Sacerdotes frente al nazismo

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Algunas personas se han encontrado en ese momento crucial en el que la fidelidad a la propia conciencia puede costar no ya solo la propia vida sino la de otras personas queridas. Esta es la situación que plantea la película de Volker Schlöndorff El noveno día, cuyo protagonista es un sacerdote católico presionado por los nazis. La película, basada en un hecho real, refleja el heroísmo de muchos cristianos que se opusieron al nazismo.

En febrero de 1942, un sacerdote luxemburgués, Henri Kremer, es liberado del campo de concentración de Dachau, donde había sido confinado en mayo de 1941 por manifestar públicamente la maldad anticristiana del régimen nazi. Al poco de llegar a casa y reencontrarse con su familia comprenderá que su liberación no responde a la humanidad de sus carceleros.

Los nazis buscan que el influyente obispo de Luxemburgo, distanciándose de Pío XII, firme un comunicado que deje en buen lugar al Tercer Reich. El obispo, voluntariamente recluido en el palacio episcopal, se niega a recibir a ningún representante de los invasores alemanes y hace repicar todos los días las campanas en señal de duelo. Un ambicioso teniente de la Gestapo hace salir al padre Kremer del campo de Dachau con el pretexto de permitirle acudir al cementerio a despedirse de su madre recién fallecida, pero realmente lo que quiere es que en el plazo de nueve días el sacerdote sea capaz de convencer al obispo de que firme el comunicado.

Si no lo consigue, su familia y sus compañeros de barracón pueden ser eliminados; pero si el obispo acepta, el padre Kremer no deberá regresar al campo de concentración, su familia podrá abandonar el país y sus compañeros sacerdotes tendrán mejores condiciones de vida.

Un diario de Dachau

«El noveno día» («Der neunte Tag»), la película del director alemán Volker Schlöndorff, se inspira en un hecho real de la vida del sacerdote luxemburgués Jean Bernard (1907-1994). Al terminar la II Guerra Mundial éste publicó unos recuerdos -a modo de diario- sobre su estancia en el campo de concentración de Dachau, donde 2.771 clérigos fueron encerrados por los nazis. La mitad de ellos fallecieron allí.

Se da la circunstancia de que Jean Bernard siempre tuvo relación con el cine, hasta el punto de ser, en 1947, el primer presidente de la Oficina Católica Internacional del Cine.

Los guionistas de la película partieron de hechos reales a los que Bernard se refiere de manera muy breve en su libro (una página). A partir de ahí Eberhard Görner y Andreas Flüger ficcionan los nueve días que el sacerdote pasa en Luxemburgo. La personalidad del oficial de la Gestapo se perfila como la de un arrogante racionalista, un apóstata que hace uso de sus estudios en un seminario para retorcer el sentido de la Escritura en beneficio de la tesis de que Hitler es un enviado del Cielo. El contenido de las conversaciones entre el nazi y el sacerdote es obra de unos guionistas que las imaginan de esa manera intensamente dramática.

Estas libertades artísticas justifican la decisión de inventar un nombre para el sacerdote, que en la pantalla se llama Henri Kremer. La película se centra especialmente en el duelo entre el sacerdote y el agente de la Gestapo, interpretados magistralmente por dos grandes actores alemanes, Ulrich Matthes y August Diehl.

Schlöndorff ha declarado que es muy importante para todos los europeos que «los nazis por fin hablen alemán y no inglés y que las imágenes de los nazis malos, al igual que las de los alemanes buenos, no lleguen solamente del extranjero, sino que sean también producidas en Alemania».

«El noveno día» coincidió en la cartelera alemana con «El hundimiento» (ver Aceprensa 16/05). En ambas cintas interviene el actor Ulrich Matthes, que encarna al sacerdote Henri Kremer en la primera y a Joseph Goebbels en la segunda.

El origen de la película

«El libro de Bernard -ha declarado Schlöndorff- me fascinó desde el principio. Supe enseguida que era algo para mí. Fue la primera vez que me sentí preparado para hacer una película que mostrara al mundo un campo de concentración nazi. Como muchos de mi generación, siempre pensé que un retrato directo de los campos de concentración no era posible […] Este libro estaba escrito con tal definición, sobriedad, sin ningún patetismo, por alguien que había estado allí. El padre Jean Bernard escribió este testimonio en el verano de 1945 con una cierta distancia respecto a su propio sufrimiento. Eso me conmovió. Mientras leía su libro, el mero hecho de intentar imaginarlo me dolía. Sabía que sería una película dolorosa, y así es como intenté dirigirla».

«Bernard había estado escribiendo su diario con el estilo con que Hemingway solía escribir; quiero decir, escribir tan solo lo que ves. De una manera totalmente rigurosa y descriptiva, como si estuvieras describiendo un paisaje. Nunca pretendió convertirlo en literatura. Y esto lo encontré muy interesante».

«Como director, el verdadero logro ha sido las escenas en el campo, porque pensé que no se podría conseguir. Siempre me había negado a participar en proyectos que tuvieran que ver con campos de concentración o con el Holocausto. Está por encima del drama, de la ficción. Pero con la ayuda de su diario conseguimos dar sentimiento a todo eso».

Como ya hemos señalado, esos nueve días en Luxemburgo son ligeramente mencionados en el libro, que se consagra al relato de la vida en el campo de concentración. ¿Por qué los autores de la película se han centrado en ese momento? «Lo que me inspiró -cuenta Schlöndorff- fue el momento en el que comunican al cura: ‘Eres libre’, porque entonces se da cuenta de que es él quien tiene que decidir entre la vida y la muerte. Hasta entonces eran los jefes del campo de concentración los que decidían si vivía o moría, y de repente esta decisión estaba en sus propias manos. Siempre me ha fascinado cómo ciertas personas tienen esas convicciones tan fuertes y nunca parecen dudar sobre lo que tienen que hacer».

«Este cura -señala Schlöndorff- se da cuenta de que los hombres no pueden conocer lo absoluto, pero su fe le puede ayudar a llegar a una decisión. No quería que se hablase de eso sino que el público lo sintiera. Es algo que no puede ponerse en palabras».

Héroes desconocidos

Uno de los argumentos que se ha sacado a relucir en repetidas ocasiones es por qué el Papa Pío XII no intervino con más contundencia para condenar el exterminio de los judíos.

«Con razón o sin ella, ha habido mucha crítica sobre la actitud de la Iglesia, pero uno no debe olvidar que hubo miles de personas que se comportaron de la mejor manera posible. Y yo he querido homenajear a todos esos héroes desconocidos. Por lo tanto no pienso que pueda haber controversia por ello».

Schlöndorff comenta el episodio ocurrido en los Países Bajos -citado en la película- como contexto histórico de la actitud silenciosa del Papa Pío XII. «Lo que paso allí es que los nazis primero arrestaron y deportaron a los judíos holandeses. Los obispos holandeses se quejaron de eso, y a continuación los nazis arrestaron y deportaron también a los hebreos holandeses que se habían convertido a la Iglesia católica».

Sobre la postura del obispo de Luxemburgo, el director comenta que «es una figura totalmente auténtica y muy controvertida. Dice sencillamente: yo me encierro en mi palacio y dejo que suenen las campanas, para mostrar que no estoy de acuerdo. Pero por lo demás no se compromete, y deja que su secretario haga el trabajo sucio. Es un embrollo absoluto, y también lo es que el jefe de la Gestapo en Luxemburgo -un país tan pequeño- haya pretendido obligar al obispo a reconocer la ocupación nazi. Pero no era mi intención entrar en este tipo de debate, porque de ese modo la historia de nuestro cura se habría perdido. No me interesaba la Iglesia como institución, sino un sacerdote como individuo. Mi película no es «El Vicario» de Hochhuth, ni tampoco «Amén» de Costa-Gavras».

En opinión de Mons. Helmut Moll, encargado de dirigir el Martirologio alemán del siglo XX, «el film muestra, sobre la base de fuentes auténticas, una imagen realista de su época; gracias al buen hacer de los protagonistas, nos introduce en la situación histórica y nos muestra que el cristianismo y el nacionalsocialismo se encontraban en una lucha histórico-intelectual. Pero que el sacerdote fue lo suficientemente fuerte para no sucumbir a la tentación.»

El arzobispo de Berlín, Card. Georg Sterzinsky, piensa que el filme de Volker Schlöndorff «tiene un mensaje atemporal, pues también hoy en día se exige tomar en conciencia decisiones difíciles, aunque no se trate -como en «El noveno día»- de cuestiones de vida o muerte. Sería bueno que muchos espectadores vieran el film».

La trayectoria de Schlöndorff

Volker Schlöndorff (Wiesbaden, Hessen, 1939) se mudó con su familia a París cuando era un adolescente. Aun siendo protestante, fue enviado por sus padres a un internado jesuita en la Bretaña francesa con intención de que aprendiera francés durante las vacaciones. Le gustó el ambiente y se quedó tres años allí.

Al acabar sus estudios se matriculó en Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad de la Sorbona, donde también estudió cinematografía.

Su carrera en la pantalla grande, proclive a las adaptaciones literarias, se inició a comienzos de los años sesenta como asistente de dirección de Alain Resnais, Louis Malle y Jean-Pierre Melville. «El joven Torless» (1966), adaptación de una novela de Robert Musil, fue su primer largometraje, ganador del premio de la Crítica en el Festival de Cannes. Casado con la actriz, guionista y directora Margarethe von Trotta, trabaja con ella en varios proyectos. En 1979 gana la Palma de Oro en Cannes y el Oscar al mejor film de habla no inglesa con «El tambor de hojalata», un drama antibelicista basado en la novela de Günter Grass.

La posterior trayectoria de Schlöndorff, ciertamente irregular, incluye varios documentales y películas de ficción entre las que cabe destacar una vigorosa versión cinematográfica de «La muerte de un viajante», protagonizada por Dustin Hoffman y John Malkovich en 1985.

Sobre el origen de su vocación al cine, el director alemán cuenta: «Teníamos un club de cine en el colegio de los jesuitas donde estudié. Por primera vez vi una película muda, «La Pasión de Juana de Arco», de Dreyer. Y no fue tanto la dirección de la película lo que me impresionó sino el momento en que la vida del personaje depende de una sola palabra para poder ser libre; finalmente, prefirió ser quemada en la hoguera. Y entonces me pregunté: ¿Cómo puede alguien tener una convicción tan fuerte sobre lo que tiene que hacer? Y cincuenta años después, leyendo este guión, recordé de nuevo esta cuestión cuando yo todavía no tenía la respuesta».

Schlöndorff reconoce su deuda con los profesores de aquel colegio católico: «Estos jesuitas me hicieron darme cuenta de que no tenía que ser un abogado o un médico, o un arquitecto, o lo que mi ambiente de clase media parecía indicarme -esto pasaba en los cincuenta, época en la que ser director de cine no era una ocupación muy valorada-. Sin embargo, ellos me dijeron: si te gustan tanto las películas, ¿por qué no convertirte en director de cine? También me gustaba mucho la claridad a la hora de argumentar con ellos, y la manera en la que siempre intentaban encontrar la verdad. Me cambiaron la vida totalmente a mejor. Descubrí que la educación podía ser algo maravilloso. Sigo teniendo esta visión de la educación al hacer mis películas… películas con las que pierdo dinero».

Schlöndorff reconoce que el catolicismo ha tenido un gran impacto en su vida, aunque nunca tomó la decisión de convertirse. «Esta decisión es muy personal. A mi hija la bauticé y prometí darle una educación católica. Sin embargo, yo no me he convertido a nada. Creo en la espiritualidad y creo que, en nuestro mundo occidental de fe católica, esta religión parece tener más sentido que la protestante».

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