Según una fábula repetida hasta la saciedad, cuando se sumerge a una rana en agua hirviendo, salta de inmediato; sin embargo, si se la introduce en agua fría, y esta se calienta poco a poco, el animal no se da cuenta del cambio gradual y acaba muriendo. Para desolación de los oradores motivacionales, dos investigadores demostraron mediante un experimento que la rana también salta cuando el agua alcanza una temperatura incómoda. Este ejemplo, que el psicólogo Adam Grant ofrece en su libro Piénsalo otra vez, muestra la fuerza con la que arraigan algunas ideas y prácticas pese a su falsedad, y la dificultad de desprenderse de creencias e ideas recibidas.
Después de años como consultor en grandes empresas, Grant ha desarrollado un método, o más bien un conjunto de herramientas, con las que directivos, científicos, políticos o los ciudadanos comunes pueden detectar los atajos intelectuales que llevan a no pensar con la suficiente profundidad. A su propia experiencia añade el respaldo de decenas de estudios en el campo de la psicología, la sociología y la gestión empresarial, que expone con rigor y equilibrio y, junto con ellos, multitud de anécdotas bien escogidas.
Como suele ocurrir en los ensayos de divulgación de las llamadas ciencias sociales, el enfoque práctico va en detrimento de una teoría sólida. Pese a ello, Grant propugna la validez de creencias y valores. No se trata de que el lector ponga en duda todo lo que pensaba hasta el momento, sino de que aprenda a detectar lo más valioso de las opiniones ajenas, y también los sesgos que le han podido llevar a tomar como verdades inmutables lo que no son más que opiniones.
A causa de la amplitud de la materia, y quizás a la diversidad de intereses del autor, el libro no presenta un método ordenado; se trata, más bien, de una sucesión de capítulos que tienen como nexo la necesidad de detectar los sesgos que nos ciegan. Dentro de esta heterogeneidad, sin embargo, hay tres grandes apartados. El primero aborda la satisfacción interna que nace de descubrir nuevas ideas y de reconocer los errores, y que solo es posible cuando se pone en práctica la humildad intelectual. En segundo lugar, se explica cómo establecer diálogos productivos, en los que cada parte aprende algo de la otra. En estos capítulos –los más atractivos– también aparecen pistas que ayudan a presentar los argumentos de un modo convincente en una discusión, y se subraya de nuevo la honestidad como punto de partida. Esta sección expone, por ejemplo, el caso de unos padres canadienses que se oponían a vacunar a sus hijos, hasta que un médico, en lugar de reconvenirlos, decidió escuchar sus razones.
Si la primera parte se centra en lo individual, y la segunda en lo interpersonal, la tercera se dedica a lo colectivo, con un acento especial en la polarización política y cultural. El diálogo enriquecedor, la escucha, el análisis del discurso y la valoración crítica de las propias ideas sirven para pensar más y mejor, pero cuando esas actitudes se aplican además al debate público, toda la sociedad sale ganando.