¿La mejor receta para que los estudiantes no “desaprendan” en verano? Que lean

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Przemek Klos / Shutterstock

La llegada de las vacaciones escolares supone, junto a un importante alivio para alumnos y profesores, un riesgo muy real: que algunos estudiantes pierdan en este periodo lo que ganaron durante el curso. La investigación confirma la magnitud de la amenaza, pero también la oportunidad de evitarla mediante la lectura voluntaria. Eso sí, no sirve cualquier libro, ni cualquier método.

Existe una abundante literatura científica sobre el efecto que produce el parón veraniego en las habilidades académicas de los escolares (efecto conocido en el ámbito anglosajón como Summer Learning Loss –SLL– o Summer Slide). No obstante, esta investigación tiene importantes limitaciones: por un lado, una buena parte de ella se ha llevado a cabo en Estados Unidos, mientras que en otros países es muy escasa; por otro, casi siempre se ha puesto el foco en alumnos de primaria –especialmente hasta cuarto curso–, dejando fuera una etapa tan determinante para la evolución escolar como la adolescencia; en tercer lugar –y esta es la limitación más importante–, los distintos estudios ofrecen conclusiones divergentes (y, en ocasiones, hasta contradictorias) sobre la envergadura de este fenómeno: según algunos, la pérdida de aprendizaje es muy importante, y explicaría hasta dos tercios de la brecha académica de los estudiantes a final de la escolarización obligatoria; según otros, no es para tanto.

Un “castigo” muy variable, y que tiende a repetirse

En cualquier caso, también hay puntos de acuerdo. La mayoría aparecen recogidos en el informe School’s Out: The Role of Summers in Understanding Achievement Disparities (American Educational Research Journal, 2020), uno de los estudios más completos sobre la cuestión, elaborado por Allison Atteberry y Andrew McEacchin. Allí los autores explican que parte de la divergencia de conclusiones entre los estudios puede deberse a que el SLL afecta de manera muy diversa a los estudiantes, por lo que elegir una muestra u otra para la investigación puede cambiar notoriamente los resultados.

Lo que ocurre en verano explica una parte mayor de la brecha académica entre estudiantes que lo que pasa durante el curso

Según su propia medición, que utiliza una base de datos muy cuantiosa y diversa en cuanto a los perfiles de los estudiantes –aunque todos son estadounidenses–, algunos de ellos mejoran sus habilidades académicas durante el verano a un ritmo incluso superior al del curso académico, mientras que otros pierden casi la totalidad de lo avanzado en los meses de clase. En concreto, los autores explican que, aunque la diversidad en las ganancias escolares (es decir, la diferencia entre lo que aprenden unos y otros durante el curso) va aumentando con la edad, la que se da en el SLL es de mayor entidad y crece a un ritmo todavía mayor. Así pues, el verano es más diferenciador para el rendimiento que el resto del año escolar. De hecho, algunas investigaciones recogidas en el informe señalan una clara correlación entre el tipo de SLL que experimenta un alumno y su probabilidad de terminar o no el high school y de ingresar o no en la universidad.

Otro punto de acuerdo en la investigación es que el SLL tiene una naturaleza acumulativa; es decir, que tiende a concentrarse en los mismos alumnos, quienes un verano tras otro se van alejando de sus compañeros. Así pues, la brecha se va haciendo cada vez mayor; una brecha que, según algunos estudios, ya es ancha cuando los estudiantes llegan al primer curso de primaria, especialmente en lo que se refiere a las habilidades verbales.

Libros enviados a casa

Precisamente por la importancia de esta “brecha verbal”, muchos programas de refuerzo escolar durante el verano se han centrado en la lectura (también en las matemáticas, que, según los expertos, es el área más perjudicada durante las vacaciones).

Aunque las escuelas de verano son un remedio útil, en muchos lugares se ha optado por ofrecer programas de lectura en casa. Esto obedece principalmente a dos motivos: “liberar” a los estudiantes –y a los profesores– del entorno escolar, ya que están de vacaciones, y darle un carácter voluntario a la lectura, para ayudar a que los chicos la perciban como una actividad recreativa y desarrollen un gusto por ella.

Un estudio interesante muestra los resultados de un programa desarrollado bajo estas premisas en Atlanta. Participaron cerca de 600 estudiantes de cuarto curso de primaria pertenecientes a 10 escuelas diferentes. El núcleo de la intervención consistía en enviarles a sus casas, cada dos semanas, un libro escogido por ellos de entre una lista adaptada a su nivel de lectura particular (el servicio no costaba nada a las familias). Con cada envío, se les remitía también una ficha en la que se les hacían algunas preguntas sobre el libro y se les animaba a leer el siguiente. En el último mes del curso, se les había explicado cómo tenían que leer: a veces, en voz alta, delante de alguno de sus padres –para que estos pudieran corregirles si fuera el caso–; otras, en silencio, pero aplicando algunas técnicas de comprensión lectora que les fueron enseñando (por ejemplo, idear pequeños resúmenes “mentales” de cada capítulo, hacer predicciones sobre cómo seguiría la trama, contrastar los personajes o el ambiente con su propio contexto vital, etc.).

Algunas características de la lectura veraniega “eficaz”: los libros no deben ser demasiado fáciles, leer en voz alta ayuda, y es bueno emplear algunas técnicas de comprensión

Los resultados fueron prometedores, y dan pistas sobre qué características deben cumplir los programas de este tipo que quieran lograr un mayor impacto. De media, las habilidades lectoras –tanto la fluidez en la lectura en voz alta como la comprensión– mejoraron, pero lo hicieron mucho más marcadamente entre los alumnos de minorías raciales (el estudio comprobó que estos tenían en casa muchos menos libros que los de familias blancas) y entre los que mostraban peores niveles de lectura antes de la intervención.

Poco tiempo, pero con atención plena

El informe también confirmaba algunos hallazgos de otras investigaciones anteriores. Por ejemplo, que si los libros que leen los estudiantes en verano no les suponen un cierto reto –asequible– en cuanto al nivel de vocabulario o sintaxis, el beneficio es mucho menor (para acertar con buenos títulos, puede ser útil consultar nuestras sugerencias de literatura infantil y juvenil para las vacaciones). O que la lectura en voz alta acompañada por un adulto hace avanzar en la fluidez, lo que a su vez resulta imprescindible para que la mente de los “pequeños lectores” pueda centrarse en la comprensión. También, que el mayor incremento en las habilidades lectoras se da entre los que pasan de no leer nada a dedicar a esta actividad 10 minutos al día (con más tiempo aún se sigue mejorando, pero a menor ritmo), por lo que centrarse en los alumnos con menos hábito lector puede producir una gran mejora en los resultados medios, sin “cansarles” demasiado.

Otros estudios basados en programas similares han mostrado otros aspectos interesantes: por ejemplo, que su efecto suele ser mayor en chicas que en chicos, o que la comprensión lectora solo mejoraba si los estudiantes dedicaban a la lectura la atención suficiente como para poder responder a algunas preguntas al terminar cada “sesión”. Un informe de 2016 señalaba que, cuando estas intervenciones se diseñan bien, sus efectos positivos se perciben incluso nueve meses después del verano.

Otra de las ventajas de este tipo de programas es que sirven para aumentar la cantidad de libros en las casas. La investigación sobre el SLL no ha demostrado que este fenómeno –más en concreto, la variación con que se da entre los estudiantes– guarde una relación especialmente significativa con el estrato socioeconómico de las familias per se, pero sí parece existir un nexo claro con respecto el número de libros que haya en el hogar (un baremo que también se considera predictivo de otros indicadores de éxito académico), y en los de rentas bajas suele haber menos.

Varios estudios coinciden en que la lectura voluntaria en casa durante el verano, con las condiciones antes explicadas, puede producir un beneficio igual o mayor que apuntar al chico o chica a una escuela de verano. Y si sirve para animar también a los padres a la lectura, mejor que mejor.

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