The Brutalist cuenta la historia de László Toth, brillante arquitecto judío de origen húngaro que, tras la II Guerra Mundial, consigue escapar de la zona ocupada por los soviéticos y emigrar a Estados Unidos. Su mujer Erzsébet no tiene tanta suerte. La vida en América es difícil; a duras penas László consigue mantenerse hasta que, por casualidad, surge la oportunidad. Lee Van Buren, un importante empresario, lo reconoce, le da una oportunidad y le ayuda a traer a su familia de Europa.
Este breve resumen parece la historia clásica del sueño americano, la tierra de las oportunidades; pero ese esquema está lleno de trampas. Casi nada es lo que parece. Empezando por el título, elegido porque la raíz es “brutal”, lo que va bien con la narración, aunque no hace justicia a la escuela arquitectónica que favorece el cemento visto. La película es una épica monumental de más de tres horas y media de duración, que cubre varias décadas de historia, pero se centra sobre todo en el alma torturada de Lászlo Toth: emigrante judío, sin familia, con una libido desatada y habitual consumidor de drogas. Con problemas para comunicarse, se enfrentará a su familia, a sus jefes, a sus colegas y a los pocos amigos que tiene. Naturalmente su redención se produce a través de la creación artística, cuando consigue plasmar su alma en un edificio.
Por alguna razón The Brutalist me ha hecho evocar, además de la reciente Megalópolis de Coppola, con la que tiene más de un punto común, Los asesinos de la luna, de Scorsese, y Babylon, de Chazelle: coinciden en ser descomunales y amargados frescos, que revisan –a la baja– el sueño y el pasado norteamericanos. The Brutalist supera a las anteriores. En primer lugar, en la factura. Es magnífica y está rodada de campanillas. Brady Corbert ha recuperado el celuloide y rodado con cámaras panorámicas VistaVisión, lo que no ha encarecido el proyecto y da un resultado extraordinario: texturas, colores, amplitud de imágenes, que Lol Crawley, director de fotografía, ha sabido explotar. La banda sonora de Daniel Blumberg también es magnífica de prólogo a epílogo. Las interpretaciones, sobre todo las del trío principal –Adrien Brody, Felicity Jones y Guy Pearce–, son brillantes (aunque ahora se discuten los retoques de I.A. en la soberbia actuación de Brody). También supera aquellas cintas en duración: dos periodos de 105 minutos y un descanso de 15, como se hacía en los viejos tiempos. A pesar de su metraje, se ve bien.
Brillante pero incómoda, porque los personajes y planteamientos son maniqueos y sus intenciones sórdidas; porque no se entiende, si toda esta biografía es inventada, el peso otorgado al judaísmo, a las heridas físicas y morales de Toth y de su mujer, en particular los desórdenes sexuales y de drogas del protagonista; y los de la familia Van Buren –negocios incluidos–; porque aborda muchos temas que no resuelve, porque no deja espacio a la esperanza, y porque hace necesario el epílogo del final, para aclarar lo que debería haber quedado claro en la película.
Un comentario
En IMDB hablan de contenido sexual severo ( El maximo en su gradación: Cunilinguis, tríos, BDSM, masturbaciones, violaciones). Me sorprende que no haya una alusión e, incluso, una recomendación de abstenerse de ver esta película… habla de “incomodidad”.
Uno de los motivos para comprar ACEPRENSA era obtener este tipo de información para no pasar el mal rato de tener que salir de la sala…. ¿Podrían ser un poco más claros en esto? Es una petición/sugerencia.
Muchas gracias.