El efecto de las vacaciones veraniegas en los estudiantes: qué se sabe y qué no

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DURACIÓN LECTURA: 9min.

Una queja frecuente entre padres y profesores es que las vacaciones escolares de verano, especialmente en los países donde son más largas, suponen una interrupción demasiado profunda del proceso de aprendizaje: los estudiantes olvidan muchos contenidos vistos durante el curso, pierden hábitos de trabajo e interés por las materias. Y todo esto hay que recuperarlo, con prisas, a la vuelta del parón. ¿No sería más útil reducir las vacaciones para amortiguar, al menos, el bajón?

El sentido común dice que sí: más tiempo en la escuela, o realizando actividades cognitivamente enriquecedoras en otros lugares, sería bueno para todos. Aunque esta idea lleva décadas repitiéndose, los efectos negativos que ha producido el cierre de escuelas por el covid han hecho que de nuevo se esté planteando con mayor urgencia. Para algunos, ha llegado el momento de cambiar un calendario escolar anticuado, asociado a los ritmos agrícolas, que se ha perpetuado como un anacronismo en nuestras sociedades modernas.

Sin embargo, lo cierto es que la investigación sobre este asunto, desarrollada sobre todo en las dos últimas décadas, deja más dudas que certezas. Así lo mostraba un estudio reciente publicado en la revista Sociological Science. Los autores, Joseph Workman, Paul T. von Hippel y Joseph Merry, explicaban que algunas de las afirmaciones que se han dado por sentadas respecto al “bajón veraniego” no están sustentadas por la literatura científica más rigurosa, o al menos han sido objeto de disputa y refutación por diferentes estudios. Además, esta falta de replicabilidad no afecta solo a las investigaciones más antiguas, sino también a otras recientes. Así pues, se podría decir que desconocemos más de lo que conocemos sobre el efecto de las vacaciones estivales en el aprendizaje.

El bajón existe, y explica gran parte de la brecha de resultados

Hay algunos puntos en los que la literatura científica sobre el tema sí está de acuerdo. Para empezar, que el bajón veraniego existe. Su magnitud varía según el estudio, pero, en general, se estima que equivale aproximadamente a uno o dos meses de curso. En este sentido, una investigación realizada en Reino Unido señalaba que a las siete semanas de retomar las clases, los estudiantes habían recuperado el nivel de destrezas matemáticas previo a las vacaciones.

El bajón veraniego existe, afecta especialmente a las matemáticas y explica buena parte de la brecha de resultados posterior

La mayor parte de los estudios realizados hasta ahora se han centrado en alumnos de primaria, y especialmente de los primeros cursos. No obstante, los pocos que han analizado el rendimiento de estudiantes más mayores han comprobado que el bajón veraniego aumenta con los años, hasta llegar al equivalente a dos o incluso tres meses de instrucción.

También hay coincidencia en señalar a las matemáticas como un área especialmente perjudicada por el parón de las vacaciones. Por ejemplo, en comparación con la lectura. Algunos estudios afinan más: según ellos, la diferencia no se basa tanto en el área de conocimiento (matemática o lingüística), como en la naturaleza de los aprendizajes. En concreto, lo conceptual sufre menos que lo procedimental. Así, por ejemplo, los conceptos matemáticos se erosionan menos que las habilidades de cálculo. Pese a que la habilidad lectora podría caracterizarse como procedimental, distintos investigadores conjeturan que las vacaciones la dañan menos porque el día a día del verano ofrece más oportunidades para leer que para calcular.

Otro punto de acuerdo que aflora de la investigación es que el bajón veraniego es el “culpable” de la mayor parte de la diferencia de resultados entre alumnos: según un conocido análisis realizado en Estados Unidos, el Beggining School Study (2007), este explicaría hasta dos tercios de la brecha observable a final de 9º curso (el equivalente a 3º de la ESO).

Según esta y otras investigaciones, durante el curso, los estudiantes avanzan más o menos por igual, pero en las vacaciones unos se quedan muy atrás, mientras que otros apenas sufren ningún retroceso, o incluso aumentan sus competencias. Con el paso de los años, esta diferencia se va acumulando, y acaba funcionando como predictor no solo del desempeño en la escuela (nota media, tasa de graduación o de acceso a la universidad), sino también de otros indicadores de éxito personal: acceso al empleo, salario o satisfacción vital, entre otros.

Por otro lado, los distintos informes no han encontrado que el bajón del verano afecte de manera significativamente diferente a chicos y chicas, una vez que se tienen en cuenta factores como la realización o no de distintas actividades educativas.

¿El nivel sociocultural importa?

Hasta aquí los puntos de acuerdo. Las discrepancias, por el contrario, se centran en dos aspectos fundamentales: si el nivel socioeconómico del alumno –de su familia– incide en cómo le afecta el parón, y si modificar el calendario escolar para acortar las vacaciones veraniegas reduce el empeoramiento de las destrezas.

La investigación no es concluyente sobre cómo afecta el nivel sociocultural de la familia al “bajón veraniego”

En cuanto a lo primero, las primeras investigaciones al respecto tendieron a señalar que, efectivamente, el estrato cultural y económico de los padres era un factor determinante en el bajón veraniego. La hipótesis, bastante plausible, es que las familias con menos recursos económicos no podían ofrecer a sus hijos las actividades enriquecedoras (fuera de casa) a las que sí tenían acceso los de padres más desahogados, ni tampoco disponían del mismo capital humano (cultura, intereses artísticos, libros) dentro del propio núcleo familiar. La suma de estos dos factores haría que los alumnos desaventajados se quedaran atrás durante las vacaciones. Algunas investigaciones más modernas, por ejemplo, el citado Beggining School Study, también encuentran esta diferencia por clase social.

Sin embargo, otras indican que no se aprecia un efecto diferente del bajón veraniego según los recursos de la familia. Esta es la conclusión, por ejemplo, del análisis realizado por Workman y Von Hippel, que trata de replicar –sin éxito– otros estudios previos que sí advertían de una brecha por nivel sociocultural. Esto no significa, advierten, que esta brecha no exista, pero sí que la investigación al respecto debe ser más rigurosa, y sus autores más cautos antes de hacer sonar la voz de alarma.

Ya antes de la publicación de este estudio, otros investigadores habían discutido el efecto de los recursos familiares en el bajón veraniego, al menos parcialmente. Por ejemplo, un análisis de 2004 publicado en la revista Sociology of Education estimaba que sí se apreciaba diferencia por recursos familiares, pero esta no se podía atribuir a las actividades realizadas durante las vacaciones por unas y otras familias. Harris Cooper, uno de los mayores expertos en el tema, ha señalado en distintas investigaciones que el factor socioeconómico influye en el deterioro de la lectura, pero no en el de las destrezas matemáticas. En cambio, un estudio de 2022 con datos de niños británicos apuntaba que el nivel de la familia influía en cómo afectaba el parón veraniego a la salud mental de los menores, pero no a sus habilidades cognitivas verbales. Tampoco la investigación de Allison Atteberry y Andrew McEachin, una de las que cuenta con una base de datos más amplia, encuentra que el nivel sociocultural sea especialmente relevante al estudiar el efecto del parón estival.

Por su parte, el estudio que alertaba de que el bajón veraniego era mayor según se avanzaba de curso también llegaba a otra conclusión interesante: los estudiantes que más pierden durante la interrupción estival son precisamente los que más han avanzado durante el curso. Por tanto, los profesores deberían prestarles especial atención al planificar las tareas de verano.

Solo cambiar el calendario no basta

Más allá de las dudas sobre qué alumnos sufren especialmente el parón veraniego, tampoco existe mucho consenso sobre cuál podría ser el remedio. Básicamente, se plantean tres alternativas, en parte compatibles: aumentar el número de días lectivos, fomentar los programas de verano (voluntarios y fuera de la enseñanza reglada), o rediseñar el calendario de forma que, sin incrementar la carga lectiva, se acorten las vacaciones estivales.

Esta última propuesta (conocida en el ámbito anglosajón como balanced school year calendar) es la opción que más apoyos ha suscitado tradicionalmente. En Europa, son varios los países que han optado por ella, y en otros el debate está abierto. Quizás el ejemplo más claro es Francia, que es también el país con menos días lectivos de Europa. Allí, además de las vacaciones de Navidad y verano (estas últimas, de unas ocho semanas), existen cuatro grandes periodos vacacionales de dos semanas distribuidos a lo largo del curso. En Estados Unidos, varias asociaciones de padres, pedagogos y escuelas llevan más de una década presionando para adoptar el modelo francés.

Redistribuir las vacaciones a lo largo del curso podría ayudar, pero no es una varita mágica

Sin embargo, la investigación sobre los efectos académicos de esta medida no es especialmente concluyente. Cooper y Von Hippel, dos de los que más han estudiado el tema, señalan que probablemente tendría un efecto positivo aunque poco significativo en la mayoría de los alumnos (mayor en los más desaventajados), pero detectan fallos importantes de diseño en la mayoría de investigaciones, lo que dificulta saber si la mejoría se debe al factor analizado o a otros.

Contestando a estos autores, la Stark Education Partnership, una organización sin ánimo de lucro que se muestra favorable al balanced school year calendar, publicó hace unos años un libro blanco en el que señalaba que la falta de impacto que encontraban estas investigaciones podría deberse a que, por lo general, la adopción de este nuevo calendario no se ha acompañado de un diseño curricular ad hoc. En concreto, pedían que los parones a lo largo del curso se aprovecharan para ofrecer a los alumnos más vulnerables medios para reforzar los contenidos, aunque sea en un formato diferente al escolar. En este sentido, una prueba llevada a cabo en Países Bajos demostró que el uso desde casa de una plataforma educativa centrada en las matemáticas podía reducir hasta un 40% el bajón provocado por las vacaciones.

Ni agobiarse ni abandonarse

En cualquier caso, y por encima de las discrepancias de la literatura científica, lo que parece claro es que el parón veraniego provoca una parte importante de la brecha de resultados entre estudiantes. Por tanto, en un momento en que la discusión educativa ha hecho de la equidad una condición sine qua non de la enseñanza, no sería lógico desatender este periodo. Para evitar el bajón no parece necesario aumentar el número de clases, pero sí desarrollar actividades cognitivamente ricas, quizás especialmente centradas en los aprendizajes que más sufren, los de tipo procedimental. Y si pueden ser divertidas, mejor que mejor.

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