Por qué necesitamos a los superhéroes

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Los superhéroes se convierten en modelos potenciales en diversas fases de nuestra vida. Encarnan los ideales a los que se aspira —ya se trate de personas reales o personajes de ficción—; se convierten en nuestros referentes, incluso morales («¿Cómo actuaría esa persona o ese personaje en esta situación?»). Interesante responsabilidad de los creadores que, aunque sólo pretendan entretener, acaban inspirando a su audiencia. Ojalá tuviéramos siempre acceso a esos modelos, adecuados a nuestra situación en la vida: que un niño pueda aprender de los Power Rangers la necesidad de trabajar en equipo y que un adulto valore la importancia del perdón y la reconciliación con el Invictus de Morgan Freeman.

Una sociedad sin héroes es una sociedad sin esperanza. Porque esperamos lo mejor de cada persona, creamos los superhéroes. Los héroes están en la pantalla porque salen de la vida misma. Si se permite una clasificación —con cierto aspecto de trabalenguas—, los tipos de héroe que ejemplifican y resumen lo dicho hasta el momento podrían ser: gente corriente que hace cosas extraordinarias ordinariamente (los bomberos); gente corriente que hace cosas extraordinarias extraordinariamente (héroes accidentales); gente poco corriente que hace cosas extraordinarias ordinariamente (superhéroes) y gente corriente que hace las cosas ordinarias extraordinariamente (los otros héroes). El superhéroe de verdad es la plasmación de nuestras mejores aspiraciones para la sociedad; por eso son «fantásticos» en el doble sentido de la palabra: no los encontraremos en el mundo real, pero nos gustaría encontrarlos.

Los héroes —con independencia de los poderes que les asignemos— quieren ser la encarnación de los mejores valores en los que creemos; por esta razón sentimos que chirrían los momentos oscuros o confundidos de algunas de sus historias. Por desgracia, esos valores parecen disolverse en nuestra sociedad y esta situación se refleja en los creadores. Lo advertía Robert McKee en su manual para guionistas: «Los valores, las cargas positivas y negativas son el alma de nuestro arte [cine]. El escritor da forma a la historia sobre la percepción de qué merece la pena ser vivido, por qué merece la pena morir, qué resulta estúpido perseguir, el significado de justicia, de verdad: los valores esenciales. En décadas pasadas los guionistas y la sociedad estaban más o menos de acuerdo en estos temas, pero nuestra era ha ido cayendo progresivamente en el cinismo moral y ético, el relativismo y la subjetividad: hay una gran confusión de valores. Al desintegrarse la familia y aumentar el antagonismo de género, ¿quién, por ejemplo, siente que comprende la naturaleza del amor? ¿Y cómo se expresan las convicciones personales ante una audiencia crecientemente escéptica?»

La erosión de los valores salpica en parte la caracterización de los héroes de ahora. Quizá la audiencia deba salir en defensa de sus superhéroes, para que recuperen los valores que les corresponden. Porque, en el momento en el que dejemos de creer en esos valores comunes, en su defensa desinteresada —heroica—, dejaremos de actuar para identificarnos con ellos.

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