relacionados sin saberlo”.

Es difícil pensar en un indicador más fundamental de la identidad humana que el tabú del incesto: la definición de quién, exactamente, podría ser un compañero aceptable o prohibido. Las personas que no tienen ese tipo de orientación son personas que no pueden responder a la pregunta ¿Quién soy yo? en su nivel más básico.

Los hijos de donantes de esperma son muy pocos en relación con el resto de la población. (…) Pero el mapeo de su estado emocional revela una verdad que se aplica a cualquier persona: los seres humanos intentamos responder a la pregunta ¿Quién soy yo? mediante el conocimiento de nuestras relaciones. (…) Las relaciones humanas, especialmente las de parentesco, son una herramienta de primera mano para construir la identidad. Es por eso que los hijos de donantes anónimos tienen que asumir el reto de encontrarse a sí mismos.

(…) My Dady’s Name Is Donor también informa de que “aproximadamente la mitad de los hijos de donantes tienen preocupación u objeciones serias frente a la misma idea de la donación de esperma, incluso cuando los padres les dicen a los hijos la verdad sobre su origen”. El hecho de que muchas personas se opongan a sus propios orígenes, a quiénes son, es un ejemplo más, aunque un tanto inusual, de que la conciencia de quiénes somos y quiénes son los nuestros tienen la misma raíz.

Crecer sin hermanos

Una evidencia demográfica más notable es la reducción numérica de la mayoría de las familias occidentales, tanto si permanecen juntas como si están separadas. Esto implica que en los últimos años ha disminuido el número de personas que crecen con hermanos. (…)

Actualmente es mucho más común que las madres estadounidenses tengan uno o dos hijos, en lugar de tres o más, como era el caso a principios de la década de los sesenta. Los hijos únicos se han convertido en la norma en gran parte de Europa y en partes de Asia, y el número está aumentando en Estados Unidos. (…)

¿Por qué es esto importante? Porque diversos hallazgos muestran que estar acompañado por otros contemporáneos no parentales (es decir, hermanos) en las primeras etapas de la vida supone una ventaja en la socialización de niños y adolescentes. Si se reflexiona sobre esto, es difícil ver cómo podrían ser las cosas de otra manera; después de todo, muchos hermanos pasan más tiempo entre ellos que con los padres, y la relación entre hermanos es la única relación familiar capaz de perdurar durante toda o casi toda la vida. (…)

Un estudio canadiense publicado en 2018 sugiere que los hermanos también aprenden unos de otros a ser más empáticos, independientemente del orden de nacimiento. Otro estudio ha encontrado que hay una correlación entre la probabilidad de divorcio y la cantidad de hermanos que se tienen; cuanto mayor es ese número, menor es la probabilidad de divorcio. Al igual que otros análisis sobre los beneficios de tener hermanos y hermanas, este estudio estima que la necesidad de dividir recursos prepara a los hermanos para habilidades sociales esenciales en la vida, tales como la negociación y el compartir. También podría verse a los hermanos, al menos potencialmente, como una protección frente al flagelo de la soledad. (…)

Un estudio que fue noticia recientemente demostró lo que muchos podrían haber considerado una cuestión de sentido común: crecer con un hermano del sexo opuesto hace que los adolescentes y los adultos jóvenes tengan más confianza y éxito en el mercado del romance, porque han tenido la oportunidad de observar de cerca a un miembro coetáneo del sexo opuesto y han tenido la prolongada experiencia de interactuar con esa persona en la vida real. (…)

Epidemia de soledad

Un número considerable de hombres y mujeres sufren lo que los científicos sociales y los profesionales médicos llaman una “epidemia” de soledad. Más de cincuenta años después del éxito de la revolución sexual, surge la paradoja de que los países del planeta con mejores índices económicos son también aquellos en los que muchos de sus ciudadanos están más empobrecidos emocionalmente. Esto se ve particularmente, aunque no solamente, en cómo viven los ancianos.

Hacia fines de 2016, el New York Times publicó una historia desgarradora sobre cómo se ve la escasez de nacimientos desde el otro extremo del telescopio del tiempo. El artículo comienza así: “4.000 muertes solitarias por semana… Cada año, algunos de [los ancianos de Japón] mueren sin que nadie lo sepa, solo para ser descubiertos después de que sus vecinos perciban el olor”. La historia continúa y señala que generaciones de cunas vacías también han dado lugar a una nueva industria: empresas que limpian los apartamentos de los que mueren solos. (…) En Suecia, un documental de 2015 sobre “La teoría sueca del amor” contó historias desgarradoras de muertes solitarias en los países escandinavos. En Alemania, Der Spiegel publicó un artículo titulado “Solo por millones: la crisis de la soledad amenaza a las personas mayores alemanas”. (…)

La larga cadena de exparejas que es ahora típica de las relaciones amorosas occidentales confunde los lazos de parentesco

La aritmética detrás del nuevo aislamiento es simple. No solo el divorcio y la cohabitación han debilitado la atracción gravitacional de la familia, sino que también la anticoncepción y el aborto generalizado han reducido aún más el núcleo familiar. El resultado es una nueva generación de ancianos, muchos de los cuales llegan al final de sus años no solo sin dientes ni ojos, sino sin cónyuge, sin hijos y sin nietos. Esta realidad que se ha pasado por alto explica la importancia de otro tema político candente: la presión para facilitar el acceso a la eutanasia en todas las naciones avanzadas. (…)

Falta de lazos religiosos

Otra forma convencional de saber quiénes somos, y que también ha disminuido enormemente durante las últimas décadas, es la afiliación religiosa. Vivimos en un momento en que cada vez menos personas tienen experiencia de alguna religión organizada. (…)

La secularización también significa que muchos ya no experimentan al sexo opuesto como se les enseña a las personas con formación religiosa, es decir, como hermanas y hermanos figurados, unidos en una misma comunidad. Una vez más, muchas personas se han visto privadas de un conocimiento familiar y no sexual del sexo opuesto, y así se ha deshecho otro de los vínculos más sustanciales entre los sexos.

En su forma más fundamental, la decisión de gran parte de la humanidad occidental de vivir sin un horizonte trascendental elimina otra de las formas de responder a la pregunta ¿Quién soy yo?, esto es, la respuesta que la religión ha ofrecido tradicionalmente: soy un hijo de Dios. (…)

Familia fantasma

Un fenómeno que ha llegado a caracterizar cada vez más vidas durante la última mitad del siglo es lo que podrían llamarse los miembros de una familia “fantasma”. Muchas personas posrevolucionarias, ya sea por elección o por accidente, pasan por la vida con una vaga consciencia de las vidas familiares que podrían haber tenido, pero que no tienen, ya sea por la ruptura de la familia en la infancia o por la larga cadena de exparejas que es ahora típica de las relaciones amorosas occidentales, o por el aborto, o la falta de hijos por propia elección, o la interrupción de otras fuentes de lo que podría llamarse una familia.

Muchos estamos acostumbrados a patrones de monogamia en serie, por ejemplo, en los que una pareja es seguida de otra. Cuando hay niños, esto significa un cambio constante de los miembros de la familia. Algunas veces hay una relación biológica con estos miembros, otras veces no: padrastros, medios hermanos, hermanos enteros, “tíos” y “primos” nominales, y otras permutaciones que imitan y sirven como un sustituto de las relaciones propias de una familia biológica. (…)

El resultado de todos estos yoes cambiantes y giratorios es que muchas personas no tienen experiencia de algo que le ha pertenecido a la humanidad a lo largo de la historia: un círculo confiable de rostros, muchos de ellos biológicamente relacionados, presentes de manera más o menos constante, desde las primeras etapas de la vida y la adolescencia hasta mucho después. (…)

Para muchas personas, por todo tipo de razones, esas caras ya no existen. Sea cual sea la postura que se tenga en las batallas de las “guerras culturales”, aquí es irrelevante. Está claro que la relativa estabilidad de la identidad familiar de ayer era capaz de responder a la pregunta que está en el corazón de la política identitaria, ¿Quién soy yo?, de una manera que muchos hombres, mujeres y niños ya no son capaces de responder.


(1) Mary Eberstadt, Gritos primigenios. Cómo la revolución sexual creó las políticas de identidad, Rialp, Madrid (2020), 141 págs., 14 € (papel) / 7,20 € (digital). T.o.: Primal Screams: How the Sexual Revolution Created Identity Politics. Traducción: Marcela Duque. © 2020 Ediciones Rialp, S.A. Los textos reproducidos aquí, por gentilezas de la editorial, están tomados del capítulo 2 (“Una nueva teoría: La gran dispersión”).

 

Rabia en la música pop

En “Eminem is Right”, un ensayo publicado en Policy Review en 2004, Mary Eberstadt mostró que la ruptura y el desorden familiar se habían convertido en temas característicos del pop de las llamadas Generación X y Generación Y. Ella misma lo cita y lo comenta en Gritos primigenios.

“La insólita verdad acerca de la música adolescente contemporánea, la característica que más la separa de la época precedente, es su insistencia compulsiva en el daño causado por los hogares rotos, la disfunción familiar, los padres desinteresados y, especialmente, los padres ausentes”.

“Papa Roach, Everclear, Blink-182, Good Charlotte, Eddie Vedder y Pearl Jam, Kurt Kobain y Nirvana, Pupac Shakur, Snoop Doggy Dogg, Eminem y muchos otros de los iconos más populares en Estados Unidos, tienen su propia respuesta generacional al malestar del adolescente moderno. Aunque resulte sorprendente para algunos, esa respuesta es una infancia disfuncional”.

“Podría decirse que durante los mismos años en que adultos de mentalidad progresista y políticamente correcta han estado criticando a Ozzie y Harriet [una sitcom basada en la vida real de una familia típica norteamericana de 1952 a 1966] como una herramienta típica de la opresión de los años 50, muchos millones de adolescentes estadounidenses han encumbrado a una nueva generación de ídolos musicales cuya firma generacional en todas sus canciones ha sido mostrar su rabia acerca de lo que ha causado en ellos no tener una familia nuclear”. (…)

Sobre todo, existe una conexión emocional que las generaciones de adolescentes han establecido con Eminem, la superestrella macarra del rap. Esta conexión se explica no solo por su extraordinaria facilidad con el lenguaje, sino también, seguramente, por sus temas característicos: padre ausente, madre desatenta, anhelo de protección hacia una hermana y mucha ira. Eminem es el coro griego de la disfunción familiar.

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