Zena Hitz: “Las respuestas de la razón deben satisfacer al corazón”

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Zena Hitz

Zena Hitz es filósofa y enseña Ciencias y Literatura en el St. John’s College de Annapolis (Maryland, Estados Unidos). Estudió Clásicas en Cambridge y se doctoró en Princeton en 2005. Es especialista en Aristóteles, las virtudes, el carácter, la ética, su política, las personas, el fondo de nuestro armario y la acción humana con repercusión social en sus 360 grados. Es conocida por su defensa pública del autoaprendizaje y la educación liberal.

Su libro Pensativos. Los placeres ocultos de la vida intelectual ha agitado el cocotero del conformismo académico y ha encontrado un amplio eco en los medios de comunicación, porque abre interrogantes sobre las inercias, habla claro, prioriza el sentido común sobre los raíles del pensamiento único masivo y provoca con elegancia una potente disrupción.

Su discurso hila páginas, libros, voces, pensamientos, libertad, corazón, personas, realismo y trascendencia. Sus propuestas son un cincel contra los prismas que ven el mundo en bloques uniformes y contra la tiranía gris monocroma del torrente imperioso y oligárquico del argumentario de Internet.

Desde Estados Unidos salpica a la opinión pública liderando serenamente una corriente-dique que se rebela con razones contra un ecosistema de maneras de pensar el mundo en el que las ideas alternativas se difuminan, sepultadas por el poderío de los intereses muchas veces ajenos a la verdad sobre los seres humanos y sobre las cosas.

Pensativos ya está en siete lenguas removiendo inquietudes, con el don de encender luces en nuestros signos de interrogación. En enero publicará un nuevo ensayo –A Philosopher Looks at the Religious Life– donde pondrá el foco de sus reflexiones en torno a la ascética cristiana y su impronta en la vida cotidiana.

Línea argumental Maryland-Madrid. Un vuelo sereno en el airbus de la vida intelectual placentera y brillante va a efectuar su salida. Despegamos en inglés as we can

— ¿Pensativos es un stop hacia lo más profundo del ser humano para generar un reset?

— Toda regeneración surge de nuestras profundidades. Por eso es importante “abastecer” nuestro interior con libros, arte, música, imágenes, ideas y reflexiones sobre la experiencia. No me gusta el término reset, porque suena a simple nuevo comienzo, aunque lo cierto es que tenemos que renovarnos constantemente, sobre todo cuando nos enredamos demasiado por dentro y cuando la narración de nuestra vida deja de tener sentido.

“El miedo a la fragilidad frena nuestro crecimiento interior. Nadie puede avanzar si está atrapado en una ilusión”

— ¿Por qué la vida intelectual nos alimenta, pero no tiene prestigio?

— Por eso es necesario renovarse… Operamos en el ámbito del prestigio, que se ha convertido en una palanca necesaria incluso para las cosas buenas. Lo cierto es que nos distraemos con el prestigio y perdemos de vista lo que nos alimenta, que es lo que más nos importa. Las fuentes de las cosas que nos importan son como ríos subterráneos: si perdemos el contacto con ellas, nos secamos.

— Muchos influencers nos invitan a hacer lo que nos dicta el corazón, como si la emoción y la pasión fueran las mejores guías de nuestra biografía y las razones fueran lo de menos.

— Confunden un hecho inevitable con un principio moral para concluir que solo puedo hacer lo que quiero. A veces estamos limitados por nuestros propios deseos. La emoción y la pasión a solas y en sí mismas son un caos. Deben avanzar guiadas por la razón y moldeadas hacia objetivos racionales. Es la gran intuición de Platón.

— Otros insisten en ignorar el peso de las emociones y las pasiones, como si todas fueran malas y contaminaran la razón en un intelectualismo que, en realidad, también ignora al hombre.

— Es otro error. Las emociones y las pasiones son un caos, pero la razón también puede serlo. ¿Se trata de un razonamiento abierto y honesto, dirigido a la verdad, o estamos hablando de un proceso racional que tiende a una conclusión prefijada a priori? Muchos defensores de la racionalidad pretenden hacer lo primero, pero en realidad están haciendo lo segundo. La razón basada en los prejuicios es solo una pasión con aderezo de ensalada. Necesitamos un razonamiento real y abierto, guiado por nuestro compromiso apasionado con la verdad y el bien.

— ¿Lo esencial ocurre en el corazón o en la cabeza?

— El corazón es la guía de la cabeza. Al final, siempre pensamos en una dirección. Pero no todo está en el corazón. Esa exclusividad es el error de los sentimentalistas y de quienes idolatran las pasiones. De todas formas, el verdadero peligro para el recto caminar por esta vida no es ni la primacía sin alma de la razón, ni el populismo de las pasiones, sino tratar de progresar en piloto automático guiados exclusivamente por lo predeterminado, lo fácil y lo cómodo. Es probable que nadie quiera pasarse el día entre las redes sociales y las plataformas de streaming, pero hacerlo es muy cómodo y seguir ese parámetro se ha convertido en un modo de estar en el mundo por defecto.

Todas las cosas que realmente nos importan y que nos hacen crecer requieren disciplina. Esa es la eterna reivindicación de los defensores de la razón: nuestros deseos y pasiones necesitan ser moldeados, guiados y restringidos. Lo vemos con naturalidad detrás de cada éxito deportivo, o en el amor verdadero. Comparto con Sócrates su defensa de la necesidad de razonamiento y conocimiento para fundar una razón práctica que nos ayude a vivir en sociedad, pero también creo que las respuestas de la razón deben satisfacer al corazón. Por eso es importante que todas las facultades humanas respondan, en conjunto, a las preguntas definitivas sobre nuestra vida.

“El peligro del siglo XXI es la frivolidad de no tomarse en serio la trascendencia”

— ¿Qué es el equilibrio y qué tiene que ver con la sabiduría?

— No tengo muy claro si el equilibrio en sí mismo tiene mucho valor… Me explico. En su famosa discusión sobre la aurea mediocritas, Aristóteles dice que no hay punto medio para vicios como el adulterio o el asesinato. No hay equilibrio para las cosas nocivas, ni entre lo dañino y lo sano. Cualquier vida que incluya un 20% de pasión por el crimen, adicción a un vicio o manía por la autodestrucción, nunca conformará una biografía equilibrada. Lo que ordena nuestra vida es nuestro fin último. Lo que da estabilidad a nuestra biografía es que nuestros actos respondan, del modo más coherente posible, al fin que nos hemos propuesto en nuestra vida y al tipo de personas que queremos ser. Seguramente, todos tenemos la experiencia de que vivimos en una tensión entre nuestros valores más elevados y nuestras distracciones. O avanzamos, o retrocedemos. Cada vez tengo más claro que la sabiduría significa saber qué es lo más importante y aceptar con honestidad hasta qué punto podemos alcanzarlo por nosotros mismos.

— Las redes sociales han propiciado el crecimiento de las dobles vidas: lo que vivimos y lo que mostramos que vivimos. ¿Cómo podemos prestigiar la relevancia de la vida interior?

— Eso quizá sea una paradoja, aunque se entienda la cuestión. En el momento en el que la vida interior tenga prestigio, se convertirá en otra identidad de consumo, en una postura superficial o en una pretensión permanentemente impostada. Dudo de que podamos prestigiar la interioridad sin vaciarla.

La forma tradicional de preservar la interioridad es hacerlo a través de instituciones especiales que operan fuera del sistema de mercado: instituciones religiosas o educativas, por ejemplo. Pongamos como modelo de interioridad la vida de los monjes contemplativos, que nunca han tenido tanto prestigio como los cortesanos o los comerciantes ricos; pero hay un sano respeto hacia esas vidas apartadas, sabias, ajenas al mundanal ruido y centradas en cultivar las potencias interiores, y eso es una manera de admitir que la interioridad importa, incluso que es lo que más importa. Nuestra cultura debe ser heterogénea, porque la variedad ilustra la belleza de las cosas creadas. En ese sentido, es muy interesante apostar por realidades últimas, aunque no se puedan comprar o vender. Eso Adam Smith lo entendió perfectamente cuando defendía la necesidad de una educación generalizada para contrarrestar los efectos deshumanizadores de la división del trabajo. Por desgracia, sus seguidores modernos se han olvidado de esas cuestiones esenciales.

— En su historia personal, la vida interior y su defensa tienen mucho que ver con la experiencia de la fragilidad. Cuando nos sabemos vulnerables, ¿crecemos misteriosamente por dentro?

— Yo lo diría de otra manera: el miedo a la fragilidad –a la muerte, a la enfermedad, a la humillación…– frena nuestro crecimiento. Quizá sin darnos cuenta, ponemos enormes obstáculos internos y externos para evitar enfrentarnos a nuestra fragilidad. Por lo general, las personas de clase media y relativamente acomodadas vivimos en una red de fantasías y engaños que dan la espalda a nuestra intrínseca verdad. Mi experiencia es que crecemos cuando somos vulnerables, porque es cuando estamos en contacto con la realidad. Nadie puede avanzar si está atrapado en una ilusión. El crecimiento del aprendizaje debe partir de la verdad sobre uno mismo.

“La cultura sin interioridad es ‘la guerra contra todos’ de la que hablaba Hobbes”

— ¿Por qué el pensamiento nos ayuda a ser más libres, incluso del juicio de los demás?

— Hablábamos antes del imperio de lo fácil y lo cómodo en las sociedades del bienestar. Pues bien: la manera más fácil, más cómoda y más automática de vivir es hacerlo con la única obsesión de complacer siempre a los demás. Podemos pasarnos la vida girando en torno a la autoexigencia de satisfacer a nuestros padres, a nuestros profesores, a nuestros jefes y supervisores, a nuestros amigos, a nuestros cónyuges… Podemos pasarnos la vida entera intentando ser lo que ellos quieren que seamos. En ese modo servil de sobrevivir tiene un papel protagonista, también, el miedo al conflicto, a contristar, a decepcionar.

El pensamiento y la reflexión nos desarrollan como personas. Nuestras capacidades mentales pueden permitirnos unirnos a comunidades alternativas, a personas del pasado, a escritores de todo el mundo, a cualquiera que tenga un interés o una experiencia compartida con quien queramos sintonizar. En el libro llamo a esto “vida interior”, pero en realidad es otro modo de conexión con los demás. Necesitamos desarrollar nuestros propios recursos para poder pensar e imaginar otras posibilidades para nosotros mismos y encontrar el valor para vivir los mediterráneos de esas posibilidades.

— ¿La bondad, la verdad y la belleza siguen siendo trascendentales operativos en el siglo XXI?

— Para serte sincera, no estoy segura. Sigo a George Steiner en su explicación de lo trascendente. Para él, el arte y el pensamiento requieren lo trascendente, aunque esa exigencia puede ser tanto una ausencia como una presencia. Eso me sirve para entender el valor de las obras oscuras. ¿Acaso Macbeth, de Shakespeare, trata de la verdad, la belleza o la bondad? ¿Abordan esas cuestiones las novelas napolitanas de Ferrante? Insisto: no estoy segura. Yo creo que esos textos, y muchas obras artísticas, buscan algo más, porque tratan de ofrecer herramientas que nos ayudan a la comprensión de la realidad de las personas y las cosas, y lo hacen con gravedad y seriedad. Los peligros del siglo XXI no son la maldad, la mentira o la fealdad. El verdadero peligro de nuestro tiempo es esta especie de frivolidad que consiste en no tomarnos en serio la trascendencia. Si no buscamos la trascendencia, sea cual sea el resultado, perderemos el arte, el pensamiento y todos los frutos de la cultura humana.

— ¿Cuáles son los placeres ocultos de la vida intelectual?

— Los placeres ocultos de la vida intelectual son las alegrías de la actividad intelectual que no exigen resultados exteriores. Desde que salió el libro, muchas personas me han contado historias de abuelas o tíos que vivían una vida sencilla de cara a los demás, pero que alimentaban serios intereses intelectuales en la literatura, la ciencia o la historia. Y eran muy felices así. La vida oculta del aprendizaje es lo que importa, lo que justifica incluso el trabajo académico más arcano. Pensamos que la vida intelectual es importante por su impacto público, pero el impacto es, en realidad, una distracción del valor real del pensamiento.

— Si la vida intelectual es una burbuja de individualismo, prejuicios y obsesiones, entonces…

— La cuestión es si estamos construyendo la burbuja o si estamos estirando sus límites. Vivimos en un medio social competitivo, y nuestra naturaleza es competitiva y excluyente. El amor por el aprendizaje coexiste con otros amores que le son hostiles. Nuestra esperanza es buscar la conciencia de nuestra burbuja, nuestra preocupación autocomplaciente por nuestro propio estatus individual, nuestros prejuicios y nuestras obsesiones. Si buscamos la realidad de las cosas, nos liberaremos de la burbuja capa a capa y durante mucho tiempo.

— ¿Es posible ser protagonista de la cultura sin vida interior y sin vida intelectual?

— No es posible. La cultura tiene que alimentarse desde el interior de las personas. De lo contrario, nos encontraremos con una prevalencia de lo que vemos hoy con esta “cultura” de consumo donde se compran y venden posturas e identidades. La cultura sin interioridad es lo que Hobbes llamaba “la guerra de todos contra todos”.

— ¿La educación que reciben nuestros hijos está orientada al éxito intelectual?

— Solo puedo hablar con conocimiento de causa del modelo educativo imperante en Estados Unidos, y desde una visión parcial, que es la que acota mi experiencia. Lo que veo es una educación orientada al conformismo y al sometimiento a los grandes poderes económicos. El éxito intelectual puede ser un verdadero bien humano orientado hacia el crecimiento personal y el servicio, pero también puede empobrecerse cuando la meta es la pura competitividad o el alquiler de un estatus social. Parece claro que lo que cultivamos ahora en el ámbito pedagógico no tiene nada de intelectual. Actualmente, el éxito se identifica con una especie de obediencia con inercia y sumisión cada vez más totalizadora al control de los poderes económicos, psicológicos o espirituales.

“Leer en serio es muy contracultural”

— ¿La universidad está a la altura de este contexto?

— No. La universidad es un desastre. De todas formas, las instituciones académicas siguen atesorando muchos recursos que serán difíciles o imposibles de sustituir. Espero que pronto veamos una reforma acorde con las necesidades en las universidades de todo el mundo que permita mantener viva la vida intelectual para las generaciones futuras. De lo contrario, tendremos que intentar construir y preservar estos recursos fuera de las universidades, y, de momento, eso conlleva pérdidas tremendas y permanentes para cualquier entidad que se proponga suplir las carencias universitarias con solvencia.

— Dice que “la lectura es el gran acto de autoliberación del individuo”. ¿Qué lecturas recomienda para empezar a liberarnos como personas nadando lo mejor posible en una sociedad líquida?

— Por supuesto, recomiendo los clásicos, los diálogos de Platón sobre el juicio y la muerte de Sócrates, las grandes novelas rusas, la Biblia hebrea, etc.

También animo a la lectura de memorias más contemporáneas que pueden inspirarnos profundamente. La autobiografía de Malcolm XVida y voz de un hombre negro– es una de mis favoritas, al igual que la de Huey Newton, Suicida revolucionario. Black Boy, de Richard Wright, también nos cuenta una historia de autoliberación a través de la lectura. Leer en serio es muy contracultural. Encontrar el propio camino a través de la literatura que uno ama es ya una recompensa.

— ¿Qué realidades contemporáneas obstruyen nuestra capacidad de pensar y disfrutar de la vida intelectual?

— Internet es una grave y profunda amenaza para el desarrollo intelectual y creativo de nuestra humanidad. Probablemente, no podemos abandonarlo, pero debemos ser capaces de desarrollar –individual y colectivamente– estrategias de uso que atenúen el poder destructivo y nocivo que tiene sobre nosotros.

Siempre nos quedarán los buenos libros y los buenos maestros, que mantienen su poder transformador

— ¿La crisis de las humanidades en la educación occidental exige una revolución?

— Posiblemente, pero no sé muy bien cómo debería plantearse esa batalla. Ciertamente, esta crisis llama a la acción, a la acción de la reforma donde sea posible, y a la acción de la construcción de nuevas instituciones donde no queden más opciones. Es evidente que prestar atención a algo le da más poder, y ningunear una realidad la convierte en marginal. La revolución que yo potenciaría es la que ignora a las autoridades existentes que nos dirigen hacia la involución para construir nuestra propia autoridad basada en la provisión del bien humano.

— ¿Seremos menos democráticos si abandonamos las humanidades?

— No hace falta que hablemos de un escenario futuro: ¡ya somos mucho menos democráticos por culpa del abandono de las humanidades! La educación orientada exclusivamente hacia la capacitación laboral solo pretende formatear a las próximas generaciones y entrenarlas para servir a los señores de las grandes corporaciones que llevan las riendas del planeta. Se trata de un modelo educativo simple que pivota sobre el interés por que la escuela sea un taller en el que se aprendan los trabajos que ellos han decidido que hacen falta para sacar adelante sus negocios. Ya hemos perdido nuestra propia voz para decidir cómo deben funcionar nuestras comunidades. Recuperar las humanidades nos servirá para reconquistar la voz que nos han robado.

— ¿Se convertirá la contemplación en una tendencia por pura necesidad humana?

— Me temo que no. Somos capaces de vivir de forma verdaderamente infrahumana. La necesidad de la contemplación requiere un cierto prestigio social para que sea una realidad tenida en cuenta.

— ¿Ha cambiado Google la forma en que asumimos el conocimiento?

— ¡Por supuesto! Google ha hecho mucho daño a nuestro concepto de conocimiento. Ahora el conocimiento se ha convertido en lo que dice una autoridad sin nombre y sin pruebas. El verdadero conocimiento exige nuestra propia comprensión personal de la verdad de algo, y eso implica analizar, demostrar y descubrir por nosotros mismos. Es aterrador pensar hasta qué punto los jóvenes –y los menos jóvenes– dan ya por hecho que no es necesario contrastar las cosas, encontrar evidencias y ponderar el peso de las verdades por sí mismos.

— Su historia personal –tragedia, conversión, reinicio– es, quizá, el ingrediente más original del ensayo. Si las ideas que aportamos al mundo no surgen de nuestra propia experiencia, ¿hemos caído en el postureo intelectual, sin gancho?

— Por lo que oigo, el relato de mi historia personal es la parte del libro que más ayuda a la gente. Antes de escribir leí algunos de los clásicos de este género, como El ocio y la vida intelectual, de Josef Pieper, o La vida intelectual, de Antonin-Dalmace Sertillanges. Estos libros antiguos están escritos con una autoridad y una honestidad académica que hoy están en peligro de extinción. Mi cuidada educación o mi larga experiencia profesional no me dan ningún realce especial para exponer mis argumentos. Eso puede ser algo bueno, en realidad, porque nos obliga a hablar con nuestro público al mismo nivel, cara a cara. Al empezar estas memorias quería que el lector supiera lo que soy y lo que he vivido, y que después escogiera lo que le convenza o le sirva. Buena parte de la comunicación a la que accedemos en estos momentos es manipuladora. Se nos habla constantemente como si no pudiéramos entender los motivos o las razones para plantearnos cambiar una opinión. Yo he preferido escribir invitando a los lectores a pensar por sí mismos. Si la vida intelectual es una necesidad humana, cualquiera debería ser capaz de aprehenderla sin tener que remitirse a las autoridades ni someterse a la obligación de comprar cualquier idea a cualquier precio.

Álvaro Sánchez León
@asanleo

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