Estamos en 2020, en plena post-pandemia. En un pequeño pueblo de Nuevo México, Eddington, el sheriff, un hombre rudo casado con una mujer desequilibrada y conspiracionista, tratará de conseguir la alcaldía, enfrentándose de manera brutal con el actual edil.
Eddington es un ejemplo claro de cómo una buena idea puede estrellarse por falta de control de la narrativa. Construir un wéstern contemporáneo mezclando el miedo al covid, el conflicto entre libertad y seguridad, los movimientos conspiranoicos, el black lives matter y los móviles convertidos en armas es, sobre el papel, una genialidad. La propuesta, tanto visual, como temática y de tono, tenía muchísima potencia. Si además le sumas un Joaquin Phoenix pletórico, una Emma Stone creíble en su locura y un Pedro Pascal convincente tienes una primera hora de cine de muchos quilates.
El problema, ¡ay!, es que la película dura 145 minutos, y pasado ese feliz primer tramo, Ari Aster decide dar una patada a la narrativa y sumir la película en el caos. El director empieza a tirar de efectos y de explosiones y a acumular personajes y subtramas fugaces y decisiones argumentales caprichosas.
Así, lo que podría haber sido una gran película se queda en una demostración más de que Joaquin Phoenix es un gran actor, tanto que consigue que lleguemos al final de una historia de la que hace muchos minutos hemos desconectado.