La acción transcurre en 1949, en Venecia, la víspera de Todos los Santos. Una diva retirada ha preparado en su palacio una fiesta de Halloween para disfrute de pequeños huérfanos. Tras la celebración, los adultos asistirán a una sesión de espiritismo, dirigida por una célebre medium. A la fiesta han sido invitados la célebre escritora Ariadne Oliver y el igualmente famoso detective Hercules Poirot, jubilado y retirado en esa ciudad. No hace falta decir que la sesión tendrá un desarrollo especial, y que Poirot saldrá de su voluntario aislamiento y resolverá… diversos misterios.
La tercera adaptación de Kenneth Branagh de una novela de Agatha Christie es la mejor de las tres, y la que más se aleja del texto original. Branagh, que interpreta a Poirot, ha añadido en cada entrega un matiz interesante a la personalidad e historia del detective. En este caso cuestiona, o más bien pone límites, al talento de Poirot. Se vale de una ambientación barroca para hablar de credulidad, superstición, ciencia y fe, y embiste contra el egoísmo del belga. No está mal. La ambientación, música, fotografía y montaje utilizan los recursos del género de terror: un palacio veneciano en ruinas, noche, máscaras y una sesión de espiritismo se lo ponen en bandeja. En este misterio, la forma importa tanto o más que el fondo. El reparto es de lujo y los misterios, de corte clásico, se resuelven con la brillantez que se espera del detective belga.
