La IA generativa en el aula, imparable

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IA generativa en el aula
Robalito / Shutterstock

La empresa Turnitin, cuyo nombre apareció varias veces en la prensa española en 2018 –cuando se aplicó su software de detección de posibles plagios a la tesis doctoral del presidente Pedro Sánchez–, ha estado poniéndose al día para descubrir cuándo la falta de esfuerzo creativo se suple con contenidos específicamente generados con inteligencia artificial (IA). Y ha “cazado” muchos de estos.

Un informe de la compañía revela que, desde que en abril de 2023 comenzaron a utilizar una herramienta para detectar la presencia de textos creados con IA en trabajos de investigación y otras tareas estudiantiles, el programa se ha aplicado a más de 200 millones de esos materiales. De ellos, dice, “más de 22 millones, aproximadamente el 11% del total, contienen un 20% de contenidos redactados con IA”.

Es una “dosis” alta, aunque algunas instituciones educativas consideran aceptable, en cuanto a la inserción de textos de otros autores –autores de carne y hueso–, hasta un 25%. Ese margen bien podría extrapolarse a la cantidad de texto creado mediante IA, presente en una tesis o informe. Lo que sí excede todo límite es otra estadística mencionada por la empresa: más de seis millones de informes o tareas estudiantiles estaban redactados en un 80% con software “inteligente”.

La directora de producto de Turnitin, Annie Chechitelli, se ha referido de modo bastante diplomático al hallazgo: “Todos en el sector educativo buscan recursos que les permitan rendir al máximo, y las tecnologías, incluida nuestra función de detección de escritura mediante IA, ayudan a avanzar en el aprendizaje sin sacrificar la integridad académica”.

Por ahí, por preservar la integridad académica, el principio de responder con honestidad y responsabilidad a las tareas en el campo de la educación, va el tema. Pero no parece que se esté logrando en esta etapa de “infancia acelerada” de la IA.

Una tecnología “necesaria para el futuro profesional”

La consultora Tyton Partners también decidió tomarle el pulso a la irrupción de la GenAI (inteligencia artificial generativa) en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Para ello, entrevistó el pasado otoño en EE.UU. a unos 1.000 profesores de educación superior y a unos 1.600 estudiantes. Los números son bastante más modestos que los del informe de Turnitin –que colaboró en esta investigación–, pero la encuesta es más reveladora en cuanto a uso y actitudes frente al software de creación de contenidos, llámese ChatGPT, Google Bard, Microsoft Bing Chat, etc.

El porcentaje de estudiantes y profesores que utilizaban la IA en asuntos académicos fue incrementándose a lo largo de 2023

Según la información que registraron, los profesores convencidos de que sus pupilos necesitarán dominar la IA para triunfar en sus carreras profesionales pasaron del 47% al 75% entre la primavera y el otoño de 2023. También subió un punto porcentual (del 21% al 22%) la proporción de quienes consideraban que tendría un impacto positivo en el aprendizaje, y bajaron del 50% al 39% los que pensaban que el resultado sería negativo.

De igual modo, los “beneficiarios” se mostraron optimistas respecto a su uso a más largo plazo. Ciertamente los jóvenes que piensan que la IA será buena para su actual aprendizaje bajaron del 49% al 47%, y los que no la ven con buenos ojos pasaron del 22% al 26%. Pero preguntados sobre la incidencia en su futuro profesional, escalaron del 33% al 55% los que dijeron que había que adiestrarse en su uso para alcanzar el éxito.

¿Quiénes están más duchos y han abrazado con mayor fervor esta tecnología emergente? Si nos atenemos al refrán de que la necesidad es la madre del ingenio, se entenderá que son los alumnos, pues ellos tienen que lidiar con tareas encomendadas en clase. Los docentes que usaban la IA en la primavera de 2023 eran el 9%, y para el otoño habían subido al 23%, mientras que los estudiantes pasaron del 27% al 49%.

¿Para qué la usa cada grupo? Los jóvenes, mayormente para sintetizar textos o parafrasearlos, para responder los deberes y para que les haga más “potables” los conceptos difíciles que puedan encontrar en la bibliografía con la que estudian. Los profesores, entretanto, la emplean para constatar cómo resuelve la IA generativa las tareas que han indicado a sus estudiantes –¿quizás para poder reconocer después hasta qué punto estos se han esforzado realmente?–, para enseñarles cómo hacer un uso adecuado de la tecnología y para crear actividades didácticas más atrayentes, entre otros usos.

El genio ya está libre; mejor parlamentar

Que los profesores empiecen a pulsar los botones de la IA en el aula no es poca cosa, habida cuenta de la cautela que les provoca una herramienta que, a primera vista, tiene pinta de que puede terminar puenteando su labor.

El 75% de los estudiantes que ya usan la IA continuará utilizándola, aunque las autoridades educativas la prohíban

Porque hay temores. Según el informe de Tyton, los docentes se dicen “preocupados por la integridad académica si más del 30% del contenido de una tarea escrita está marcada como creada con GenAI”. Solo un 9% de los profesores que no usan IA les permitirían a sus alumnos presentar una tarea con pequeñas partes respondidas con ese software, pero tampoco los docentes familiarizados con esa tecnología son muy partidarios: solo un 21% aprueba un “vale: usé la IA, pero muy poquito”.

Para los estudiantes, sin embargo, la preocupación que puedan mostrar los docentes tiene bastante menos importancia. De hecho, aun si las autoridades educativas aprobaran una “ley seca” en la materia –una prohibición total–, el 75% de los alumnos que ya usan la IA continuaría utilizándola, por lo que Tyton viene a decir que más vale que los profesores se pongan las pilas. “El uso de GenAI por parte de los estudiantes persistirá en el futuro, lo que crea aun más la necesidad de que los profesores la conozcan y, al menos, sean conscientes de cómo los estudiantes la están aprovechando en su vida diaria, así como en el aprendizaje”.

Visto que es improbable que el genio de la IA vuelva a recluirse en la lámpara –ni él ni los que la frotaron tienen el menor interés–, algunas instituciones educativas y profesores británicos y estadounidenses han informado a Turnitin que están poniendo al día sus políticas para establecer qué es y qué no, en el ámbito académico, una conducta reprobable, y de paso darle una ojeada al concepto de plagio, por si necesita una reformulación.

Algunos consultados dicen además que los exámenes “a la antigua” –una gran multitud en un aula, respondiendo por escrito– tal vez no sean ya factibles, pero que sí lo sería pedirles a los estudiantes que, al menos de año en año, redacten a mano un ensayo, en un ambiente controlado, y que la habilidad que demuestren en la escritura sea un elemento clave de su evaluación general. Cabría al observador externo, sin embargo, cuestionar en este punto qué tan asentada puede estar dicha habilidad sin las evaluaciones periódicas de toda la vida, sin un profesor que revise exámenes frecuentes y corrija los errores para que no se repitan en una próxima evaluación.

Por último, un experto en integridad académica señala la necesidad de tener con los estudiantes “conversaciones sobre valores”, de darles razones positivas sobre la conveniencia de que realicen sus tareas de modo auténtico, y de ilustrarles sobre el perjuicio que implica el fraude para toda la comunidad académica y para su proceso de aprendizaje personal.

A nivel teórico suena bastante bien, pero con tres cuartos de los estudiantes declaradamente dispuestos a usar la GenIA, sea que llueva, truene o relampaguee, la labor de concienciación va con algún retraso.

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