Philip Gröning, con la cámara en una cartuja

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Philip Gröning, documentalista alemán, se adentró solo con su cámara en la Gran Cartuja de Grenoble para rodar una película que fuera una experimentación sobre el tiempo. La película muestra la vida y el porqué de la vida de los monjes. Se refleja el paso de las horas, de las estaciones, de los años; de las acciones cotidianas, las oraciones diarias. En la Grande Chartreuse se dan cita el mundo físico y el espiritual. El gran silencio ha merecido el premio al mejor documental europeo y el premio especial del jurado en el festival de Sundance (ver crítica en Aceprensa 119/06).

— ¿Por qué esta película? ¿La ha realizado pensando en usted mismo o, de alguna manera, diciendo «esto es lo que el mundo necesita hoy»?

— Cuando uno hace una película no piensa en los espectadores, quiere hacer algo personal. «El gran silencio» era un desafío para un realizador, hacer una película que trabaja con el tiempo en tal profundidad. Además, la vida de un monje era algo que despertaba mi curiosidad; siempre me fascinó que hubiera gente que viviera así.

Creo que también soy una persona interesada en las elecciones radicales, y la elección que ellos han hecho es totalmente radical: vivir así, en la soledad, en una sencillez increíble. Yo, por ejemplo, vivía una vida llena de «stress» y de distracciones. Cuando tenía veinticinco años ya sabía que es muy importante vivir sin esas distracciones y llevar una vida sencilla. Ahora sí vivo una vida muy sencilla, nunca he vivido en el lujo, eso no me interesa para nada.

— ¿Es usted católico?

— Sí, es importante decirlo, hay medios que afirman que soy agnóstico y no es cierto.

— La primera vez que pidió permiso para rodar en la cartuja -16 años antes- le contestaron que era «demasiado pronto». Demasiado pronto ¿para quién? ¿Para usted, para los monjes, para que el mundo recibiera este mensaje?

— Sin duda alguna era demasiado pronto para todos. Sobre todo para mí, porque yo tenía veinticuatro años y no sabía hacer cine. Acababa de hacer mi primer largometraje pero no sabía cómo hacer esto, habría sido un inmenso fracaso hacerlo a esa edad. Además, para ellos también era demasiado pronto. ¿Sabe? Para los monjes también hay generaciones; hay nuevas generaciones que entran en el monasterio, hay una nueva relación con los medios de comunicación. Y tiene usted razón, la película ha caído bien, el público ha estado muy receptivo; ha tenido un gran éxito en Italia, en Holanda, en Bélgica, en Alemania… hace veinte años la película no habría tenido este éxito.

La alegría de los monjes

— Y sin embargo las claves de la película son más difíciles de entender hoy que hace veinte años.

— No estoy de acuerdo en que el público tenga ahora más dificultad para entender este tipo de película que antes. He hecho esta película a propósito y es cierto que durante los dieciséis años de espera hubo un momento en que mi productor me dijo: «vamos a hacerla en un monasterio budista», y yo dije: «no, porque yo no soy budista, hacer eso sería turismo religioso».

Por supuesto que tengo conflictos con el catolicismo. Si no tienes conflictos con una religión significa que no es la tuya. Hay gente que dice: «ahora que tengo cuarenta años quiero abrazar otra religión porque no recuerdo nada de la religión de mi juventud». Me parece que es una forma de evitar enfrentarse con uno mismo.

— Insisto, al espectador le cuesta entender lo que hacen los monjes.

— No importa. La película no tiene que dar respuesta a todas las preguntas. Basta con que suscite el interés y la curiosidad del espectador.

— La alegría que traslucen los monjes, que debería ser la idea central, la alegría de estar con Dios y nada más, ¿cree usted que está conseguida, que era la única manera de mostrarla tal como ha quedado?

— Yo no puedo hacer más de lo que puedo, como todo cineasta. Creo que la alegría se ve claramente en el filme, que tiene momentos muy luminosos. Pero también es cierto que en el monasterio se vive una vida muy austera y que carecen de muchas cosas que nosotros consideramos necesarias. Creo que bastaba estructurar el filme, de forma que cuando se ve claramente la alegría de los monjes, esta se transmite inmediatamente al espectador. Yo he visto en salas cómo los espectadores disfrutaban al ver a los monjes deslizarse por la nieve, y también en un momento en el que no hay más que unas peras sobre la mesa y la gente es feliz. Cuando se realiza un filme que es una experiencia, hay momentos en los que el espectador es feliz también y eso es lo que transmite la alegría de los monjes, más que ver a los monjes sonreír.

Sin voz en off

— ¿Cuánto tiempo estuvo en la cartuja? ¿Cuánto material filmó?

— Estuve dos periodos, uno de cuatro meses y otro de dos meses, en dos años. Rodé unas 120 horas.

— Hay dos texturas muy diferentes en la película. ¿A qué se debe?

— Trabajé con dos cámaras, una de alta definición y una de super 8. Me encanta el super 8, lo utilicé de niño. Quería mostrar una textura diferente, una mirada diferente para algunos detalles. El problema es que ahora, contrariamente a lo que esperaba, no se reconoce esa textura.

— No hay comentarios en off y en cambio sí hay rótulos, ¿por qué?

— No puedes utilizar el lenguaje para describir un mundo que está por encima de él.

— Se repiten citas en latín…

— Hay dos citas esenciales que muestran las dos grandes ideas de la película: la renuncia absoluta, que se refleja en la cita «el que no renuncia a todo y me sigue no puede ser mi discípulo», y la seducción por el amor de Dios, que se refleja en la cita «tú me sedujiste Señor, y yo me he dejado seducir».

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