En 2002, un agresivo virus de la rabia se extendió por todo el planeta desde un laboratorio en Cambridge, convirtiendo a millones de infectados en una especie de zombies antropófagos. Más o menos, la situación se controló en todo el mundo, menos en el Reino Unido, en cuarentena desde hace años y donde los pocos supervivientes están en permanente lucha contra los infectados, el hambre, la sed y la ausencia de médicos. O sea, como en la Edad Media.
28 años después de aquella pandemia, así es la vida en la fortificada isla Holy, al noreste de Inglaterra, con la que está unida a través de un estrecho istmo, que cubren las aguas del mar cuando sube la marea. Allí vive Spike (Alfie Williams), un inteligente chaval al que entrena sin descanso su p…
Contenido para suscriptores
Suscríbete a Aceprensa o inicia sesión para continuar leyendo el artículo.
Léelo accediendo durante 15 días gratis a Aceprensa.
Un comentario
Pese haber leído la crítica de Jerónimo, fui al cine a verla con un pequeño grado de esperanza. Que mala decisión. La primera parte de la película es muy regulera, intercalando satisfactorias escenas, como la de la vuelta en la noche por la pasarela, con escenas pasadas de tono y excesivamente morbosas.
Pero la última media hora, desde la aparición de Ralph Fiennes, el filme entra en hecatombe. Una mezcla de un tono Tarantino poco conseguido y un intento de introducir reflexiones espirituales de la forma más cutre salchichera.
No sé que se le pasó por la cabeza a Alex Garland a la hora de escribir la historia. Y no sé que se le pasó por la cabeza a Danny Boyle para presentarnos tan sumo relato gore culminado con una escena final de la que tuve que apartar la mirada.