Recién graduados, recién rechazados

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“Esta soy yo –nos dice en TikTok una chica estadounidense con cara de hastío–, dándome cuenta de que ha pasado un año desde que me gradué y todavía estoy optando por empleos iniciales en los que me piden 3 o 5 años de experiencia. La parte positiva –ironiza– es que estoy pensando llevar mi relación con LinkedIn al siguiente nivel, considerando el mucho tiempo que pasamos juntos”.

Como ella, un número cada vez mayor de jóvenes graduados de educación superior manifiestan en esta red social y dondequiera que se les oiga su frustración por no acabar de encontrar un empleo ni poder comprobar aquella seguridad que les dieron sus padres: que los recursos y el esfuerzo invertidos en su formación rendirían frutos casi automáticamente tras recibir el título, máxime en un mercado laboral tan dinámico como el norteamericano, con una tasa de desempleo general –el 4%– por la que algún que otro ministro europeo de Trabajo descorcharía un espumoso.

Solo el 30 % de los estadounidenses que salieron este año de la universidad han conectado con empleos a tiempo completo relacionados con su especialidad

Según explica un reciente análisis del New York Times sobre la cuestión, el paro está en números bajos en EE.UU., pero el de larga duración –el de más de seis meses– está en su nivel más alto en tres años, al afectar al 26% de los que no tienen empleo. ¿Qué puede preocuparle esto a la chica del vídeo? Pues que, además de ser un problema en ascenso, los jóvenes graduados universitarios lo sufren especialmente: han pasado de ser la quinta parte de los desempleados de larga duración a ser la tercera parte.

Esta legión de jóvenes de brazos caídos, que tenía inicialmente expectativas muy altas, ahora se ha dado de narices con una realidad que las echa por los suelos: la de las menguantes posibilidades de trabajar en aquello para lo que estudiaron. Según el Informe de Empleabilidad 2025 del Cengage Group –citado por Qartz– solo el 30 % de los estadounidenses que salieron este año de la universidad han conectado con empleos a tiempo completo relacionados con su especialidad. La mitad de los graduados ni se han molestado en buscar trabajo.

Con este panorama, la Reserva Federal ha bajado recientemente los tipos de interés, a modo de incentivo para que las empresas contraten a más recién graduados. El presidente de la institución, Jerome Powell, reconoció en septiembre que “los jóvenes que acaban de graduarse de la universidad y los pertenecientes a minorías” estaban teniendo dificultades para arrancar de una vez; dificultades que, por recurrentes, terminan desincentivándolos de buscar empleo: las solicitudes están en mínimos, desalentadas por esa especie de foto fija en que se encuentra el mercado laboral ahora mismo: no se está despidiendo personal…, pero tampoco se está contratando.

Quizás porque, en un contexto económico y tecnológico tan cambiante, la cautela manda.

“Si nos lo resuelve la IA…”

Solía pasar, pero ya no: el título universitario ya no exorciza del desempleo a los noveles profesionales, y esto por varias causas.

Una, que el número de egresados ha aumentado. La última edición del informe “Education at a Glance” revela que, entre 2000 y los años más recientes, el número de jóvenes de los países de la OCDE que han cursado estudios superiores ha pasado del 27% al 48%. Solo en el período 2011-2023, EE.UU. pasó de tener un 43% a un 51% de jóvenes graduados, mientras que la UE pasó del 36% al 44%.

Teóricamente, la economía no podría absorberlos a todos. De hecho, solo en EE.UU., los datos de la plataforma de búsqueda de empleo Indeed muestran que el número de anuncios de puestos para los que se pide titulación superior ha caído un 6% desde 2019. Un análisis de CNBC con estadísticas de Indeed constata que, a día de hoy, las ofertas para ingenieros en desarrollo de software han caído un 34% respecto a las que había antes de la pandemia, al tiempo que se han incrementado un 16% las de enfermeros.

No obstante, el atractivo de la educación superior como pieza clave del ascensor social sigue siendo poderoso. Como nos recuerda el economista Gad Levanon, contar con un título “se convirtió en el requisito mínimo para ingresar a la clase media. ¿El resultado? Un creciente excedente de graduados universitarios, que se prevé que aumente entre 7 y 11 millones para 2034 [en EE.UU.], lo que intensifica la competencia por empleos profesionales cada vez más escasos”.

Levanon, directivo del Burning Glass Institute, es coautor de un informe con título de ecos cinematográficos (“No es país para jóvenes graduados”). En este, además del “exceso” de títulos, los investigadores señalan otros factores del involuntario parón laboral de los universitarios, entre ellos, la irrupción de la inteligencia artificial (IA), que está asumiendo faenas hasta ahora reservadas a ellos (varias grandes empresas ya piden a sus gerentes que verifiquen, antes de contratar, si la tarea en cuestión puede ser resuelta por una IA). Por esta razón, señalan, “la proporción de ofertas de empleo que requieren menos de tres años de experiencia ha disminuido en estas ocupaciones”.

Para más inri, la “pérfida” mano de la IA aparece no solamente en la ejecución de tareas que harían los graduados, sino en el propio proceso de contrataciones, y puede perjudicarlos. Un experimento realizado por un equipo del MIT, con decenas de empleadores que aceptaron utilizar la IA para redactar ofertas de trabajo, halló que el software fracasaba en describir adecuadamente las características de la plaza disponible y solo hacía formulaciones genéricas.

Por una parte, esto no facilitó el encaje entre las características reales del puesto y las habilidades del solicitante, lo que pudo dejar fuera a muchos universitarios, y por otra, generó falsas expectativas: la nueva facilidad con que se podían generar ofertas terminó “alentando a los empleadores que no tenían verdadero interés en contratar a publicar ofertas de trabajo simplemente como forma de tener una idea del grupo de solicitantes, para ver quién estaba disponible”. No es de extrañar que las ofertas en cuya formulación medió la IA tuvieran un 15% menos de probabilidades de derivar en una contratación.

Ecos de la “Gran Renuncia”

Otra piedra de tropiezo para los nuevos egresados es el desfase entre las habilidades adquiridas en la carrera y las necesidades concretas de las empresas. Según lo que ha observado en EE.UU., Michael Hansen, del Cengage Group, dice a Qartz que muchas veces los empleadores se quejan de no encontrar candidatos con la preparación concreta que esperan.

“El desafío no es solo la disminución de empleos, sino la desconexión entre la educación y el puesto laboral”, apunta el directivo. En su criterio, la divergencia estriba en que “los empleadores necesitan habilidades técnicas y digitales, pero las universidades a menudo priorizan solo las habilidades interpersonales. La preparación profesional no puede ser opcional; debe ser una responsabilidad compartida”.

“La Gran Renuncia parece haber aumentado la aversión de los empleadores al riesgo en sus contrataciones”

La mencionada desconexión la han observado igualmente las autoridades europeas. En el avance de un informe de 2026 sobre las tasas de empleo de recién graduados, Eurostat constata muchos casos de discrepancia entre, por un lado, la carrera estudiada y el desempeño laboral en puestos nada relacionados con ella, y por otra, entre los requisitos de los empleos disponibles y las habilidades profesionales con que llegan quienes quieren ocuparlos. Este desajuste deriva en que haya, dice, “muchos graduados aceptando trabajos para los que están sobrecualificados o no cualificados”.

Por último, está la mayor cautela de los empleadores, que vieron marcharse de la noche a la mañana a millones de profesionales jóvenes durante los momentos posteriores a la pandemia de 2020. Los motivos para irse, disímiles: ofertas de mejor salario en otros sitios, posibilidades de seguir teletrabajando, horarios más flexibles, mayores beneficios o primas, etc. En conjunto –sin distinguir por franjas de edad ni niveles de educación–, unos 50 millones de estadounidenses dijeron voluntariamente adiós a sus empleadores durante 2022, mientras que en Europa lo hicieron 2,1 millones de franceses; 2,2 millones de italianos; unos 70.000 españoles con contrato indefinido, etc. Eran los tiempos de la “Gran Renuncia”…

Ahora, los empresarios, que se vieron obligados a adaptarse a aquellas circunstancias (adaptarse, por ejemplo, a trabajar con equipos más reducidos), se lo piensan más para contratar. Particularmente en el área de los empleos de oficina, “muchos –dice Levanon– descubrieron que podían aumentar sus ingresos sin incrementar proporcionalmente la plantilla”. La Gran Renuncia, añade, “parece haber aumentado la aversión de los empleadores al riesgo en sus contrataciones”.

Para sobrevivir, bajar el listón

Habrá que decir, en todo caso, que con esta renuencia a contratar a los recién salidos de la universidad no habrá un único perdedor. Los jóvenes, evidentemente, lo serán: varios testimonios que se pueden leer o escuchar en las redes hablan de consecuencias para la salud mental de estos solicitantes de empleo; de una autoestima lesionada por la frustración de que, aun cumpliendo los requisitos, la norma es que reciban rechazo tras rechazo.

Lo ilustra Katie Gallagher, quien ya trabajó como directora de ventas en Oregón. “He cumplido todos los requisitos del ‘éxito’ toda mi vida –cuenta al Times–: fui a la universidad, me gradué y trabajé para construir una carrera profesional”. Pero lleva ya un año sin trabajo y ha aplicado a más de 3.000 ofertas de empleo. Y no es solo tensión por estar a un tris de no tener dinero para pagar las facturas: “El estrés del rechazo es insoportable”.

Como, sin embargo, de algo hay que vivir, quizás Katie termine bajando el listón y solicitando empleos de menor nivel de especialización. Ya lo hacen muchos, a ambos lados del Atlántico, abocados a tomar empleos en el sector de la hostelería o en el de las ventas minoristas, actividades que les ayudan a sobrevivir, pero en el que, lamentablemente, sus habilidades profesionales quedan congeladas o desfasadas. Al final “todos pagamos las consecuencias”, asegura a Qartz Gregory J. Morris, director de la Coalición de Empleo y Capacitación de la Nueva York, pues “esto reduce el poder adquisitivo y nos priva del talento cualificado que necesitaremos dentro de cinco o diez años”.

Levanon, por su parte, opina que la actual situación de los recién graduados podría terminar desincentivando la matriculación universitaria, pues los jóvenes percibirán que la educación superior habrá dejado de ser para ellos de ser una lanzadera hacia un mejor nivel de vida.

Pero el perjuicio, por supuesto, trascenderá lo personal. “La ventaja competitiva de Estados Unidos –concluye– se ha basado durante mucho tiempo en contar con una de las fuerzas laborales más cualificadas del mundo, una fuerza que contribuyó a su dominio industrial en el siglo XX y que continúa impulsando la innovación, atrayendo inversión global y estimulando el crecimiento económico. No aprovechar eficazmente el talento joven desperdiciará no solo el potencial individual, sino también la capacidad económica nacional”.

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