¿Once millones de cubanos? Ya no

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Población Cuba
Dos hombres mayores juegan ajedrez en una acera en La Habana (foto: Kobby Dagan / Shutterstock.com)

Una isla –Cuba– gobernada por un partido comunista tiene su “aquello” a efectos demográficos: el país, por su modelo económico, no ha sido desde 1959 un polo de atracción para quienes buscan sitios prósperos adonde emigrar, y tampoco les ha reconocido hasta hace poco a los nativos el derecho a viajar libremente. Por ello se volvió durante mucho tiempo un compartimento estanco donde todos teníamos una frase anclada en la mente: “Somos 11 millones de cubanos, 11 millones…”.

Pero la Oficina Nacional de Estadísticas (ONEI) nos ayuda a cambiar el chip: según reveló esa entidad en febrero pasado, la población efectiva residente en el territorio se había reducido a poco más 9,7 millones en 2024. El anuncio vino acompañado de algunas constataciones –como que el número de niños y jóvenes continuará disminuyendo, y que aumentará el de ancianos–. Como es habitual, también dio pie a frases grandilocuentes. En opinión de Antonio Aja, director del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, la situación demográfica no era un “problema a enfrentar, sino una realidad a atender”.

La aseveración de que no hay problemas es tan cuestionable como la propia cifra de la ONEI. Juan Carlos Albizu-Campos, doctor en Demografía por la Universidad de París y miembro de la Junta Directiva del Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo, en la provincia de Matanzas, explica que los números que han servido de base en los últimos años para dar las cifras de población han subestimado fenómenos como la emigración.

Según señala el experto en su artículo “Cuba: ¿Crisis demográfica o sistémica?”, en diciembre de 2023 la ONEI dio como “población efectiva” un número (10,055 millones) que no se correspondía con el real, toda vez que daba por buena una cifra de partida (11,181 millones) en diciembre de 2020, que, a su vez, tampoco había tomado en cuenta el declive poblacional experimentado desde 2013 (el año en que la relajación de las restricciones migratorias impulsó a muchos a intentar hacerse un sitio afuera).

Así pues, al relacionar el número de nacimientos, defunciones y el saldo migratorio externo neto en el período 2022-2023 (en el que se fueron 1,7 millones de personas), así como las cifras publicadas por agencias estadounidenses (EE.UU., el principal destino, lleva con bastante exactitud la cuenta de los cubanos que tocan a su puerta), se obtuvo un estimado de 8,6 millones de residentes a 31 de diciembre de 2023.

Para el demógrafo, se trata de “un claro contraste” con la cifra oficial de ese año. En cuanto a la de 2024, la ONEI aún no estaría dando el número correcto, pues continuaría arrastrando errores metodológicos en el conteo: al parecer, considera a los emigrantes a EE.UU. como el único componente del saldo migratorio externo, y no está contando como emigrantes a los que, sin perder la residencia, de facto viven fuera y regresan una vez cada dos años, de visita.

Según refiere el especialista a Aceprensa, al cierre de 2024 estarían viviendo en Cuba apenas 8,025 millones de personas.

“Que se vayan (y que envíen dólares)”

Todos se van, sí. O no todos, pero los que se marchan lo hacen en buena medida por la asfixiante situación económica en que vive el país desde hace décadas.

En un artículo sobre la crisis cubana y su incidencia en la emigración, Ricardo Torres Pérez, doctor en Economía por la Universidad de La Habana y hoy investigador en el Centro de Estudios Latinoamericanos y Latinos de la American University, en Washington, observa en 2024 que el PIB cubano cayó un 10% por debajo del de 2018, a causa –entre otros factores– de la fuerte reducción de las importaciones de combustible venezolano, el cese de los contratos de servicios médicos con Brasil, Ecuador y Bolivia, y el endurecimiento de las sanciones estadounidenses durante el primer mandato de Donald Trump, que fue contra los viajes, los flujos de inversión y aun contra las remesas que los cubanoamericanos enviaban a sus familiares en Cuba (unas 400 sucursales de Western Union en Cuba fueron obligadas a cerrar).

Si a este cóctel de contrariedades y sus derivaciones –la falta de liquidez se traduce en apagones de 24 a 48 horas, en un grave déficit de transporte público, en menos importaciones de alimentos, etc.–; si a estos graves problemas, decimos, se les añaden las rigideces propias del sistema político cubano, que prioriza el férreo control de toda actividad económica para evitar desviaciones de tufo capitalista y, que, como consecuencia, limita enormemente la innovación y la competitividad, la invitación a la ciudadanía a buscarse mejores horizontes se pinta sola.

Si el Gobierno restableciera las restricciones a las salidas al exterior, aumentarían las posibilidades de un estallido social

En principio, el Gobierno no ha visto con malos ojos un fenómeno al que puso trabas durante tanto tiempo, pues un cubano en el exterior sería un emisor neto de remesas que se inyectarían en la economía local. Pero no funciona matemáticamente así.

“Ver a las personas como fuente de remesas es un error –nos dice Albizu-Campos–. Para que el migrante se convierta en remesador, primero tiene que asentarse en el mercado de trabajo, y eso lleva un proceso que no es corto en términos de tiempo, y es costoso. Luego tiene que empezar a obtener unos ingresos que le permitan una capacidad de ahorro mínima necesaria para poder acumular una masa crítica de ingresos que le permita remesar. Es verdad que las remesas llegaron a constituir en Cuba la primera fuente de ingreso en las décadas anteriores, lo que pasa es que eran remesas hacia el consumo familiar, no unas que permitieran un nivel de inversión productiva en un modelo o estrategia de desarrollo”.

En todo caso, dado que, como afirma Torres Pérez, la emigración masiva ha contribuido a que el país pierda capital humano, “especialmente jóvenes calificados”, y en el entendido de que la nueva posibilidad de emigrar ha favorecido una desconexión de la juventud del proceso “revolucionario”, cabe preguntarse si La Habana no cederá a la tentación de volver a colocar la barrera y permitir las salidas únicamente a discreción y con cuentagotas.

“Sería una última desgracia que ahora se decidieran a cerrar la salida –considera Albizu-Campos–. Si lo hicieran, retendrían dentro el descontento, que ya va alcanzando niveles elevados, y aumentarían la probabilidad de un estallido social que incluso podría ser más grave que el del 11 de julio de 2021”.

¿Dos hijos? Ni durante las “vacas gordas”

Claro que, entre los que se van, más de la mitad son mujeres en edad laboral y reproductiva…

Aquí nuevamente las cifras oficiales difieren de los estimados que pueden dar otras fuentes, básicamente a partir de los datos que registra la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), obtenidos en los países de destino.

“En la oleada migratoria experimentada de 2020 para acá, el 80% de los que se van son personas de 15 a 59 años, que son las edades económicas fundamentales y las del ciclo reproductivo de las mujeres. El dato oficial de la ONEI dice que 50,8% son hombres y 49,2%, mujeres. En cambio, lo que dice la OIM es que el 56 % son mujeres: 133 mujeres por cada 100 hombres. Una cosa reporta la autoridad cubana, y otra, los demás países. EE.UU., por ejemplo, los tiene que contar bien”.

En 2024 nacieron poco más de 71.000 bebés, unos 3.000 menos que en 1899, un año después de la independencia

Siendo que muchas se van con sus hijos o con el ánimo de convertirse en madres en otros sitios, y que la economía de las familias en la isla está por los suelos, el panorama de la fecundidad no tiene visos de cambiar para bien a largo plazo. De hecho, aun en tiempos de lo que muchos recuerdan como “vacas gordas” –la etapa entre finales de los 70 y el año 1990– las cubanas no formaban ya familias numerosas: la última vez que la tasa se ubicó en más de tres hijos por mujer fue en 1974, y la última en que estuvo por encima de la tasa de reemplazo (2,1) fue en 1977 (2,2), según datos del Banco Mundial.

Ya en 1978 se situó por debajo, y así hasta el día de hoy (1,4 en 2023). Para ilustrar la catástrofe basta un dato: en 2024 nacieron poco más de 71.000 bebés, unos 3.000 menos que en 1899, un año después de que Cuba se independizara de España.

El maltusianismo de la pobreza

No hay ganas de parir porque no hay medios.

En marzo, un detallado artículo en La Joven Cuba, el economista cubano Omar Everleny Pérez Villanueva, profesor visitante en universidades como Harvard y La Sorbona,  ponía números a la carrera de obstáculos que es la supervivencia diaria del cubano: con un salario promedio mensual de 5.600 pesos (casi 15 euros al cambio informal), el ciudadano debe hacer magia para llevar a casa una docena de huevos (cuesta el equivalente a 3 euros), un kilo de leche en polvo (4,5 euros), un kilo de cerdo (5 euros)… Y no puede.

“Uno de los logros de la Revolución que se solía mencionar –dice Pérez Villanueva a Aceprensa– era que al menos se alimentaba a la población con una canasta básica mínima. Eso ya no se cumple. La libreta de abastecimientos (cartilla) no ha dejado de funcionar, pero han dejado de vender productos. Luego si tienes apagones, si no tienes combustible para cocinar, si tienes problemas con el transporte, con la alimentación, una de las opciones no puede ser tener un hijo”.

Empujadas, pues, contra la pared, las madres cubanas no buscan aumentar la prole, sino al menos sacar adelante el único hijo que tienen. “Es el maltusianismo de la pobreza –añade Albizu-Campos–. Las familias, las parejas, las mujeres, en última instancia, empiezan a percibir el nacimiento de un hijo adicional como un riesgo inmediato y efectivo para el resto de los miembros de la familia. La gente se está enfrentando a caídas del nivel de vida por debajo de ciertos umbrales, donde toda la existencia se reduce a estrategias de supervivencia. Hay que sobrevivir, no queda de otra”.

Las autoridades, por su parte, niegan el efecto que este modo de pensar puede tener a medio plazo en el tan postergado desarrollo del país –“no hay un problema a enfrentar”, recordemos al funcionario del inicio–, pero saben que el futuro se presenta aun más oscuro ante la falta de fuerza laboral joven. Por eso, desde principios de la década parecen haber adoptado una actitud más amistosa hacia la natalidad, con medidas como la entrega de viviendas a las madres con tres hijos, una mayor cobertura asistencial a las parejas con problemas de infertilidad, etc., y esto en una sociedad con mentalidad abortista (la práctica es legal desde principios del siglo XX) donde la primera pregunta a la embarazada que acudía a consulta era “¿Y lo vas a tener?”.

Sea que rinda o no sus frutos cualquier política de compensación material –y en países ricos no lo ha rendido–, la debacle está cerca. “A más tardar en 2030, cuando el baby boom se convierta en el boom de las jubilaciones, ahí va a haber un problema, porque el bono demográfico ya se extinguió, pero todavía las generaciones más numerosas permanecen en las edades activas” –asegura Albizu Campos–. Cuando llegue la cascada de jubilaciones, advierte, “si el sistema no ha implosionado aún, va a implosionar. ¿De dónde van a sacar dinero para pagar las pensiones, aunque sean mínimas; aunque sean esos 1.528 pesos [el equivalente a 4 euros] que ganan 800.000 jubilados hoy? ¿Cómo se le va a pagar a un contingente mucho más numeroso?”.

Porque, claro, durante mucho tiempo no han querido niños en el barco. Y ahora el iceberg está delante.

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