Homo emoticus

Homo emoticus

EDITORIAL

TÍTULO ORIGINALA Human History of Emotion

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2022)

Nº PÁGINAS400 págs.

PRECIO PAPEL22 €

PRECIO DIGITAL10,99 €

GÉNERO

Un académico cuyo campo de estudio es la repugnancia merece ser leído, y el abuso del lenguaje relacionado con las emociones hace aún más interesante cualquier esfuerzo por aclarar el alcance de un término que empieza a valer casi para todo. Como explica Richard Firth-Godbehere, “la última vez que alguien hizo un recuento de ellas (allá por 1981), los psicólogos empleaban nada menos que 101 definiciones distintas de emoción. Y las cosas no han hecho sino complicarse desde entonces”. En realidad, el concepto no es más que una estantería en la que se archivan impulsos, reacciones químicas, efusiones sentimentales, reacciones psicológicas y cualquier otra alteración del estado de ánimo. Con esta heterogeneidad, y con una amplitud temporal que abarca desde las civilizaciones china, india y judía hasta la actualidad, el afán del autor es complicado, en efecto.

De su repaso histórico al concepto, lo más valioso es el marco general que aporta, con el que ubica las emociones dentro de su contexto y compara los distintos juicios que han expresado las culturas frente a la ira, la vergüenza, el enamoramiento o la envidia. También es interesante, y no solo como curiosidad, el soporte biológico que se les ha atribuido, fuesen los humores, la glándula pineal u órganos como el hígado, los riñones o, de forma más evidente, el corazón. Junto a esta mirada amplia, las teorías modernas que esboza son más concretas y verificables, y algunos de los estudios que cita aportan ideas valiosas para comprender los fundamentos del comportamiento.

Las emociones son muy relevantes para quien las experimenta, pero cuando las comparte un colectivo, trascienden al individuo e influyen en toda la sociedad. A qué tiene miedo un grupo, una tribu o un país puede explicar muchos conflictos, y esta imbricación de lo privado con lo público es el terreno en el que Homo emoticus ofrece sus mejores pasajes. Así ocurre cuando detalla, por ejemplo, cómo el concepto japonés de vergüenza explica algunas de las decisiones que tomó este país durante la II Guerra Mundial, o cómo la repulsión que suscitaban las personas acusadas de brujería sigue presente hoy en muchas sociedades.

Aunque no se adscriba a las corrientes más extremas de la antropología, que consideran que cualquier manifestación humana es un constructo social, uno de los objetivos declarados de este estudio es demostrar que las emociones no son universales, y que a un miembro de la tribu asante de Ghana puede provocarle risa lo que a un acadio le horrorizaría. No obstante, él mismo admite que “este un debate que no pierde intensidad: todo el mundo parece tomar partido por un bando u otro”. La complejidad de las emociones, en cuya génesis intervienen tantos factores como estratos tiene el hombre, rehúye cualquier análisis simplista, y el de Firth-Godbehere no lo es.

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