Género libre y asignatura obligatoria

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Contrapunto
El feminismo de género reclama espacio en la Universidad

Dentro de la variada oferta de estudios de postgrado en la Universidad española han proliferado también los estudios de género y feminismo. Como suele suceder con las especialidades que responden más al interés personal que a una demanda social acuciante, quienes hacen estos estudios aspiran a darles una salida profesional y tratan de probar que su cualificación es indispensable para la sociedad.

En esta línea tan tradicional, organizaciones feministas han redactado una petición a las autoridades educativas en la que reclaman que se incluya en el catálogo de titulaciones un Grado y un Postgrado en Estudios de las Mujeres. Normal. Siempre habrá gente que desee hacerlo. De hecho, estos estudios se imparten también como materias optativas o de libre elección en diversas titulaciones.

Pero, no sé si será porque no atraen a muchos alumnos, ahora los institutos y asociaciones feministas piden también que se incluyan como «asignaturas troncales y obligatorias adaptadas a las diferentes titulaciones universitarias». Asimismo reclaman que la perspectiva de género esté presente «en todas las disciplinas académicas», mediante su inclusión en los objetivos y contenidos formativos comunes «de cada titulación». Y que la perspectiva de género «se reconozca como indicador de calidad en todas las agencias de evaluación universitaria».

Ya se ve que las peticionarias no sufren el síndrome de «yo tengo estas ideas, pero no pretendo imponerlas a nadie». No sé cómo se incluirá la perspectiva de género en el Cálculo de Estructuras, pero parece que esta petición es una calculada estrategia para aumentar el peso de este colectivo en la Universidad. El feminismo de género lograría más alumnos cautivos para difundir su mensaje y las que ya hicieron el postgrado se subirían a la tarima. Digo «las» porque la inmensa mayoría de quienes cursan estos estudios de género son mujeres, según explican las propias expertas. Es una lástima que la igualdad no empiece por la propia casa, y quizá habría que aplicar aquí una discriminación positiva a favor de los hombres.

Los grupos promotores de la petición aseguran que hay una gran demanda de «especialistas en género» para desarrollar programas de atención a las mujeres maltratadas, prevenir el sexismo en las aulas o asegurar la igualdad laboral («El País», 19-12-2005). Pero si hay una gran demanda, hay que esperar que las Universidades -tan necesitadas hoy de alumnos- no dejarán de explotar este filón.

También ven una gran oportunidad en la nueva asignatura obligatoria de Educación para la Ciudadanía incluida en la LOE, que aborda especialmente la igualdad entre hombres y mujeres. Hasta el punto de que la portavoz de la Red Feminista contra la violencia de género dice que «cada colegio debería tener como mínimo un responsable en educación para la igualdad». Esto sí que es crear empleo.

Pero su modo de ver la igualdad escolar responde siempre a la visión de la mujer víctima, incluso cuando va por delante. Ana Sabaté, directora para la Igualdad de Género de la Universidad Complutense de Madrid, asegura en el mismo diario que hasta los 14 años, en el sistema educativo, las niñas están en desventaja. Pero, si hacemos caso a lo que dicen las estadísticas, resulta que el porcentaje de varones que obtienen el título al acabar la enseñanza secundaria obligatoria es el 67%, mientras que el porcentaje de mujeres es el 82,6%. Si fuera al revés, ya se habría dicho que la escuela conspiraba contra las niñas.

Ideología de género

Lo que ocurre es que el feminismo de género es distinto del feminismo de la paridad. Este quiere para la mujer lo que quiere para todos: un tratamiento justo, sin discriminaciones. El feminismo de género es una ideología global, que piensa que la mujer está oprimida por un sistema patriarcal y que, aparte de las diferencias biológicas entre hombre y mujer, todas las demás son «socialmente construidas».

Por eso las feministas de género consideran que su labor es «deconstruir» estos roles socialmente construidos: depurar la socialización de toda imagen específica de género masculino o femenino; erradicar cualquier diferencia de conducta y de responsabilidad entre el hombre y la mujer en la familia (incluso habría que olvidarse de los términos padre, madre, marido y mujer, que son «género-específicos»); impedir que ninguna ocupación o profesión sea más apropiada para mujeres o para hombres. El enemigo no es ya la desigualdad, sino la diferencia.

Hasta las diferencias sexuales deben ser relativizadas: frente a la idea de que el mundo está divido en dos sexos que se atraen mutuamente, aseguran que hay muchas «orientaciones sexuales». Así, Judith Butler, lesbiana, una autora de culto para el feminismo de género, advierte: «Al teorizar que el género es una construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras; en consecuencia, hombre y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino» («Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity»). Y si alguien no se hace a la idea de que Monica Bellucci puede ser del género masculino y Arnold Schwarzenegger del femenino es que los mira sin perspectiva de género.

Llama la atención que un movimiento que considera que nuestras concepciones del hombre y de la mujer son «construidas socialmente», quiera inculcar obligatoriamente a todos los alumnos sus peculiares puntos de vista. ¿»Formar en género» no es también una construcción social? ¿La perspectiva de género, como enseñanza transversal de toda disciplina, no es un instrumento para construir un tipo de ser humano acorde con una cierta idea de la sociedad? Es cómodo suponer que las ideas de los demás son construcciones sociales impuestas, mientras que las propias son neutrales y liberadoras. Pero, en todo caso, una cosa es ofrecerlas y otra transformarlas en enseñanza obligatoria.

De lo contrario, llegaríamos a una situación curiosa: cada uno podría elegir un género independiente de su sexo, pero los estudios de género serían obligatorios.

Ignacio Aréchaga

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