En países de todo el mundo se escucha un mismo lamento: faltan candidatos a profesores para cubrir los puestos vacantes en las escuelas. A la escasez de vocaciones se le unen el abandono de un buen número de profesionales “quemados” y la jubilación de los docentes nacidos durante el baby boom. Aunque algunos de los problemas tienen que ver con circunstancias nacionales, en general las causas de la situación coinciden, por lo que también las soluciones podrían tener un impacto global.
A las puertas de un nuevo curso escolar, la “sequía” de profesores se ha convertido en una queja generalizada. Desde Canadá a Japón, pasando por Austria, Alemania, Irlanda, Francia, Inglaterra o Estados Unidos, las autoridades educativas y los sindicatos del ramo han hecho sonar la voz de alarma.
No obstante, aunque los problemas de los países occidentales son los que ocupan los titulares en las principales cabeceras internacionales, lo cierto es que es en las zonas menos desarrolladas donde la situación es más preocupante. Según un informe de la UNESCO publicado el año pasado, en el mundo hará falta contratar a más de 69 millones de docentes para llegar al objetivo de la matriculación de toda la población en edad escolar en 2030. De esos, más de 16 millones corresponden al África subsahariana, donde el 90% de las escuelas de secundaria no pueden cubrir sus vacantes. La segunda región más necesitada es el sur de Asia. Dentro de Europa, el problema es más acuciante en Alemania, Austria, Francia, Polonia y Hungría.
Perfil del “ausente”: profesor de ciencias en secundaria
Sin embargo, las noticias sobre la falta de profesores en ocasiones coinciden con otras de sentido contrario: sobran candidatos a maestros. Por ejemplo, en España –sobre todo, antes de la pandemia– varias voces criticaron el exceso de matriculados en las facultades de Magisterio, un número que difícilmente podría adaptarse al contexto de baja natalidad típico de los países occidentales.
Lo cierto es que los datos en este debate a veces parecen contradictorios o, al menos, poco claros. Esto se puede deber, en primer lugar, a defectos en las fuentes: en ocasiones se extrapola la situación en una región concreta al resto del país, o se amalgaman sin distinción los casos de jubilación con los de abandono propiamente dicho o simple migración del docente de una escuela a otra, lo que hincha innecesariamente la sensación de alarma y dificulta la toma de decisiones. Por último, el hecho de que durante la pandemia del covid se produjera un boom de contrataciones “de emergencia” (que con frecuencia se han convertido poco más tarde en ceses) hace difícil saber cuál es el balance real de estos últimos años.
Faltan profesores, sobre todo, en secundaria e infantil, y especialmente de Matemáticas, idiomas y ciencias
Además, como suele decirse, el diablo está en los detalles. Al titular de “faltan profesores” se le pueden añadir muchos matices: escasean especialmente en algunas etapas (educación secundaria e infantil), en algunos contextos geográficos (más en zonas rurales o en barrios deprimidos dentro de las ciudades), y en ciertas áreas curriculares (ciencias, matemáticas, idiomas y educación especial, sobre todo).
La sequía de profesores produce un aumento de la inequidad educativa, en la medida en que los docentes más acreditados o con más años de experiencia son especialmente escasos en los distritos escolares con mayor proporción de alumnos de bajo perfil socioeconómico. Los datos muestran que, por el contrario, los menos cualificados tienen el doble de probabilidades de abandonar su puesto. Esto provoca una mayor rotación de maestros (con lo que resulta más difícil consolidar un claustro estable) en las escuelas “pobres”, y que los que se quedan asuman más carga de trabajo, lo que favorece el burnout. De esta manera se crea un círculo vicioso que perjudica el rendimiento de los alumnos desaventajados.
Ambiente escolar, condiciones laborales, burocracia
El aumento de la carga de trabajo es una de las razones que explican el abandono de muchos docentes, pero no la única. Varias encuestas a profesores en Estados Unidos muestran que el clima de indisciplina en el aula es otro motivo importante. En una, realizada por el EdWeek Research Center a comienzos de este año, los encuestados, preguntados por qué medidas mejorarían sus condiciones laborales, situaban este asunto en segundo lugar.
Los profesores reclaman un mayor salario, pero también más oportunidades para el desarrollo profesional
Por encima solo aparecía otra de las reclamaciones más frecuentes: una subida del salario. No es precisamente Estados Unidos uno de los países donde peor se paga a los profesores; más bien al contrario. Para evaluar los sueldos es necesario compararlos en paridad de poder adquisitivo y según la carga de trabajo. Teniendo en cuenta todas estas variables, los docentes mejor pagados son los de Países Bajos, Alemania o Austria, con España también en la parte alta de la tabla; en el lado opuesto, los de Eslovaquia, México, Colombia, Grecia o Francia.
Con todo, en la percepción “subjetiva” sobre la propia remuneración no solo importa la cantidad del sueldo, sino también la diferencia con el de otros titulados universitarios, y esta brecha es a veces más grande en países donde el salario de los docentes no es precisamente bajo, como Estados Unidos o el norte de Europa.
Otra de las reclamaciones más frecuentes en las encuestas sobre las condiciones laborales de los profesores es la reducción del tamaño de las clases. En muchos países, el número de alumnos por clase descendió por la ola de contrataciones que trajo la pandemia, aunque después ha vuelto a aumentar. Ya antes del covid, las aulas de los países asiáticos y latinoamericanos estaban más llenas que las europeas, de media, aunque dentro del Viejo Continente hay importantes diferencias: por ejemplo, hay muchos estudiantes en las de primaria en Reino Unido, y en las de secundaria en España o Francia.
Otra causa más, entre las citadas por los expertos para explicar el poco atractivo de la docencia, es la falta de oportunidades para el desarrollo profesional. No se trata solo de la poca evolución del sueldo según se acumula experiencia o se acreditan logros (que también), sino que en muchos países apenas existe la posibilidad de asumir nuevos cargos, participar más en la toma de decisiones o especializarse en algún ámbito. El panorama aparece como una llanura infinita, en la que el día a día, ya de por sí cargante, parece que vaya a repetirse hasta la jubilación.
Otros de los motivos que “queman” a los profesores tienen que ver con circunstancias de cada país. Por ejemplo, en Japón los docentes se quejan de la presión de las familias y de las jornadas interminables; en Francia, del tiempo que tienen que emplear en tareas burocráticas; En Inglaterra, del férreo control por parte de la inspección oficial; en Estados Unidos, del excesivo peso de los exámenes oficiales en el diseño del currículum.
Posibles soluciones: flexibilidad y reconocimiento profesional
Ante la magnitud del problema, y la expectativa de que la “sequía de profesores” se encone en los próximos años, sindicatos de profesores y autoridades educativas de todo el mundo llevan tiempo planteando medidas concretas que, al menos, minimicen los daños.
A principios de junio, la revista Forbes resumía las conclusiones de varios estudios sobre qué iniciativas tenían un efecto positivo en la atracción y retención de profesores cualificados, especialmente para ocupar puestos en zonas desaventajadas. Uno de ellos, que revisaba distintas investigaciones de todo el mundo, señalaba que, de cara lo primero, los incentivos económicos eran clave. No solo se trata de pagar bien al profesor ya contratado, sino también de ayudar al candidato a sufragar el coste –también el coste de oportunidad– de sus estudios y periodo de prácticas, que en algunos países como Estados Unidos puede ser muy alto. Dos programas de los estados de Utah y Maryland pretenden ayudar de esta manera a los candidatos a cubrir las vacantes en áreas con mayor necesidad, como la educación especial.
Dentro de los incentivos económicos, una reclamación frecuente es flexibilizar el salario, de manera que se reconozcan los logros adquiridos –y no solo la mera experiencia–, y que se ofrezca un bonus generoso por trabajar en zonas deprimidas.
También hay bastante acuerdo en la necesidad de facilitar cauces de acceso a la profesión alternativos al grado universitario. Por ejemplo, se habla de promover el “reciclaje” de profesionales de otros sectores o de personal administrativo hacia la docencia, o de crear una especie de “escuelas profesionales” (no universitarias) para profesores.
De cara a retener a los buenos profesores, algunos estudios destacan la importancia de crear un itinerario profesional más atractivo, de manera que existan motivaciones externas que apoyen las internas. Por ejemplo, la posibilidad de dedicar más horas de la jornada a formar a otros docentes, o de ocupar puestos de responsabilidad.
Con todo, algunos expertos destacan que, antes de lanzarse con iniciativas que impliquen mucho gasto de dinero público, conviene analizar cada situación con detalle: las medidas no serán las mismas si el problema es de falta de vocaciones docentes o de burnout, ni tampoco si tiene alcance local o nacional, ni si se debe a circunstancias estructurales (dinero, currículum, organización de las plazas) o personales (clima escolar, liderazgo de los centros).
Sea como sea, lo que parece claro es que las autoridades educativas tienen “deberes” por delante. Para evitar que la “sequía” de profesores se vuelva crónica, hay que actuar con prudencia pero sin demora.