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Babylon

Babylon

CLASIFICACIÓNViolencia, Sexo

ESTRENO20/01/2023

Damien Chazelle es (o era) lo más parecido a un cineasta prodigio. Con apenas 30 años sorprendió con Whiplash, un absorbente drama sobre el precio del éxito, dos años después volvió a hechizar a la crítica –y a una parte importante del público– con La La Land, un musical que demostraba, no solamente su excelente gusto musical, sino su fascinación por el buen cine clásico. Su tercera película, First Man, un biopic sobre el astronauta Neil Amstrong, sin llegar al nivel de las dos películas anteriores, confirmaba la madurez de un cineasta capaz de abordar géneros muy diferentes.

Y llegó Babylon, su película más ambiciosa y más personal. Chazelle tenía 110 millones de presupuesto para gastar, un reparto coral liderado por Brad Pitt y Margot Robbie, miles de extras y unas estratosféricas pretensiones: radiografiar la salvaje industria del cine en la década de los años 20, cuando todo cambió con la llegada del sonido. Un argumento que se ha contado muchas veces, pero que Chazelle quería reflejar a lo grande. Como las grandes películas que marcaron la historia del cine.

El resultado ha sido una catástrofe. Y no porque la película sea mala, que lo es solo a ratos, sino por la extraña sensación que produce contemplar –durante tres larguísimas horas– cómo un director con talento naufraga por culpa de su propia megalomanía. El arranque de la película, esos interminables 40 minutos hasta que aparece el título, hace presagiar lo peor. Chazelle utiliza 40 minutos de metraje para mostrar una única cosa: la decadencia de Hollywood a través de una desagradable, vulgar y tediosa orgía.

Ese arranque configura el marco donde se va a contar una historia de amor al cine, con momentos inspirados, pero teñidos de ese exceso, vulgaridad, personajes mezquinos y situaciones absolutamente forzadas. Los momentos inspirados –que los hay, porque Chazelle es el director de Lalaland y Whiplash, un director que ha visto buen cine, que sabe referenciar y que ha pensado mucho sobre la vanidad del éxito y la fama–, quedan casi sepultados por ese constante recurso a una exuberancia tosca, al chillido constante. Una burda desmedida que rodea las interpretaciones (salvando la de Diego Calva, por el carácter de su personaje), las subtramas y los giros del guion.

Al inicio de la película, hay un enorme elefante que protagoniza una escatológica y desagradabilísima escena. Reconozco que tuve la sensación de que ese elefante se había quedado durante toda la película destrozando a su paso cada fotograma donde la película remontaba. Y reconozco también que crucé los dedos para que el dichoso elefante sea solo una desgraciada anécdota en la filmografía de Chazelle.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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