El poder profético de la “Humanae vitae” (2)

publicado
DURACIÓN LECTURA: 14min.

1.ª parte

En perjuicio de las mujeres

La realidad número tres está relacionada con la situación de la mujer moderna. La anticoncepción, se afirmaba y se sigue afirmando repetidamente, hará a las mujeres más libres y más felices que nunca. ¿Es así? Las pruebas apuntan a lo contrario, desde las que, aportadas por las ciencias sociales, indican que la felicidad femenina en Estados Unidos y Europa ha descendido con el transcurso del tiempo, hasta las frecuentes lamentaciones del feminismo académico y el popular, pasando por el creciente temor entre mujeres no creyentes de que casarse se haya vuelto imposible y tengan que resignarse a vivir solas. Diez años después de que en mi artículo documentara estas tendencias, hay muchos más datos a favor de que la Humanae vitae acertaba al divisar un aumento inminente de la división entre los sexos. Veamos dos ejemplos. Consideremos de pasada dos instantáneas ilustrativas.

Las pruebas empíricas que no paran de acumularse siguen dando la razón a la encíclica de Pablo VI

En 2012, la división inglesa de Amazon dio a conocer que Cincuenta sombras de Grey, de E.L. James, había superado en ventas a los libros de Harry Potter, de J.K. Rowling, y se había convertido en el libro más vendido de toda su historia. Este fenómeno muestra la extraordinaria demanda comercial a la que ha dado lugar el interés de las mujeres por la historia de hombre un rico y poderoso que humilla, acosa y ejerce violencia contra ellas una y otra vez.

El sadomasoquismo es un tema destacado en otros ámbitos de la cultura popular, también en la femenina. En relación con la industria de la moda, John Leo señaló: “Me di cuenta por primera vez de la conexión entre moda y pornografía en 1975, cuando la revista Vogue publicó siete fotos de un desfile de moda en las que aparecía un hombre en albornoz golpeando a una modelo que gritaba vestida con un precioso mono rosa (marca Saks, 140 dólares; foto: Avedon)”. Bazaar, de Harper, ha señalado algo parecido: “Mucho antes de que llegara la fiebre por Cincuenta sombras de Grey, los diseñadores ya se inspiraban en el BDSM. Desde auténticas fustas hasta todo tipo de ataduras para cintura, muñecas y tobillos –por no mencionar la abundancia de cuero–: sin duda, Christian Grey se sentiría orgulloso”.

La violencia contra la mujer, tanto implícita como explícita, satura los videojuegos y, naturalmente, la pornografía. También en la música pop se ha extendido ese estilo sadomasoquista; cada vez son menos las cantantes famosas que no han rendido tributo a la pornografía y al sadomasoquismo. ¿Por qué tantas mujeres subvencionan esa imagen femenina de subyugación e inferioridad en una época en que su libertad es mayor que nunca? ¿Acaso nos enseña el éxito de Cincuenta sombras de Grey que los hombres son tan difíciles de conquistar que se ha de emplear cualquier medio para atraerlos, por degradante que sea?

Depredación sexual

La alegría tampoco abunda en otra de las realidades pospíldora: los escándalos sexuales de 2017 y 2018, y el movimiento #MeToo. Es como si la revolución sexual hubiera dado carta blanca a la depredación. Esto no es un juicio teológico, sino empírico, y fue en parte vaticinado por el teórico social Francis Fukuyama. En La gran ruptura (1999) señala algo importante, que hace eco a la Humanae vitae, aunque su análisis es totalmente secular:

Uno de los más grandes fraudes perpetrados durante la Gran Ruptura fue la idea de que la revolución sexual era neutral desde el punto de vista del género y que beneficiaba por igual a hombres y mujeres… De hecho, la revolución sexual sirvió a los intereses del hombre y al final impuso fuertes límites a los logros que, de otro modo, las mujeres podrían haber alcanzado al liberarse de sus roles tradicionales.

Casi veinte años después, esta afirmación resulta irrefutable. Los escándalos de los abusos demuestran que la revolución sexual democratizó el acoso. Ya no es necesario que un hombre sea rey ni amo y señor del universo para abusar impunemente de una mujer o asediarla de modo implacable, repetido y persistente. Basta un mundo en el que se suponga que las mujeres usan anticonceptivos, es decir, el mundo que tenemos desde los años sesenta, el mundo que la Humanae vitae supo ver.

¿Qué fue de la superpoblación?

Esto nos lleva a otra realidad: cincuenta años después de la revolución sexual, uno de los temas más urgentes y cada vez más importantes para los expertos no es la superpoblación, sino la baja natalidad. Hace diez años hice un repaso de las pruebas que demostraban que las advertencias contra la superpoblación de finales de los sesenta eran puro alarmismo. No por simple casualidad resultaron ser ideológicamente útiles a los activistas que querían que la Iglesia cambiara su doctrina moral. Como señalé en 2008:

Las Iglesias que se han acomodado a la revolución sexual se han derrumbado desde dentro

La teoría de la superpoblación está tan desacreditada científcamente, que este mismo año, el historiador de la Universidad de Columbia Matthew Connelly ha podido publicar Fatal Misconception: The Struggle to Control World Population y recibir una crítica favorable en Publishers Weekly: todo en beneficio de la que probablemente sea la mejor refutación de los argumentos antinatalistas que, según confiaban algunos, socavarían las enseñanzas de la Iglesia. Lo que es una ratificación tanto más satisfactoria, cuanto que Connelly pone interés en dejar constancia de su hostilidad personal a la Iglesia católica… Fatal Misconception es una prueba incontestable de que el circo de la superpoblación, que se utilizó para intimidar al Vaticano en nombre de la ciencia, fue desde el principio un error grotesco.

Epidemia de soledad

La pasada década ha dejado las cosas claras. No es solo que la “superpoblación” sea una quimera ideológica que se tambalea, sino que se ha verificado lo contrario. Un gran número de personas, especialmente en Occidente, cada vez más gris y estéril, están sufriendo lo que los especialistas en esas sociedades afligidas denominan la “epidemia” de soledad.

Este fenómeno no toma por sorpresa al Papa Francisco, que en una entrevista con el diario La Repubblica en 2013 dijo que la “soledad de los mayores” constituía uno de los peores “males” del mundo actual. Cincuenta años después de la píldora –y, sin duda, a causa de ella– se está extendiendo la soledad por los países del planeta que disfrutan de una mejor situación económica.

A finales del año pasado, The New York Times publicó una desgarradora historia sobre la carestía de nacimientos:

4.000 muertes en soledad en una semana… Cada año, japoneses ancianos mueren sin que nadie lo sepa y sus vecinos se dan cuenta después únicamente por el olor.

La primera vez que ocurrió, o al menos la primera que atrajo la atención del país, el cadáver de un hombre de 69 años que vivía cerca de la señora Ito llevaba tres años tendido en el suelo, sin que nadie se hubiera percatado de su ausencia. Su alquiler y sus recibos se abonaban automáticamente con cargo a su cuenta bancaria. Finalmente en 2000, cuando se agotaron sus ahorros, las autoridades fueron al apartamento y encontraron su esqueleto junto a la cocina –su carne había sido pasto de gusanos e insectos–, a unos pocos metros de sus vecinos de al lado.

El artículo prosigue: “El extremo aislamiento de los ancianos japoneses es tan común que ha hecho nacer toda una industria especializada en limpiar los apartamentos donde se encuentran restos en estado de descomposición”. Según otro reportaje reciente, publicado por The Independent, las empresas de limpieza están en auge y las compañías de seguros ofrecen pólizas para cubrir a los caseros en el caso de que algún “solitario” fallezca en su propiedad.

Cincuenta años después de la píldora se está extendiendo la soledad por los países del planeta que disfrutan de una mejor situación económica

Japón es solo uno de los países que se enfrentan al cambio demográfico pospíldora. “La soledad se está convirtiendo en un fenómeno común en Francia”, señalaba Le Figaro hace unos años. El artículo, que citaba un estudio sobre la nueva “soledad” publicado por la Fondation de France, menciona la causa principal de ese fenómeno: “la ruptura familiar”, especialmente el divorcio. También un estudio sobre “Predictores sociodemográficos de soledad entre adultos en Portugal” coincidía en que el divorcio aumenta la probabilidad de la soledad, aunque no se planteaba si tener hijos podía mejorar la situación. Por extraño que parezca, se pueden leer muchos estudios sobre la soledad sin encontrar referencia alguna a los hijos, una omisión sorprendente que dice mucho de nuestra época.

Sin hijos

La cultura secular se está percatando de ello. En Suecia, un documental de 2015, La teoría sueca del amor, cuestionaba el predominio del ideal de “independencia” en el país. Parece más maldición que dicha cuando hoy la mitad de los suecos viven solos. Como señalaba un reportaje:

Un hombre se encuentra solo en su piso. Lleva muerto allí tres semanas: no se dan cuenta de su desaparición hasta que aparece un olor nauseabundo en los pasillos de la comunidad. Cuando las autoridades suecas estudian el caso, descubren que el difunto no tenía familiares cercanos ni amigos. Con toda probabilidad, llevaba años viviendo solo, y pasaba horas sentado sin compañía frente al televisor u ordenador. Después de un tiempo, se llega a saber que tenía una hermana, pero no pueden localizarla… Resulta que tenía mucho dinero en el banco. Pero ¿de qué sirve eso si no se tiene a nadie con quien compartir?

Y ocurre lo mismo en Alemania. En un artículo publicado en Der Spiegel, titulado “Solos a millones: Una crisis de aislamiento amenaza a los ancianos alemanes”, el Centro de Gerontología de ese país informa:

Más del 20% de los alemanes mayores de 70 años están en relación habitual con una sola persona o con ninguna. Uno de cada cuatro recibe visitas de amigos o conocidos menos de una vez al mes, y casi uno de cada diez, nunca. Muchas personas mayores no tienen a nadie que se dirija a ellos por su nombre de pila o les pregunte cómo están.

“De hecho, la revolución sexual sirvió a los intereses del hombre” (Francis Fukuyama)

Tal pobreza humana es la que abunda en las sociedades inundadas de riqueza material. Tampoco supieron prever esto quienes en 1968 argumentaban a favor o en contra de la Humanae vitae. Sin embargo, lo que indudablemente vincula estas trágicas situaciones es la revolución sexual, que por la década de los setenta iba a todo gas en los países occidentales, aumentando las tasas de divorcio, reduciendo los índices de nupcialidad y vaciando cunas. No hace falta ser demógrafo para relacionar estos fenómenos; nos basta la realidad que está ante nuestros ojos. Como resumió agudamente una víctima en Der Spiegel:

Aparte de los pájaros, ya casi nadie visita a esta anciana. Erna J. tiene el pelo blanco y un aparato ortopédico negro en sus piernas; como muchas personas de su edad, está sufriendo una soledad extrema. Nació poco después de la II Guerra Mundial y se mudó a este apartamento hace cincuenta años. Diez años después, murió su marido. Ha sobrevivido a sus hermanos y cuñadas. Su marido no quería tener hijos: “Debería haberle insistido” –dice esta excocinera–. Si lo hubiera hecho, tal vez hoy no estaría tan sola”.

Iglesias en decadencia

Otra realidad sobre la que reflexionar es histórica, y merece la pena recordarla ahora que en algunos ámbitos aún arde una llama de esperanza en que la Iglesia católica cesará en su intransigente insistencia sobre los puntos supuestamente retrógrados de su doctrina. Las Iglesias que se han acomodado a la revolución sexual se han derrumbado desde dentro. Así lo señalaba un titular en The Guardian en 2016, en vísperas de la celebración de una polémica Conferencia de Lambeth, en la que los anglicanos de África se mostraron en contra, una vez más, de cambiar la doctrina moral: “El cisma anglicano sobre la sexualidad marca el fin de una Iglesia global”.

Todo el mundo se habría sorprendido si en 1930 se hubiese dicho que la batalla doctrinal sobre el sexo iba a fracturar la comunión anglicana; que las diferentes facciones del anglicanismo se embarcarían en una batalla legal, además de doctrinal, sobre iglesias y jurisdicciones; que la separación entre Norte y Sur, episcopalianos y anglicanos, África y Europa, causaría divisiones y subdivisiones a escala mundial, además de dolor y tristeza.

En 1998, John Shelby Spong, obispo de Newark (Nueva Jersey), uno de los líderes de la Iglesia episcopaliana que instó a abrazar la revolución sexual, publicó un ensayo titulado Why Christianity Must Change or Die, en el que insistía aún más en el desmantelamiento de la tradición. El cristianismo al que él se refería en efecto cambió, como él y otros deseaban. Pero ahora esa versión “modernizada” por la que lucharon está agonizando. Según David Goodhew, editor de Growth and Decline in the Anglican Communion: 1980 to Present (2016), las investigaciones de Jeremy Bonner sobre la Iglesia episcopaliana muestran lo siguiente:

En torno al año 2000 se produjo un importante declive… la asistencia al culto dominical disminuyó casi un tercio entre 2000 y 2015… El índice de bautismos se ha reducido casi a la mitad en treinta años… Pero los datos más dramáticos son los relativos al matrimonio… En 2015, el número de matrimonios celebrados en la Iglesia episcopaliana fue menos de la cuarta parte que en 1980.

1.ª parte

Estos tristes hechos de historia religiosa hablan por sí solos a favor de la visión profética de Pablo VI. Precisamente por hacer justo lo que quienes criticaban la Humanae vitae querían que hiciese la Iglesia católica, es decir, admitir excepciones a las normas que la gente encuentra difíciles, el anglicanismo se ha precipitado al desastre. Cualquiera que exija hoy que Roma se encamine por la misma senda que se tomó en Lambeth, debería primero explicar por qué el futuro del catolicismo iba a ser diferente. Como ha advertido David Goodhew en un artículo publicado en Internet con el título Facing Episcopal Church Decline: “Si creemos que la fe cristiana es la buena nueva, deberíamos procurar su expansión y preocuparnos por su retroceso”.

La encíclica incombustible

“Los manuscritos no arden”. En El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, una gran obra de la literatura del siglo XX, un autor desesperado que vive bajo la opresión soviética trata de quemar su propia obra inédita, solo para darse cuenta, ya en el desenlace redentor, de que es imposible. Bulgákov supo ver con el alma lo que nunca presenciarían sus ojos. Su mismo libro, demasiado peligroso para publicarlo bajo el comunismo, no aparecería hasta casi treinta años después de la muerte del novelista, acaecida en 1940, para convertirse en un fenómeno literario mundial, como sigue siendo hasta el día de hoy.

“Los manuscritos no arden” se convirtió en un inmortal grito de guerra para defender la naturaleza indomable de la verdad. La verdad, artística o no, puede que sea indeseable, inconveniente, molesta, ridiculizada en los ambientes de buen tono, o aun hostigada, reprimida, forzada a la clandestinidad. Pero eso no la hace nada distinto de lo que es: la verdad.

En estos momentos de vigilia, dentro y fuera de la Iglesia, una comunidad mundial reconoce la verdad de la Humanae vitae y las enseñanzas relacionadas, por impopulares o duras que sean. Son los más recientes de una sucesión de peregrinos que se prolonga dos mil años hacia atrás. Se han sacrificado, y siguen sacrificándose, para permanecer donde están, e incluso han renunciado a la buena fama en un mundo que se burla de ellos.

Estos católicos –de cuna, conversos o reconvertidos–, compañeros de viaje no católicos, clérigos y laicos, cuentan con el consuelo de una última realidad, quizá la más importante de todas. En medio de las ansiedades del momento, por grandes que sean las dificultades o extendidas que estén, las pruebas empíricas que no paran de acumularse siguen dando la razón a la encíclica de Pablo VI. La Humanae vitae no arde.

Mary Eberstadt es investigadora del Faith and Reason Institute y autora de Cómo el mundo occidental perdió realmente a Dios y Adán y Eva después de la píldora, entre otros libros.

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Texto traducido con autorización de los propietarios del original publicado en First Things (abril 2018). Versión española de Josemaría Carabante.

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