El Facundo de Domingo Sarmiento (1895) es una de las obras seminales no ya de la literatura de Argentina, sino de su propia identidad nacional. La contraposición entre la Buenos Aires ilustrada y el resto del país que señala el subtítulo –Civilización y barbarie en las pampas argentinas– es una constante en el imaginario del país, y late en el fondo de esta distopía que escribió Pedro Mairal en 2005.
El apocalipsis a cámara lenta que narra comienza con el avance de la intemperie, una especie de mal de la piedra voraz que se va comiendo los edificios de la capital. La destrucción física arrasa con todo, y la sociedad se adapta, muta, se asilvestra, inventa nuevas reglas y sobrevive, o al menos vive. A este deterioro lo acompaña un retroceso político en el que resuenan, de forma consciente, las desapariciones, la imposición militar y la represión de la dictadura de Jorge Rafael Videla (1976-1983). Con el paso de los meses, el país se va hundiendo en la barbarie que tanto temía Sarmiento, aun preservando algunas de las estructuras y costumbres del presente, como si el pasado tribal se hubiese amalgamado con el mundo de hoy.
María es una veinteañera que vive con su padre, envejecido de forma prematura, y que trabaja como traductora y secretaria en una moderna firma de inversiones. Mientras la intemperie empieza a rodear Buenos Aires y su novio, Alejandro, debe incorporarse al ejército, trata de mantener las rutinas cotidianas. Sin embargo, los cambios cada vez menos sutiles del entorno la obligan a adaptarse. Con el tiempo, las pequeñas variaciones –la empresa deja de contar con ella, los alimentos escasean, el suministro eléctrico se extingue, se oyen los primeros disparos– se acumulan, y ella misma va alejándose de quien era al comienzo del desastre.
A diferencia de otras obras postapocalípticas, la de Mairal estremece por su realismo. La vuelta a un estadio primitivo y feroz, hipérbole de las crisis cíclicas argentinas, comienza con un primer paso. La dosificación de la barbarie, junto al ritmo bien articulado y un estilo directo y seco, hacen creíble la historia, y sirven además para entrelazar con enorme fluidez el plano colectivo con el individual de la propia protagonista. Pese a que María y sus acompañantes se ven forzados a embrutecerse –en ocasiones, en entornos encanallados–, el autor se compadece de ellos y no permite que la intemperie devore toda su dignidad.
